Es probable que ninguna de las cuatro chicas, parlanchinas y a la caza de los turistas extranjeros que almuerzan o beben unas copas en bares y paladares de la zona, sentadas frente a la Iglesia del Santo Ángel Custodio, en Compostela entre Chacón y Cuarteles, Habana Vieja, hayan leído Cecilia Valdés, del escritor Cirilo Villaverde.
Probablemente tampoco hayan reparado en una figura de bronce, a pocos metros de donde charlan. La estatua, realizada por Erig Rebull, fue situada en el exterior de la iglesia creada en 1690 por el Obispo de Compostela, como era conocido el obispo Diego Evelino Hurtado Vélez. Desde fines de 2014, recuerda a la mulata más universal de la literatura cubana.
Cecilia Valdés, la obra cumbre de Villaverde, fue escrita en dos partes en 1839 y publicada completa en 1879 en la ciudad de Nueva York. También así se nombra una de las zarzuelas más conocidas del maestro Gonzalo Roig. Y en 1982, el director Humberto Solás la llevó al cine con la actriz cubana Daisy Granados en el papel de Cecilia y el actor español Imanol Arias en el de Leonardo.
Para aquéllos que desconozcan la novela, una sinopsis: la hermosa mulata Cecilia, ignora que es hija ilegítima del rico español Cándido de Gamboa, pero Leonardo, hijo de Cándido, desconoce que Cecilia es su media hermana, se enamora de ella y la convierte en su amante. Mientras, el mulato José Dolores Pimienta ama a Cecilia sin ser correspondido. Presionado por los convencionalismos sociales, Leonardo abandona a Cecilia y se casa con la aristócrata Isabel Ilincheta. Al concluir la boda, Pimienta, alentado por los celos de Cecilia, mata a Leonardo. Cecilia, quien ha tenido una hija con Leonardo, es recluida en el Hospital de Paula. Allí reencuentra a su madre, que recupera la razón perdida y reconoce a su hija antes de morir.
Un culebrón como el de Cecilia Valdés siempre atrapó al lector promedio en Cuba. Pero en los últimos años, sobre todo entre los jóvenes, la lectura es casi una excentricidad. Para las jineteras sentadas frente a la Iglesia del Ángel, las historias de amor son cosas del pasado.
Una de ellas, luego de chapurrear en italiano con su teléfono inteligente, le cuenta a sus colegas: “Me dijo mi ‘novio’ que esta noche hay fiesta. Que busque dos o tres chicas y vayamos pa’l bar Sarao. Parece que hoy es día de suerte”.
Una responde: “Falta que me hace. Le debo 150 chavitos (cuc) a una señora que vende ropa y antes que se acabe el mes debo pagar el alquiler donde estoy parando”. Otra dice que lleva una semana sin hacer el pan. "Si vuelvo a llegar a casa sin dinero, mi marido me parte la cabeza en dos mitades. Ojalá que el negocio se dé esta noche”.
La supuesta novia del turista italiano da detalles. “El tipo anda con una pila de socios suyos que son unos locotes. Polvo, hierba, cerveza y fiesta. Socias, sin complejo, a ellos les gusta los cuadros de tortilla y cambiar de pareja”.
Ninguna pone reparo y comentan que van a sus casas para acicalarse. Antes, una le dice a su amiga: “Oye, préstame el vestido rojo escotado y las puyas negras pa'verme matadora”.
En esta zona de La Habana antigua, cuna del proxenetismo, la picaresca y venta de drogas, es habitual observar a jineteras y pingueros en plena faena o haciendo planes en voz alta.
Pocos se detienen a contemplar la Iglesia del Santo Ángel Custodio o la efigie de bronce de Cecilia Valdés. Para los que viven del sexo, el amor es una novela de ficción. Poco más.
Texto y foto: Iván García
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