jueves, 26 de abril de 2018

Voces del cambio en Cuba: Luis Manuel Otero y Yanelys Núñez



Muy cerca de la Alameda de Paula, frente a un viejo almacén del puerto reconvertido en galería comercial de arte, finaliza la calle Damas, una callejuela típica de La Habana antigua -estrecha, bulliciosa y sucia- donde todos los caminos nacen y mueren a orillas del mar.

Al lado del Centro Cultural Leonor Pérez, regentado por el Estado, en un local con una puerta de madera deteriorada y un ventanal destrozado, sujeto por una cadena con un candado chino que hace las veces de cerradura, se encuentra enclavado el Museo de la Disidencia. Delante, un bicitaxista reposa su siesta. Y desde un balcón contiguo, un negro en camiseta que escucha a Luis Fonsi en una bocina portátil, con el habitual 'qué volá' habanero, saluda a Luis Manuel Otero Alcántara, artista visual autodidacta, y Yanelys Núñez Leyva, licenciada en historia del arte.

La barriada de San Isidro, cuna de proxenetas, pícaros y prostitutas, probablemente sea el sitio más idóneo de Cuba donde asentar un proyecto contestatario. Aquí los opositores no son bichos raros. Son barrios duros, diferentes, donde las ilegalidades son el pan de cada día.

Antes que el castrismo legalizara paladares, peluquerías, hostales y taxistas privados, en esta zona pululaban los tiros de cerveza, salones de belleza y con un acuerdo verbal se cerraba el trato con el dueño de un automóvil para utilizarlo como taxis. Todo lo que sea clandestino es normal en San Isidro.

El Museo de la Disidencia es un sitio más en la parte vieja de la ciudad. Como el ‘burle’ (casa de juego) de la esquina o las fiestas por la izquierda que se arman en un dos por tres en cualquier municipio de la capital.

La antesala del Museo de la Disidencia es patibularia. Una lámpara de luz fría ilumina la sala. Diversos collages cuelgan en las paredes y en una mesa medio coja se apila un montón de libros. "Hay muchas cosas todavía por hacer", aclara Luis Manuel. Pero no dice que no vale la pena remozar el lugar: tiene la pinta perfecta de un espacio no autorizado en un país donde las libertades son exclusivas para quienes apoyan al régimen.

Luis Manuel Otero, 30 años, y Yanelys Núñez, de 28, son novios. Además de tener casi la misma edad, en común tienen que proceden de familias sin nadie con inclinaciones artísticas. Otero nació y se crió en un barrio caliente como El Pilar, Cerro, a diez minutos en automóvil del centro de La Habana, y donde las broncas hogareñas son frecuentes por cualquier nimiedad. Muchos viven de lo que se cae del camión, la venta de drogas o la bolita, ilegal lotería local. Siempre soñó ser escultor. “No sé de dónde me viene esa vocación. Que recuerde, lo más que se le acerca es un tío que era carpintero”.

La madre de Luis Manuel se partió el lomo para criarlo a él y un hermano menor. Su padre estaba más tiempo en la cárcel que en la casa. De niño vendió ladrillos, de adolescente DVD para sobrevivir en las difíciles condiciones del socialismo tropical. En aquellos años, solo tuvo un par decente de zapatos.

Lo primero que se le ocurrió para escapar de la pobreza fue correr. Y comenzó a entrenar bajo un sol de mil demonios en la Ciudad Deportiva como corredor de medio fondo. “Pero una vez quedé cuarto lugar en una competencia en Santiago de Cuba. Me di cuenta que eso no era lo mío. En mi tiempo libre, seguía con un trozo de madera, empeñado en transformarla en una obra de arte. Soy autodidacta. Me formé asistiendo a diversos cursos y talleres”.

En la primavera de 2011, Luis Manuel Otero presentó su primera exposición en una galería situada en 20 de Mayo, cercana al antiguo Estadio del Cerro. “La titulé Los héroes no pesan. Eran esculturas de personas sin piernas. Estaba dedicada a los combatientes mutilados durante la guerra de Angola”. A partir de ese año, su vida dio un giro de noventa grados. Comenzó a coquetear con el activismo político. Sus propuestas van del performance, como un stripper que realizó en noviembre de 2014 en la céntrica esquina de 23 y L, a obras audiovisuales al estilo de Juegos de Tronos.

En abril de 2017, en uno de sus performance, se preguntaba dónde estaba el busto del líder comunista Julio Antonio Mella, que antes de la inauguración del hotel de lujo Manzana Kempinski, las autoridades habían quitado de la otrora Manzana de Gómez. En enero de 2018, a orillas del crecido río Sena, en el Centro Pompidou de París, él y Yanelys develaron un supuesto testamento que el dictador Fidel Castro les dejara oculto en una botella de Havana Club.

Yanelys Núñez, probablemente una de las voces más interesantes del cambio en Cuba dentro del mundo intelectual, ha ejercido el periodismo alternativo en Cubanet y Havana Times y ha sido promotora cultural en la revista oficialista Revolución y Cultura.

Nació en Nuevo Vedado, no en uno de los chalets diseñados con buen gusto que han convertido el lugar en una de los mejores distritos residenciales de la capital (y donde tienen sus domicilios muchos integrantes de la élite verde olivo), si no en un horrible edificio sin balcones de 26 plantas, rodeado de otros esperpentos arquitectónicos erigidos con tecnología de cuando Yugoslavia era una nación comunista. Construidos por microbrigadas, esas edificaciones afean la zona. Pero es lo que trajo el barco de la revolución de Fidel Castro: vulgaridad urbanística.

Siempre sonriente, Yanelys cuenta que su familia estaba integrada, era revolucionaria. "Mi padre ya falleció, mi abuelo fue militar y mi madre técnica media en computación. Tengo una hermana. De niña leía todo lo que encontraba y veía muchísima televisión. Era fan de 24 x Segundo, programa del cineasta Enrique Colina. Cuando terminé el preuniversitario pedí periodismo, pero desaprobé la prueba de ingreso y entonces opté por historia del arte”.

Entró en la Universidad de La Habana en 2007. "Tuve muy buenos profesores. Es allí, en ese ambiente, que me empapo más a fondo de mundo cultural. Comienzo a visitar galerías de arte, comprar libros diferentes y asistir a los Festivales Internacionales de Cine de de La Habana. En mi aula éramos cuarenta y pico de alumnos, casi todas mujeres y solo tres mestizas”, recuerda Yanelys, sentada en un taburete sin espaldar en el recibidor del Museo de la Disidencia.

En esa etapa comienza a despertar en la joven una conciencia crítica. “Empecé a publicar en Havana Times -página digital prohibida por el régimen- y conocí a periodistas y escritores independientes como María Matienzo, Irina Pino y Verónica Vega. Durante mi estancia universitaria, nunca fui citada por la Seguridad por escribir en esa web. Incluso, cuando en 2012 me gradúo y comienzo mi servicio social en Revolución y Cultura, de manera ingenua le dije al subdirector de la revista que colaboraba con Havana Times y me respondió que eso no era un problema”.

En 2014, Yanelys y Luis Manuel inician su noviazgo. Juntos promocionan su obra y diseñan los futuros proyectos. La escalada gradual de la crítica al proceso castrista en el arte de los dos fue el detonante para que a ella la expulsaran de la oficialista revista Revolución y Cultura. “Sentí impotencia. Los oficiales de la Seguridad, que estaban detrás de todo el montaje, nunca dieron la cara. Vengo a ser entrevistadas por ellos a raíz de las detenciones de Luis Manuel”.

Yanelys aprovecha para aclarar que el Museo de la Disidencia es una idea original de Luis Manuel. "Él, como artista visual, es el que genera. Luego los dos complementamos el proyecto. El Museo surgió en abril de 2016. Al principio sin un espacio físico. Las primeras obras las expusimos en la vivienda de Luis Manuel en El Cerro, asistieron más de veinte personas. Las obras que han surgido después, según la Seguridad, son de enfrentamiento, lo cual no es cierto”.

Está convencida que el arte debe conectar con la gente de la calle. “Todas las propuestas nuestras son a puertas abiertas, para que cualquiera participe. Preparamos una caldosa y la compartimos con los asistentes, intentamos atraer músicos de rap, reguetón o artistas liricos. Desde que estamos en San Isidro lo hacemos así. Para nosotros, los vecinos del barrio no son meros espectadores. Son actores protagónicos", subraya Núñez.

Yanelys y Luis Manuel utilizan todas las vías posibles para difundir su labor, desde redes sociales, Cubanet, Diario de Cuba, Radio Martí, Martí Noticias y Havana Times, entre otros, hasta la prensa internacional afincada en la Isla.

¿Cómo ves el proyecto dentro de cinco años?, le pregunto. Medita unos segundos y a nombre de los dos responde: “Deseamos que el Museo de la Disidencia sea un proyecto sólido. Y apostamos por que existan mayores espacios independientes”.

Si usted recorre la barriada de San Isidro, pase y vea el Museo de la Disidencia. Yanelys y Luis Manuel los invitan.

Iván García
La foto de Luis Manuel la hizo Yanelys y la de ella la hizo Iván.
Leer también: Luis Manuel Otero: de atleta a artista disidente; Museo de la Disidencia, finalista a premio mundial sobre la libertad de expresión y Un afligido museo.

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