Por alguna razón que no logro precisar, el nombre de Díaz-Canel se me grabó hace tiempo, cuando una tarde, entre 1992 y 1994, llegué a la casa del jefe escolta de mi padre (Juan Almeida Bosque) y me contó que, durante una reunión donde solo asistían los miembros del entonces Consejo de Estado de la República de Cuba, en el cuarto piso del MINFAR, José Ramón Machado Ventura le había mostrado a Raúl Castro, y a todos los presentes, varios expedientes con fotos de un grupo de jóvenes dirigentes, como propuesta para ocupar cargos dentro del Gobierno.
Entre ellos estaba la de un tal Miguelito Díaz-Canel, a quién Raúl rechazó alegando que estaba demasiado joven y que había que foguearlo un poco.
Nació el 20 de abril de 1960, de profesión ingeniero y exprofesor universitario, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez es, de todos, el más presidenciable. La constante reiteración de imagen que ha tenido estos últimos meses nos indica que puede ser el sucesor del presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba.
Es curioso, dentro de las filas del Partido Comunista, excondiscípulos, incluso dentro de su propia familia, su nombre provoca una rara mezcla de opiniones y reacciones encontradas. Exalumnos de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas, donde se graduó de ingeniero, lo recuerdan como un estudiante aplicado pero de limitada inventiva y poco ingenio.
Compañeros de trabajo lo describen como un tipo reservado que escribe versos que no muestra. Algunos más arriesgados comentan que su estrategia de ascenso al poder solamente radica en mantenerse con la boca cerrada. Y una persona cercana a su núcleo familiar expresa "muchos organizamos nuestras vidas a partir de grandes o pequeñas decisiones. No es el caso de Díaz-Canel que contrasta, porque vive en el bando de los indecisos para no llamar la atención ni contradecir a nadie".
Opiniones a favor o en contra, Miguel Díaz-Canel es un líder fabricado por necesidad política y fecha de vecimiento de los dirigentes históricos del régimen de la Isla.
Hábil, con buena vista, mejor olfato, y el carisma de un cocodrilo, el actual primer vicepresidente de Cuba no deja de ser un buen hombre que apareció en el mercado laboral partidista después de estar agazapado y ha sabido moldearse a sí mismo para agradarle a Raúl Castro y a su principal mentor, José Ramón Machado Ventura.
Si él fuera el sucesor, el grado de apertura o de cierre de su gestión de gobierno dependería en gran medida de cómo Estados Unidos enfrente esa coyuntura. No obstante, el futuro de la Isla no estará precisamente en quién se lleve la corona sino en quién se apodere del cetro y pueda conquistar el trono.
Díaz-Canel es un dirigente aceptado, pero eso no quiere decir que sea un hombre respetado. En agosto de 2017, un pésimo video suyo recorrió las redes sociales. En él aparece un Díaz-Canel haciendo derroche de bravuconería barata contra lo que calificó como “una avalancha de propuestas y proyectos de contenido subversivo”, entre los que menciona la colección de material digital, que se conoce como El Paquete Semanal, ciertos negocios particulares que hacen referencia a los años 50, e incluso promete el cierre de la revista digital OnCuba.
Hoy, marzo de 2018, este medio de comunicación sigue en la Isla y los muchachos del Paquete continúan repartiendo material audiovisual. La autoridad de este señor, como primer vicepresidente de un país dictatorial, resulta más cuestionable que el título de estilista del peluquero de Kim Jong-un.
El calendario laboral de quien sea el nuevo líder incluye una serie de medidas de impacto. Están las que no solucionan mucho pero llaman la atención:
Anunciar los toques finales en la informatización de la sociedad cubana, que la población tenga mayor acceso a internet al terminar la instalación del servicio de conexión desde teléfonos móviles, conocido como 3G, y aumentar el uso a nivel nacional de nuevas tecnologías.
Derogar ciertas regulaciones y crear otras.
Reformar el sistema financiero del país.
Aprobar una nueva ley para la inversión extranjera.
Una reforma laboral centrada en aumentar, de forma concluyente, la calidad de empleo de los obreros cubanos, generar más trabajo autónomo y mejorar, de manera ostensible, el trato a los pensionistas.
¿Podrá Miguel Mario Díaz-Canel ejecutar estas medidas de golpe de efecto? Lo dudo. Esta agenda está diseñada para confundir a la opinión pública, agregar un nuevo elemento al escenario de las relaciones Cuba- Estados Unidos, jugar con la incertidumbre del pueblo y destruir, con reformas de intangibles, los planes de una disidencia que muy poco puede ofrecer.
Juan Juan Almeida García
Texto y foto tomado de Cibercuba, 22 de marzo de 2018.Leer también: Qué viene en Cuba después de los Castro.
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