lunes, 22 de febrero de 2016

Memorias de un turista en Cuba



En noviembre de 2015 tuve la oportunidad de viajar a Cuba con la intención de conocer cómo funciona el socialismo en la isla. Éstas son mis impresiones.

Llegamos a Cuba. El clima era templado, ligeramente más cálido que el de Medellín. El aire tenía el aroma de la brisa marina y el cielo estaba encapotado. Eran las dos de la tarde y habíamos aterrizado luego de tres horas de un vuelo operado por Avianca, una de las pocas aerolíneas que va a La Habana desde Colombia. Pese a eso, los tiquetes me parecieron económicos (800.000 pesos por persona, alrededor de 240 dólares), teniendo en cuenta que el vuelo no se había vendido en su totalidad.

El paso por Inmigración me dejó la sensación de que los empleados del gobierno eran muy cordiales, demasiado cordiales para un turista de Bogotá. Al salir me di cuenta de que así son todos en la isla: amables, conversadores, respetuosos con el turista, y sobre todo, muy tranquilos. En Cuba no existe el estrés ni los afanes, en el ambiente hay una especie de letargo tropical.

Llegamos al edificio donde nos íbamos a alojar. Previamente, habíamos pactado con la dueña del apartamento un pago de 35 pesos cubanos convertibles (cuc) por noche, unos 100.000 pesos colombianos. Cuando llegamos resultó que todas las habitaciones estaban ocupadas. La dueña nos respondió, con toda la naturalidad del mundo, que había anotado mal las fechas y que por lo pronto no podía alojarnos. Estábamos estupefactos con la idea de enfrentarnos a buscar hotel sobre el camino y enojados por el cinismo de nuestra anfitriona. El 'letargo tropical' empezaba a afectarnos.

Afortunadamente, con un par de llamadas, logró conseguirnos una habitación de características parecidas y en el mismo edificio. Antes de dejarnos en el nuevo alojamiento, la señora tuvo la desfachatez de darnos unas tarjetas para que recomendáramos un servicio que no habíamos recibido, luego comprendería que no era cinismo sino idiosincrasia.

La Habana es una ciudad encantadora, como detenida en los tiempos en que empezó el bloqueo (embargo). Fachadas de estilo colonial, carros de los años cincuenta que sirven de taxis, gente fumando tabaco por las calles, son cubano en las esquinas… Así me la imaginaba, pero pensé que disfrutarla me saldría más barato: un almuerzo puede costar 35 cuc, o sea, 35 dólares, un perro caliente en la calle, 15, una caja de buenos tabacos, 80. A esto se le suma las filas (colas) para cambiar dólares por la moneda local y las muchas dificultades para acceder a una conexión de internet. Así que lo mejor es desconectarse, cambiar suficiente efectivo en el aeropuerto y disfrutar de los planes que hay por hacer.

Tal vez el mejor plan sea caminar por la calle Obispo, en la Habana Vieja, que comienza en el famoso bar Havana Club y termina en la Plaza de Armas. Durante el recorrido, que puede tomar desde veinte minutos hasta varias horas, se encuentran tiendas de regalos, licoreras, bares con música en vivo, librerías y muchísimo comercio informal. Si está cansado de caminar, puede detenerse en alguna esquina a tomarse un mojito por sólo 2 cuc, aprovechando que el ron sigue siendo muy barato.

También puede visitar la Plaza de la Revolución, donde se encontrará con la icónica imagen del Che, puede visitar La Bodeguita del Medio, famosa por sus clientes ilustres, como Hemingway o Nicolás Guillén, aunque siempre la encontrará repleta de turistas, y puede pasear por el Malecón o contratar un carro descapotable que le dé un tour.

Luego de tres días en La Habana nos fuimos a Varadero, centro del turismo de descanso en Cuba, ubicado a dos horas de la capital. Nos alojamos en un hotel de franquicia europea y pagamos 80 dólares por noche con todo incluido. Según supimos después, el gobierno cubano permite que ciertas cadenas hoteleras inviertan en la isla desde que generen empleo y permitan que a largo plazo la participación del gobierno sea cada vez mayor. También se ven algunas tiendas deportivas que no son precisamente símbolos de la revolución.

La atención en Varadero fue excelente, la cordialidad de los cubanos con el turista es la mejor, los camareros y recepcionistas son muy agradables y dominan varios idiomas, entre ellos el ruso ya que por simpatías políticas son muchos los rusos que visitan la isla, tanto es así que existen vuelos directos Moscú-Varadero y muchas de las indicaciones de los hoteles están en ruso y en español, por encima del inglés.

Mi interés no sólo era turístico, también quise visitar Cuba para conocer de primera mano cómo funciona el socialismo. De hecho, ése era el propósito del viaje, así que, mientras paseaba, me detuve a tratar de comprender cómo es que funciona un país con un sistema tan utópico para algunos y tan desacreditado para otros.

Lo primero que me llamó la atención fue el hecho de que en diferentes conversaciones los cubanos siempre nos repetían lo mismo: “En Cuba no hay ladrones”. Y es cierto, los turistas pueden pasear a cualquier hora de la noche y jamás se van a sentir inseguros, La Habana no es una ciudad violenta, allí no hay ladrones ni pandillas, ni armas de fuego. Las muertes violentas por año son pocas, y la tasa de homicidios es la segunda más baja en América Latina, después de Chile.

Cuba no es una ciudad violenta, pero sí existe cierta hostilidad en el ambiente: por las calles hay vendedores ambulantes que comercian con lo que tengan, y si no tienen nada venden su cuerpo. También se ven personas pidiendo monedas, durmiendo en los umbrales de los edificios, comiendo de la caridad de los turistas. No hay violencia, pero hay hambre, hay necesidades básicas que el régimen no puede satisfacer.

Caminando por ahí se nos acercó un indigente que nos dijo: “Tranquilos, gracias a nuestro comandante, en Cuba no hay ladrones” y en seguida nos pidió una moneda. La ironía de esta frase me recordó que en Colombia también muchos hacen del gobierno un dogma.

También hay problemas con el transporte: las tarifas de los taxis, por ejemplo, son carísimas (25 pesos del aeropuerto a La Habana, 150 de La Habana a Varadero), los buses son pocos, siempre pasan llenos y paran donde les toque, los intermunicipales en realidad son camiones viejos adaptados de manera artesanal para llevar gente.

Tal vez por estas causas prolifera el transporte informal que se realiza en los carros viejos de mediados del siglo XX, a estos vehículos se les dice 'almendrones' y cobran entre 1 a 5 cuc por el transporte colectivo, dependiendo de la cara del turista. Es una forma de moverse que puede ser peligrosa ya que estos carros no cumplen con las mínimas normas de seguridad, además de que pueden tardar muchísimo tiempo en pasar y, como en Bogotá, sólo llevan si les sirve la ruta.

En Cuba no hay ladrones, pero todos están en 'la lucha'. La ineptitud de un Estado paternalista ha permitido la ascensión de un capitalismo subrepticio que casi se puede tocar en las calles: la gente quiere dinero para comer, y después que ha comido, quiere comprar un aire acondicionado, un carro, una casa...

El estilo de vida de los turistas y de los personajes de las telenovelas ha calado profundamente en el modo de vida de los cubanos. Surgen entonces negocios independientes que han sido abiertos luego de mil trámites ante el Estado y que entran a competir directamente con él, por eso la especulación en los precios. La imagen del Che dejó de ser un símbolo de la revolución para convertirse en el ícono de un subsistema que se alimenta de los turistas, ironía que a ningún vendedor le importa; desde que haya para comer, la revolución pierde el encanto.

Surge también el comercio ilegal y la corrupción, no una corrupción organizada que roba miles de dólares, como la colombiana, sino una corrupción pequeñita, la de la empleada que roba tabacos para venderlos en la calle, la del funcionario que se roba unos pesos para alimentar mejor a su familia. Según un taxista, es una práctica generalizada en la isla, de otra manera no habría forma de satisfacer las necesidades básicas pues la canasta (la libreta de racionamiento) que da el gobierno y el salario que reciben los cubanos no les alcanza para el mes. Por ejemplo, un médico cubano gana 25 dólares mensuales, y un kilo de carne de res, cuando la hay, cuesta 18 dólares.

Podríamos alegar en favor del gobierno que tal vez los cubanos no necesitan carne, ni televisión, ni vehículos, ni papel higiénico ni jabones, ni todas las tonterías que tanto nos emocionan en otras latitudes, pero lo cierto es que el régimen dejó entrar a la isla el germen del consumismo y vende a pedacitos y a precio de oro el remedio de esta enfermedad.

Me da la impresión de que al gobierno le quedó grande montar un sistema socialista eficiente, solo hay que ver que un taxista gana más que un médico, que algunos andan en Audi y otros en 'almendrones', que hay tierras sin cultivar por simple displicencia del Estado y que, claramente, no todos los cubanos son iguales para papá Fidel.

Claro que prosperar en Cuba, además de difícil es peligroso. Nos contaba el mismo taxista que en los años 90 existió la llamada 'ley maceta', que permitía al Estado incautar las propiedades de quienes se “enriquecían” de manera ilícita. De tal manera, si alguien en el barrio compraba un refrigerador, reparaba su casa o se le veía con un electrodoméstico nuevo, podía ser acusado por sus vecinos y perderlo todo. Y nuevamente habría que 'luchar', rebuscar el dinero por donde sea para sobrevivir. “A mi amiga la cogieron luchando”, nos dijo el taxista al referirse a una camarera de un hotel de Varadero que se robaba el papel higiénico de las habitaciones.

Dicen que los médicos de Cuba son los mejores del mundo, afortunadamente no tuvimos oportunidad de comprobarlo, pero sí escuchamos un par de versiones al respecto. En efecto, la medicina y en general la educación cubana son excelentes y gratuitas, sin embargo a la hora de que un ciudadano requiera los servicios de salud puede encontrarse con situaciones que parecen sacadas de un libro de Kafka. Por ejemplo, ante una fractura, bien podría pasar que no haya manera de tomar una radiografía, pues el desabastecimiento también afecta a los hospitales. Como consecuencia, muchos médicos cubanos prefieren “regalarse” a cualquier misión internacional, y algunos, ya estando afuera, no vuelven a la isla.

Otra manera de salir es demostrar que se tiene ascendencia extranjera, como el caso de uno de nuestros taxistas, que había conseguido un pasaporte español luego de años de trámites para demostrar que su abuelo era ibérico. Descontando estas pocas excepciones, la mayoría de la población está condenada a comerse el cuento de la libertad y de la victoria de la revolución así no puedan salir de la isla, así no puedan comer carne cuando les plazca o así puedan ser acusados de conspiración por las más mínimas quejas contra el sistema.

Yo tenía en la cabeza una idea romántica de la revolución y esa creencia ingenua chocó fuertemente con la realidad que me encontré: pobreza, burocracia, restricciones, filas, una fuerte propaganda política que le dice al turista que todo anda bien, que todo es culpa del bloqueo, que Fidel es un mesías enviado por el Che.

No sobra aclarar que las cosas buenas y malas que vi corresponden a lo poco que pude registrar en un paseo de una semana a Cuba, seguramente un viaje más largo desvelará otras dinámicas sociales que no alcancé a entender.

Mi conclusión es que Cuba es un país encantador pese a sus serios problemas sociales, pero como no me interesa convencer a nadie, menos a los que se apasionan con el tema socialista o a sus fervientes opositores, el mejor consejo que puedo dar es que cada cual vaya, conozca, disfrute y saque sus propias conclusiones.

Andrés Burgos
Palabras movedizas, blog de El Tiempo
10 de enero de 2016.
Foto de Danae Suárez tomada de One peso, please.

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