viernes, 15 de abril de 2016

Jubilados cubanos: los grandes perdedores


Eugenio, 74 años, se levanta a las 4 y media de la madrugada a comprar veinte barras de pan. El dueño de una cafetería le paga 40 pesos diarios para que el anciano, cargado de achaques, cada mañana le garantice pan fresco y le limpie el lugar.

“Cobro 220 pesos (10 dólares) como jubilado. Era electricista, como soldado peleé en Playa Girón y en la lucha contra bandidos en el Escambray, y fui oficial de la reserva en la guerra de Angola. Arriesgué mi vida por la revolución. Ya nada de eso cuenta. Ahora, en el gobierno de Raúl Castro, la gente debe arreglárselas como pueda. Los ancianos somos una carga pública”, dice con enfado.

Las tibias reformas económicas llevadas a cabo por la administración verde olivo no han traído beneficios a los jubilados. Ana Luisa, 71 años, maestra retirada, lleva seis meses yendo a la oficina de la seguridad social de su municipio, con la intención de conseguir una autorización para adquirir materiales de construcción a precios subsidiados.

Los burócratas le niegan esa opción. “Alegan que tengo una hija en el extranjero. Les digo que hace años ella no me envía un dólar. No me creen. Irónicamente, un trabajador social que me atendió me dijo: ‘Abuela insístele, dile lo mal que lo estás pasando, mándale fotos de la casa, cuéntale de tus problemas de salud. Tu hija es la que puede ayudarte a reparar tu casa'. Son unos hijos de puta”, comenta.

En La Habana, es habitual encontrarse ancianos pidiendo limosna o recogiendo latas vacías de cerveza en grandes sacos, y luego venderlas como materia prima. En el Paseo del Prado, frente al Capitolio, turistas japoneses y europeos tiran fotos del edificio, una réplica a escala menor del Congreso de Estados Unidos.

Varios ancianos sucios y con demencia senil les piden unas monedas. Algunos les dan centavos de pesos convertibles y con sus cámaras dejan constancia de la escena. Antonio, un negro de 68 años, con una úlcera avanzada en una pierna, es uno de ellos. Cada mañana se da una vuelta por el Capitolio, a limosnear.

Fue obrero destacado en una fábrica. “Participé en misiones internacionalistas. Mi pensión es de 253 pesos (11 dólares). Tuve cuatro hijos y cuando no están presos, no se ocupan de mí. Soy una carga para el Estado y mi familia. Me fui del asilo. Me atendían mal y la comida era un bodrio. Los empleados se robaban los alimentos y los productos de aseo. Ahora, de vez en cuando, almuerzo en un comedor habilitado por la iglesia. Duermo en la escalera de un edificio con peligro de derrumbe. El dinero que consigo mendigando lo gasto en comer y tomar ‘chispa’ (alcohol de cocina filtrado con carbón industrial). Le pido a Dios que no castigue. Que una noche me acueste y no me levante más. Quiero morir sin sufrir y sin molestar a nadie”.

Según el informe sobre Envejecimiento en la Capital, presentado por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), en 2009 en La Habana habían 18 hogares de ancianos, con 1,819 camas. Todos estatales y la mayoría en pésimo estado constructivo, a diferencia de los administrados por la Iglesia Católica, los mejores del país. Algunos asilos estatales, como el de San Miguel y Agustina, La Víbora, han sido maquillados con una mano de pintura. Pero la atención no es buena.

La gente pasa por el sitio y vira la cabeza al otro lado. Los viejos, andrajosos, enfermos y poco lúcidos, se dedican a pedir dinero y cigarros a los transeúntes. Los más fuertes, cada mañana salen a la calle, a tratar de conseguir un puñado de pesos para un almuerzo decente.

Rogelio, 80 años, desde las 5 de la mañana hace cola en un estanquillo de prensa. “Compro 50 periódicos, Granma y Juventud Rebelde. Los vendo a peso cada uno, hay días que los vendo todos, otros, solo la mitad. Con ese dinero voy a una fonda de mala muerte donde almuerzo arroz blanco, potaje de chícharos y un pescado hervido con más espinas que carne. Pero al menos como caliente”.

Con una pensión entre 10 y 12 dólares al mes, poco se puede hacer en Cuba para vivir con dignidad. Bien lo sabe Danilo, de 78 años, suciamente vestido. Se dedica a hurgar entre los contenedores de basura, en busca relojes rotos, pomos plásticos vacíos de refresco y componentes de ordenadores y televisores.

“Por cada pomo plástico, un cuentapropista que se dedica a vender puré de tomate envasado me paga un peso. Otro, que repara equipos electrónicos, me compra ls piezas si no están averiadas. En una jornada me busco entre 40 y 50 pesos. Lo gasto en cafeterías particulares, donde puedo comer pollo o carne de cerdo. Si me sobra algo, compro alcohol ligado con agua, el trago de los pobres. Por la noche, tiendo una colcha en cualquier portal. Si hace frío, duermo en algún edificio abandonado. Para qué voy a quejarme. Este gobierno es lo que trajo el barco”.

En el informe de la ONEI, se reportaba que después de Villa Clara, La Habana, con más de 2 millones de habitantes, era la provincia más envejecida del país y los municipios con más adultos de la tercera edad eran Plaza de la Revolución (25,4%) y 10 de Octubre (22,8%). Y se recomendaba la creación de más hogares de ancianos, casas de abuelos (seminternos), comedores comunitarios, facilitarles espejuelos graduados (gafas), prótesis dentales, aparatos auditivos y de locomoción y una mayor atención domiciliaria, entre otras.

Pero las mejoras económicas introducidas por el régimen siguen sin contemplar a los ancianos y jubilados. La mayoría de esos viejos dieron lo mejor de su juventud para defender a Fidel Castro y su revolución, incluso en tierras extrañas. Ahora viven olvidados. Sin decoro, en la miseria. Son los grandes perdedores.

Iván García
Foto: Tomada de Cubanet.
Leer también: Los naúfragos de la ciudad y Abuelos por pesos cubanos.

1 comentario:

  1. que se jodan
    que eso som los mismo
    que dieron todo
    por la robo ilucion cubana

    yo no soy un robot
    ni un esclavo

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