lunes, 16 de junio de 2025

Cómo sobrevivimos en el mar de las prohibiciones castristas

 

No fue hasta inicios de la pasada década, cuando ya Fidel Castro llevaba más de cinco años retirado por enfermedad y había dejado sustituyéndolo al frente del régimen a su hermano Raúl Castro, que los cubanos pudieron vender sus carros y sus casas, poseer teléfonos celulares, ir teniendo gradualmente acceso a internet y viajar al exterior (si no estaban “regulados”) sin necesidad de mostrar la llamada “tarjeta blanca”, el permiso de salida expedido por el Ministerio del Interior.

A pesar de que muchas otras prohibiciones siguen aún vigentes ―la dictadura no ha dejado de ser dictadura un minuto; solo cambió el mascarón de proa―, las imposiciones oficiales impuestas a los cubanos fueron peores, mucho peores, a niveles delirantemente absurdos, en los 47 años en que gobernó Fidel Castro, una época que hoy algunos olvidadizos idealizan y añoran, quejosos por el desastre provocado por la extrema ineptitud y desfachatez de sus sucesores.

Luego del triunfo de la Revolución en 1959, en menos de dos años, Cuba se convirtió en una mezcla de campamento militar, reformatorio y manicomio, donde fueron conculcadas las libertades y el Estado dirigía hasta el mínimo detalle de la vida de las personas: lo que no estaba expresamente prohibido, era rigurosamente obligatorio.

La vida cambió a la velocidad de los caprichos, apuntados a un futuro que nunca llegó, de un mesiánico barbudo que vestía de verde olivo y no se cansaba, en sus larguísimos discursos, de regañarnos y aleccionarnos acerca de cómo debíamos ser y actuar.

En su pretensión de borrar todo rastro del pasado y lo que consideraban “los valores burgueses”, fueron mal vistos los buenos modales, vestir con elegancia y no utilizar el “compañero” o “compañera” (que debían sustituir a “señor”, “señora” y “señorita”).

El ateísmo de Estado preconizaba que “la religión es el opio de los pueblos”. Cientos de sacerdotes católicos fueron expulsados del país en 1961. Profesar creencias religiosas, junto a relacionarse con desafectos y cartearse con personas que se hubieran ido del país, en aquellas planillas conocidas como “cuéntame-tu-vida”, era de los peores impedimentos para conseguir un empleo de confiabilidad o estudiar en la universidad, que era ―sigue siendo― “solo para revolucionarios”.

Para eliminar la influencia estadounidense, sustituyeron los cómics de Disney por el Tío Stiopa, Mashenka, Gustavo, Lolek y Bolek entre otros animados de las ya desaparecidas Unión Soviética y naciones socialistas de Europa del Este. Y durante años proscribieron, por ser considerada un instrumento de penetración ideológica, “la música del enemigo”, o sea, toda la que fuera cantada en inglés, sin importar que fuera, en vez de estadounidense, británica, canadiense o australiana.

En 1971, tras el Congreso de Educación y Cultura, llegaron a prohibir toda la música pop extranjera (incluidos cantantes tan inocuos como Roberto Carlos, José Feliciano y Julio Iglesias), y la intentaron sustituir por la Nueva Trova y la música latinoamericana. Por supuesto que tampoco se podía escuchar a cantantes exiliados como Celia Cruz, Olga Guillot, Blanca Rosa Gil o Willy Chirino.

Hasta bien entrada la década de 1980, los jóvenes que usaban melena y pantalones estrechos o acampanados corrían el riesgo de que los cargara la Policía en algunas de las frecuentes redadas callejeras que el régimen hacía contra los que calificaba de “lacras sociales”. En primerísimo lugar entre estas “lacras sociales” estaban los homosexuales.

La homosexualidad era considerada oficialmente como una “práctica anormal y degradante” y una “conducta neurótica, escandalosa y antisocial”. Entre 1965 y 1968, millares de personas homosexuales, además de melenudos y Testigos de Jehová, fueron enviados a los campamentos de trabajo forzado de las UMAP,

En la década de 1970 (el llamado “Decenio Gris”), con la llamada Parametración, hubo otra depuración de homosexuales, religiosos, melenudos y otros “desviados ideológicos”. Muchos artistas e intelectuales eran citados a una oficina en Miramar, donde tenían que hacerse “una autocrítica” ante la Comisión de Evaluación del Consejo Nacional de Cultura, presidida por el teniente Armando Quesada.

Dicha comisión, en vista de los “errores confesados” y su “falta de idoneidad”, les aplicaría la Resolución 3, y “para darles una oportunidad de reivindicarse” y de que no les aplicaran la Ley de la Vagancia, los enviaban a trabajar a la construcción, la agricultura, a una fundición, como sepultureros o a empaquetar libros y revistas en una biblioteca municipal.

Entre otras muchas prohibiciones estaban la de oír radioemisoras foráneas (particularmente La Voz de América y Radio Martí); ver la televisión de Estados Unidos; leer a escritores como Guillermo Cabrera Infante, Mario Vargas Llosa, Milan Kundera y Aleksandr Solzhenitsyn; la tenencia de dólares (hasta su despenalización el 27 de julio de 1993); relacionarse con extranjeros; estar en zonas costeras de madrugada (so pena de tropezar con las bayonetas y los perros de los guardafronteras); venir de otras provincias a vivir en La Habana sin permiso; matar reses de tu propiedad; traer café y queso del interior del país a la capital; pescar alejado de la costa, tener barba los peloteros, etc.

Hoy pueden parecer increíbles esas prohibiciones absurdas. Los que las sufrimos y aún seguimos padeciendo otras, si pudimos resistir en esa atmósfera kafkiana fue buscando modos de eludirlas. Eso, a pesar de que, desde adolescentes tuvimos que soportar el escrutinio y asedio de profesores, policías y responsables de vigilancia y demás chivatones del CDR que velaban por nuestra pureza ideológica, mientras nos debatíamos entre las consignas con la muerte como disyuntiva, los muñequitos rusos, los manuales de marxismo, las películas de samuráis, los Beatles, Silvio Rodríguez y las canciones de la WQAM y la FM de Miami que no por prohibidas dejábamos de sintonizar.

En definitiva, aquellas prohibiciones no consiguieron sus objetivos, sino lo contrario. Hoy los cubanos, que suman millones en Estados Unidos ―no emigran más porque no pueden― son el pueblo más proestadounidense de Latinoamérica.

En cuanto permitieron las creencias religiosas, las iglesias de todas las denominaciones cristianas se llenaron (aunque fuera mayoritariamente de “creyentes a su manera”) y hubo más practicantes que nunca de las religiones afrocubanas.

La iniciativa privada, pese a todos los tira y afloja, no pudieron ahogarla, y pese a todas las trabas y zancadillas en favor de la empresa estatal, cada vez es más pujante.

En muchos de nosotros, el adoctrinamiento y las imposiciones solo consiguieron hacernos más reacios a la uniformidad y la mentalidad de rebaño. Cuando no lograron domarnos, si no nos fuimos del país o morimos de rabia o de tristeza, la tiranía nos hizo más incompatibles y rebeldes.

Luis Cino
Texto e ilustración: Cubanet, 7 de mayo de 2017.

lunes, 9 de junio de 2025

Cuba, la necesaria prensa independiente

 

Para llegar a la casa del periodista independiente Luis Cino Álvarez (La Habana, 1956), ubicada en el Reparto Eléctrico, municipio Arroyo Naranjo, al sur de La Habana, puedes optar por esperar durante horas las rutas de ómnibus P-6 y P-8 o viajar en un desvencijado taxi colectivo. Si te encuentras en El Vedado, al costado del antiguo hotel Habana Hilton, un almendrón, como le dicen en Cuba a los viejos autos americanos reconvertidos en taxis privados, te llevará a la barriada de La Víbora. Allí debes tomar otro taxi hasta La Palma, intersección en la cual confluyen cuatro importantes calzadas de la ciudad con aires de mercadillos gitanos. Finalmente, un viejo Jeep Willys te dejará a la entrada del reparto donde vive Cino.

Un trayecto de poco más de una hora que te costará 500 pesos, un tercio de la chequera de un jubilado. Cuando te bajas del jeep, verás una urbanización de la era soviética con edificios de espantosa arquitectura. Después debes caminar medio kilometro por un callejón sin aceras hasta la vivienda de Luis Cino, probablemente el más brillante periodista independiente de Cuba en la actualidad. Ha publicado tres libros y es un cronista soberbio. Habla inglés con soltura y tiene una amplia colección de discos, desde los clásicos del rock, country o jazz a lo mejor de la música cubana, que por supuesto no incluye el reguetón ni el reparto.

El domingo 13 de abril de 2025 estuve varias horas charlando con Cino mientras de fondo escuchábamos la voz excepcional de la brasileña María Bethania. Luis y su esposa, como casi todos en la Isla, se estrujaban la cabeza para ver qué comerían esa noche. “Hace meses que no recibimos gas licuado. Y como los apagones se han recrudecido, a veces tenemos que cocinar con leña en el patio. Cuando tenga un chance debería comprarme una hornilla de inducción”. El tema principal, además de la represión, es lo dura que está la vida. Comer se ha convertido en un lujo para la mayoría de los cubanos. Ya no recuerda la última vez que fue a pasear con su familia.

Cuando cae la noche, alista una colchoneta, un viejo ventilador y un libro de Mario Vargas Llosa y hace guardia nocturna en un kiosco de planchas metálicas pintadas de blanco situado al borde la carretera. “El dueño de un negocio privado me contrató como custodio. Me pagan 600 pesos por cada turno. Hago dos o tres guardias a la semana”, comenta. Periodista abiertamente anticastrista, Cino no dice que se ha visto obligado a trabajar debido al recorte de fondos implementados por la administración Trump a instituciones como la USAID y la NED que entregaban fondos al periodismo sin mordaza en Cuba.

Junto a Reinaldo Escobar y Victor Manuel Domínguez, Luis Cino es de los más veteranos reporteros libres que se han quedado en la Isla. Comenzó en 1997 junto a su amigo Juan González Febles, quien actualmente padece de demencia senil y sobrevive gracias a sus amigos. No hay ninguna organización en el gremio que brinde ayude a opositores y periodistas independientes con problemas de salud o muy ancianos. Para la dictadura castrista un disidente no es una persona. Por tanto no reciben pensiones ni tienen acceso a empleos de calidad o a la asistencia social.

Hace unos años atrás existía en el exilio una organización que presidía Bernardo Fuentes Camblor, que de forma discreta y efectiva entregaba alimentos y medicinas a los disidentes más necesitados. Pero por falta de fondos cerró. Raydel Fernández, empresario cubano radicado en República Dominicana, ha iniciado un proyecto, sufragándolo con su bolsillo, junto al opositor y analista disidente Julio Aleaga para ayudar a periodistas independientes.

El proyecto se llama Fondo de Apoyo a Periodistas y es una organización altruista, sin fines de lucro y voluntaria. Su misión es apoyar a los periodistas contestatarios que luego de años de trabajo, por su condición de defensores de la verdad, no encuentran el apoyo social necesario. La creación del Fondo, se basa en los aportes de donaciones y ayudas, de personas naturales o jurídicas. Con esos aportes se planifica un año natural (del 1 de enero al 31 de diciembre) y las prioridades y oportunidades.

El Fondo establecerá las normas y protocolos para definir quienes serán los beneficiarios de ayuda y en qué consistirá en cada caso, monetaria, alimentos y otras. Los beneficiarios del Fondo serán solo periodistas independientes que luego de más de veinte años en los medios independientes y con 65 años de edad se encuentren en condiciones de salud que les impida ejercerlo.

"Para el año 2025 se propone como beneficiarios a Juan González Febles, 76 años, ex director de Primavera de Cuba, primer periódico independiente realizado desde la Isla y colaborador de otros medios; Ana Torricela, 65 años, diseñadora gráfica; Moisés Leonardo Rodríguez, 76 años, presidente de la Corriente Martiana y Julio Cedeño, 71 años, activista opositor y colaborador de diferentes medios que ya recibió la primera ayuda", cuenta Raydel.

Para sortear la pobreza extrema, Cedeño vende caramelos en Monte y Factoría, en el portal del antiguo Ten Cent, frente al Parque de la Fraternidad. El pasado 4 de febrero, fue golpeado y detenido por la policía política lo que provocó la repulsa popular. Dos días después fue liberado.

La sistemática represión de la Seguridad del Estado, que ha provocado la emigración de cientos de disidentes, activistas y periodistas independientes, no ha podido acallar a las voces del cambio dentro de Cuba. Rolando Rodríguez Lobaina, director de Palenque Visión, ayuda con sus propios recursos y el apoyo de amigos en el exilio a varios reporteros, como Yeris Curbelo, de Caimanera, preso por su labor periodística.

El opositor y expreso político José Daniel Ferrer ha organizado un proyecto de ayuda humanitaria en Altamira, Santiago de Cuba, que ha tenido un notable impacto en la comunidad. “Yo viajo todos los días un montón de kilómetros hasta la casa de Ferrer. Para no tener que ir dos veces me dan el almuerzo y la comida. Próximamente también van a preparar desayunos. Ese hombre está haciendo un trabajo que beneficia al pueblo. No como el gobierno, que alardea de asistencia social y la gente está pasando tremenda hambre", dijo a Diario Las Américas un entrenador deportivo santiaguero ya jubilado.

En su opinión, "detener a los que van a comer a casa de Ferrer es un delito de Estado. Si no puedes garantizar la alimentación del pueblo, no impidas que otros lo hagan. ¿Qué puede molestar que una persona u organización reparta comida a los más pobres? Es pura soberbia del gobierno. El hambre es mala consejera. Si siguen azocando a los que vamos a casa de Ferrer, se puede armar una revuelta. Hay familias que esa comida es lo único que se pueden llevar a la boca”.

Según Prisoners Defenders, una organización radicada en Madrid que preside Javier Larrondo, ha habido 350 detenciones en menos de un mes: “Es un bochorno detener o acosar a personas que están pasando muchísimas necesidades por culpa de la ineficiencia del gobierno”.

El descrédito de la dictadura roza con el comportamiento criminal. Josefina Reyes, activista de la UNPACU, denunció que agentes de la Seguridad del Estado la intimidaron para que aceptara intoxicar los alimentos que cientos de personas necesitadas consumen en el domicilio del opositor. “Querían que le echara un producto que me iban a entregar. Yo me negué. De esa comida que preparamos comen también mis hijos”, señaló en America TeVe.

José Daniel Ferrer ha mostrado videos de patrullas policiales deteniendo a personas vulnerables. Pero la represión no ha impedido que cientos de ancianos sigan acudiendo a comer. Tampoco que en medio de las penurias cotidianas Luis Cino publique en CubaNet sus formidables crónicas.

Iván García
Foto: Luis Cino (izquierda) y Ricardo González Alfonso, dos de los periodistas independientes que junto a Raúl Rivero, director de la agencia de prensa Cuba Press, en diciembre de 2002 lanzaron el primer número de la revista De Cuba. En febrero de 2003 lanzarían el segundo número. En medio de la oleada represiva de marzo y abril de 2003, mientras Rivero y González se encontraban encarcelados, Claudia Márquez, con la colaboración de Vladimiro Roca, Iván García y Tania Quintero lanzaría un tercer número. Tomada de Un monumento al periodismo independiente, crónica recordando los diez años de la fundación de Cuba Press que Iván García publicó en Cubaencuentro el 19 de septiembre de 2005.

lunes, 2 de junio de 2025

Raúl Rivero, El Maestro

 

En español, la palabra maestro tiene dos significados: maestro y profesor. Raúl Rivero fue ambos.

Fue un poeta consumado, ampliamente considerado como uno de los más importantes y prolíficos del periodo revolucionario.[1] Participó en la fundación de la revista literaria cubana El Caimán Barbudo, en 1966; ganó los dos principales premios de poesía del país, siendo aún joven; y publicó más de diez volúmenes de poesía, tanto en Cuba como en el extranjero.[2] También impartió clases de periodismo en la Universidad de La Habana, tras graduarse, en 1969, como parte de la primera generación de periodistas formados profesionalmente, luego del triunfo de la Revolución.

Rivero fue también un maestro del periodismo. Como señaló con ironía Pablo Díaz Espí, su editor en CubaEncuentro y Diario de Cuba, su práctica ágil y simultánea de la poesía y el periodismo lo hizo "bilingüe"“ como escritor. Por supuesto, su talento periodístico estuvo bastante silenciado durante las décadas de 1970 y 1980, debido al bozal ideológico que debió llevar como propagandista de la prensa oficial, tanto en Cuba como en el extranjero.

Sin embargo, su destreza como cronista capaz de componer textos breves, vívidos y estéticamente originales sobre la vida cotidiana en la Cuba contemporánea se hizo evidente entre 1995 y 2003. Durante ese periodo publicó cientos de crónicas en el extranjero a través de Cuba Press, gracias a sus diversos editores y colaboradores internacionales. De hecho, una de sus crónicas más emblemáticas de esos años fue la serie de cinco partes titulada La vida cotidiana, escrita en diciembre de 1998 para aportar una dosis de realidad sobria en medio de las celebraciones por el 40 aniversario de la Revolución.[3]

Finalmente, Rivero es elogiado casi de forma unánime por sus colegas del movimiento de periodismo independiente en la isla (Iván García, Tania Quintero, Reinaldo Escobar, Luis Cino, Víctor Manuel Domínguez y Jorge Olivera), por la sabia orientación reporteril y los consejos de redacción que prodigaba constantemente a sus compañeros de Cuba Press y de otras agencias de prensa independiente, siempre acompañado de una infinidad de cigarrillos y tacitas de café al estilo cubano.

El género periodístico conocido en español como crónica es un estilo de no ficción literaria —de larga tradición y uso extendido en América Latina— que narra los detalles de la vida cotidiana en breves y vívidas viñetas, con frecuencia atravesadas por un mensaje de crítica sociopolítica de corte progresista. Entre los practicantes más conocidos e influyentes de este estilo se encuentran los escritores del siglo XIX, Rubén Darío (Nicaragua) y José Martí (Cuba/Nueva York) y, en la época contemporánea, los periodistas argentinos Tomás Eloy Martínez y Rodolfo Walsh.

A diferencia del periodismo tradicional, que busca transmitir únicamente “los hechos” sobre el quién, cuándo, dónde y por qué, la crónica es un estilo narrativo marcadamente literario que combina el rigor del reportaje con la estética y la creatividad propias de la ficción o la poesía. Por esta razón, la crónica suele solaparse con el costumbrismo, una tradición literaria española y latinoamericana que retrata la vida cotidiana, las costumbres y los modales característicos de épocas, regiones o países concretos. Así, la crónica habita un espacio liminar entre la literatura, el periodismo y las memorias personales, ya que muchas veces incluye también testimonios en primera persona.

La ficción del escritor colombiano Gabriel García Márquez dio origen al término “realismo mágico” gracias a novelas como Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, en las que lo mágico aparece imbricado en lo cotidiano. Del mismo modo, las crónicas que Raúl Rivero escribió en Cuba, entre 1995 y 2003, pueden calificarse de “surrealismo cotidiano”, por su capacidad de evocar con humor lo surreal en sus provocadoras y decididamente políticamente incorrectas reflexiones sobre la vida diaria en la Cuba de ese “período especial”.

El difunto poeta cubano Manuel Díaz Martínez captó a la perfección el carácter singular de la prosa de Rivero en la siguiente descripción, extraída del prólogo al libro Recuerdos olvidados (2003, Hiperión), una recopilación de textos del Maestro, publicada mientras el autor se encontraba encarcelado en Cuba, entre 2003 y 2004:

“Lo mejor de Rivero prosista son sus crónicas de la actualidad nacional. Revitalizan en clave moderna la gracia y la agudeza del mejor costumbrismo cubano. En ellas, con su humor tan criollo, con esa ironía suya que en ocasiones estalla en un sarcasmo espectacular, con el mismo asordinado sentimentalismo que atraviesa sus versos, Rivero nos ha dado una visión facetada y al mismo tiempo integradora, a base de viñetas que son como fotogramas de un filme interminable, de la realidad cubana. Estas crónicas nos llevan a la calle, nos acercan a la gente. Y dan testimonio del surrealismo cotidiano que se vive en la isla”.

Así mismo, en su prólogo al libro de Rivero, Orden de registro (2003, Editorial Hispano Cubana), el novelista cubano exiliado Guillermo Cabrera Infante coincide con esta valoración, al afirmar que Rivero demostró una “notable originalidad” en la prosa periodística que produjo durante esos años. Cabrera Infante también destaca que las crónicas de Rivero fueron leídas y admiradas a ambos lados del Atlántico, no solo porque revelaban a los lectores —acostumbrados a historias de sacrificio y logros revolucionarios— un “país inexplorado” crudo y largamente reprimido, sino también porque Rivero —el maestro periodista— fue “capaz de inventar una forma de narración a caballo entre la ficción y la viñeta de denuncia”.

El jueves 20 de marzo de 2003, agentes de la Seguridad del Estado allanaron el apartamento de la calle Peñalver No. 466 entre Francos y Oquendo, Centro Habana, que Raúl Rivero compartía con su esposa Blanca Reyes. Confiscaron todos los materiales de trabajo del poeta y director de Cuba Press y lo detuvieron. Aunque Reyes estaba acostumbrada al teatro de los agentes de la Seguridad del Estado, al verlos recoger minuciosamente cada rastro de la vida de su esposo como poeta y periodista —como si fueran peritos forenses en la escena de un crimen— pensó: “Si eso las presentan ante el mundo, la gente terminará riéndose, porque todos los periodistas, graduados o no, usan esas cosas para trabajar” (Sarah Beaulieu, 2013, pág. 343).

El propio Rivero debió de haber sonreído por dentro, pensando al menos fugazmente en su irónicamente profético poema Orden de Registro (Orden de registro | Letras Libres) publicado apenas un año antes en México, en su más reciente poemario Puente de guitarra. El poema describe con economía poética el absurdo de un allanamiento como aquel en casa de un poeta y periodista:

“Ocho policías
revisan los textos y dibujos de mis hijas
se infiltran en mis redes afectivas
[…]
con una orden de registro
una operación limpia
una victoria plena
de la vanguardia del proletariado”.

Mientras los agentes terminaban el inventario del apartamento, Rivero logró hacer una rápida llamada a Jorge Rouillón, corresponsal del diario argentino La Nación. Reyes tomó el teléfono discretamente y describió al periodista, en voz baja, lo que ocurría: “¡Están registrando la casa! ¡Que lo sepa todo el mundo, por favor!”. Luego añadió: “Están en la sala, vienen para acá…”, antes de que la línea se cortara (Sara Beaulieu, 2013, pág. 344).

Dado que aquel era ya el tercer día de la redada y que la casa de Rivero era un conocido punto de encuentro para escritores disidentes y periodistas independientes, la calle frente al edificio estaba abarrotada de vecinos y otros curiosos. Cuando los agentes introdujeron a Rivero, esposado, en el coche patrulla como si se tratara de un terrorista, un grupo de vecinos indignados comenzó a gritar. Sin embargo, los gritos que resonaban en la calle no estaban dirigidos contra Rivero, como había ocurrido durante su “acto de repudio” en 1997, sino contra los propios agentes. “¡Abusadores!”, clamaban. “¡Libertad!” (Iván García (Cuando Fidel Castro quiso desmantelar la disidencia), 2013).

Por su parte, los colegas de Rivero en Cuba Press, Tania Quintero y su hijo Iván García, permanecieron durante los meses siguientes en una especie de tensa espera, bajo el peso de aquellos “días cargados de espanto” (Iván García (Como viví la Primavera Negra - Desde La Habana), 2010), aguardando una segunda ola de arrestos que —por fortuna para ellos— nunca llegó. Al ordenar esta amplia ofensiva represiva coincidiendo con la invasión estadounidense a Irak, Fidel Castro había anticipado una respuesta internacional tibia ante la llamada “Primavera Negra” cubana. En lugar de ello, la condena internacional fue inmediata, generalizada y casi unánime. Contó, incluso, con el repudio de reconocidas figuras progresistas y antiguos simpatizantes intelectuales de la Revolución, como José Saramago y Eduardo Galeano. De hecho, la Unión Europea reaccionó rápidamente acordando una “posición común” que incluía sanciones económicas contra la isla.

Esa enérgica reacción ayudó a que Tania e Iván no acabaran en prisión, y llevó a Tania a concluir, como escribe en sus memorias, que el gobierno cubano “calculó mal” al lanzar una ofensiva tan amplia, tan rápida y tan prolongada. Esto, a pesar de que muchos de sus antiguos compañeros —los mismos que habían liderado la fundación de la prensa independiente en la segunda mitad de los años noventa— acabarían languideciendo en cárceles lejanas a sus hogares durante casi una década.

El propio Rivero pasó el resto de 2003 y casi todo 2004 en la prisión de Canaleta, en la provincia de Ciego de Ávila, no lejos de donde había nacido, pero a unos 400 kilómetros de su esposa y su hogar en Centro Habana. Sin embargo, gracias a una oleada de presión internacional y bajo el pretexto humanitario de su delicado estado de salud (que en efecto era muy grave), fue excarcelado —aunque no absuelto— el 30 de noviembre de 2004.

Regresó a casa siendo otro hombre. Como atestiguan tanto Reinaldo Escobar como Iván García —quienes lo visitaron por separado en su apartamento de Centro Habana antes de su exilio a España, el 1 de abril de 2005—, aquel a quien solían llamar cariñosamente “el Gordo Rivero” se había vuelto visiblemente más delgado tras su paso por prisión, habiendo perdido, quizás, unos 20 kilos durante el último año y medio (Iván García (Promesa a Raúl Rivero), 2021).

Pero la pérdida de peso era el menor de sus problemas. De hecho, cuando Escobar le preguntó por las dificultades que había vivido en la cárcel, Rivero prefirió no hablar de las duras condiciones, la comida escasa, las amenazas físicas de otros presos o sus largos meses en aislamiento (Jacobo Machover (Amazon.com: El Libro Negro del Castrismo (Coleccion Cuba y Sus Jueces) (Spanish Edition): 9781593881726: Machover, Jacobo: Libros), 2009, págs. 44-63). En lugar de eso, respondió simplemente: “Tremenda mierda me hicieron, ni siquiera un golpe”, frase que Escobar interpretó como señal de que los golpes más fuertes habían sido internos y que lo marcarían para el resto de su vida (Reinaldo Escobar (El Raúl Rivero que voy a recordar), 2021 y Podcast (‘Como lo conocí’ del 3 de enero de 2025), 2025).

Durante la visita de Iván García, Raúl le dijo, con tono casi de disculpa: “Nos vamos a España. Es un destierro, el régimen me ha dejado sin opciones”, y añadió, con su habitual sarcasmo teñido de nostalgia anticipada: “Parquearon el avión en la prisión de Canaleta para que me marche del país. Ojalá no sea un viaje solo con boleto de ida”.

Algunos meses después de su llegada a España, Rivero fue entrevistado por el investigador cubano-francés Jacobo Machover sobre su experiencia en prisión y sus sentimientos ante la libertad recobrada. Rivero no podía negar la alegría que le producía estar libre. Al mismo tiempo, cargaba con un profundo resentimiento por haber sido obligado a abandonar su amada patria, y con un pesado sentimiento de deuda hacia los compañeros de lucha —como Ricardo González Alfonso— que seguían presos en Cuba. “No me siento culpable. Lo que siento es la deuda con esa gente. Yo no me puedo sentir culpable de mi propia libertad”.

Ted A. Henken*
Hypermedia Magazine, 2 de mayo de 2025.

(*) Ted A. Henken (Pensacola, 1971). Profesor titular de Sociología en el Baruch College, Nueva York. Ha publicado los libros Cuba’s Digital Revolution: Citizen Innovation and State Policy (University of Florida Press, 2021) y Cuba empresarial: emprendedores ante una cambiante política pública (Editorial Hypermedia, 2020). Actualmente trabaja en la historia del periodismo independiente en Cuba.

Foto: Raúl Rivero, su esposa Blanca Reyes y su hija adoptiva Yeny, en su apartamento en Centro Habana. Tomada de Hypermedia Magazine.

Notas:

[1] Incluso Manuel David Orrio, el hombre que se hizo pasar por periodista independiente durante once años y luego testificó contra Rivero, durante su juicio de abril de 2003, como agente “Miguel”, se refiere a él como “un periodista y poeta distinguido —considerado el mejor de su generación […] la figura emblemática del movimiento de periodismo independiente en Cuba”, en un capítulo de sus memorias inéditas que compartió conmigo en diciembre de 2024.

[2] Estas obras son Papel del hombre (Premio David, 1969), Poesía sobre la tierra (Premio Julián del Casal, 1972), Corazón que ofrecer (1980), Cierta poesía (Premio MINFAR, 1981), Poesía pública (1983), Escribo de memoria (1987), Firmado en La Habana (1996), Estudios de la naturaleza (1997), Puente de guitarra (2002), Recuerdos olvidados (2003), Corazón sin furia (2005), Vidas y oficios (2006) y Contraseñas para la última estación (2015). También se han publicado dos antologías de su poesía: Herejías elegidas (1998, reeditada en 2003) y Orden de registro (2003).

[3] Publicada por primera vez en Le Monde, el 2 de enero de 1999, y reeditada muchas veces desde entonces, esta serie de viñetas cotidianas describe el “otro mundo” que vive la mayoría de los cubanos, muy distinto del que habitan los funcionarios del gobierno, los diplomáticos extranjeros en La Habana y los turistas que visitan los cada vez más numerosos hoteles y balnearios de la isla. Es una versión cubana de la célebre obra fotoperiodística de Jacob Riis How the Other Half Lives (1890), pero sin fotografía. Las luchas diarias y los “inventos” para conseguir comida y transporte (“Inventar, resolver, escapar” y “Camellos en el Caribe”), la triste realidad de los tan alabados sistemas de salud y educación (“Espíritu y material”), y la búsqueda constante de algo en lo que creer (“El regreso de Dios”) están todas magistralmente descritas, así como la sensación generalizada de fracaso y desesperanza ante el incierto futuro tras 40 años de Revolución (“¿Hacia dónde vamos?”). Esta serie y muchos otros textos de Rivero pueden encontrarse en los tres volúmenes de crónicas que recopilan su trabajo en Cuba Press entre 1995 y 2003: Pruebas de contacto (2003), Sin pan y sin palabras (2003) y Lesiones de historia (2005).

Leer también: Cuba Press en mi memoria, primera y segunda parte; Un monumento al periodismo independiente.