lunes, 25 de agosto de 2025

Los huevos de mi padre

 

Hoy que escucho sobre la escasez y los exorbitantes precios de los huevos en la isla cautiva, me acordé de mi padre. No es que necesite de huevos para recordarlo, sino que él siempre ha sido un tipo de muchos huevos. Literalmente hablando.

Mi padre, sobre todo, siempre ha sido un excelente padre y un perfecto hijo. Decente de los buenos, derecho, trabajador, ingenioso. Que tenga un atractivo invencible sobre las mujeres no es su culpa. Hablas dos palabras con él y ya lo quieres. Parece mentira, pero es verdad.

En 1959, cuando el Orador Orate llegó a liberar a los cubanos de la opresora libertad en la que vivían, mi padre trabajaba en una cafetería propiedad de una buena persona de apellido Granda. Como muchos, esta familia, que había trabajado toda su vida para lograr un patrimonio, tuvo que dejarlo todo y trasplantarse en la Florida. Mi padre, hombre de los de antes, se arriesgó y les compró el negocio, aun a sabiendas de que era muy seguro que se lo confiscaran más adelante.

Sin saberlo, le dio el primer empleo a un flaco orejón que después se hizo famoso cantándole al régimen del Orate. Canciones lastimeras, tristonas; no siempre lo nuevo es bueno, y esa trova artificial increíblemente marcó una época. El tal Silvio no duró mucho en el empleo, lo suyo no era el trabajo. Donde sí tuvo éxito fue en sus canciones. Hay veces que una sopa de letras y tres acordes de guitarra es todo lo que hace falta para ganarse el pan. Eso y ponerse al servicio de una tiranía.

Llegó 1968 y se acabó el negocio. Entonces mi padre, un tipo astuto, pasó a trabajar en una cosa llamada INIT: Instituto Nacional de Turismo. Turismo nacional, porque el internacional solo era alimentado por técnicos y militares soviéticos y de los países del bloque socialista. El hombre, trabajador como nadie, fue ascendiendo hasta llegar a ocupar un buen puesto en otro engendro llamado Centro de Asistencia Técnica. Oficinas nuevas en el lujoso Miramar, luego en el penthouse del hotel Sierra Maestra. Un bello edificio confiscado al senador Olmedo, de la vieja Cuba.

Estando en el envidiado trabajo, un viejo comunista, llamado Carlos Rafael y con el mismo apellido que Silvio el orejón, tan importante como voluble, lo metió en algún tema que no gustó al Orador Orate. Mi padre, que no tiene alma de soplón, calló, y cayó. Lo despidieron y vino a dar a otro instituto estatal, esta vez no relacionado con extranjeros, sino con pollos. Sí, pollos… y huevos.

Usted no está para saberlo, pero resulta que a mi padre, desde pequeño, le han fascinado las gallinas, los gallos, los pollos, los pollitos y los huevos. Nadie como él para encontrar un nido en medio de un matorral. Dios actúa, hasta en el comunismo.

Como jefe de abastecimientos del Combinado Avícola Nacional (CAN), se dedicó a fomentar la cría de pollos, de gallinas ponedoras y de huevos. Hasta diseñó una caja de cartón para transportar a sus queridos pollitos. Incluso su amigo Sansón, un dibujante fabuloso, creador de un popular personaje animado en la televisión, diseñó un hermoso logotipo: un pollito estilo Disney recostado sobre las socialistas siglas de CAN. Por supuesto, lo prohibieron ipso facto, diversionismo ideológico.

Total, que en pocos años su anónima labor llenó a Cuba de carne de pollo y huevos. "Arroz, chícharos y huevos", se quejaban los cubanos. A esa combinabación le decian 'los tres mosqueteros'. Los dos primeros ingredientes no sé de dónde provenían, pero los huevos eran los de mi padre.

Tantos había, que hasta el Orador Orate ordenó a los cubanos que se los arrojaran a sus propios paisanos que querían dejar el manicomio en 1980. Recuerdo las paredes llenas de huevos reventados contra las casas de los "traidores".

Hoy en día, muchos de aquellos aventadores de huevos o están muertos, o fuera de Cuba, o siguen en la isla cautiva, pero ya sin huevos. Mi padre sí tiene, gracias a Dios.

Omar Sixto
Blog Cuba olvidada: Recordar el pasado es recuperar el futuro, 14 de julio de 2025.
Ver video La mierda que le dan de comer a los cubanos.

lunes, 18 de agosto de 2025

Vivir en Cuba es un caos

 

Dos horas antes de acudir al hospital donde trabaja como cirujano, llamémosle Frank, tiene que cargar ocho cubos de agua desde la cisterna del edificio donde reside porque el motor está averiado. Luego de desayunar una taza de té -el alto precio del café lo ha convertido en un lujo- le prepara un vaso de jugo de frutas a su hijo y un pan con salchichas.

Después su esposa le ayuda a colocar unas planchas de madera para poder bajar su moto eléctrica por la escalera desde un segundo piso. “Es un trabajo pesado, pero con la ola de robos que hay en el país tenemos que cuidar la motorina como si fuera un tesoro”, dice Frank. Cuando la moto ya está en la calle se colocan sus cascos y los tres se apretujan en el pequeño asiento. Frank deja a su hijo en la escuela y a su esposa en la empresa donde trabaja.

Sobre las nueve de la mañana es que llega al hospital. “Es complicado atender a pacientes sin apenas desayunar y con veinte mil preocupaciones en la cabeza. Suma a todos los problemas de la vida cotidiana en Cuba, apagones, falta el agua, el gas licuado, si vas a un cajero del banco no tienen efectivo. Por si no bastara, en el hospital el equipo de esterilizar está roto, faltan guantes y jeringuillas desechables y ni siquiera hay jabón para lavarse las manos. Tenemos que traerlo de la casa, igual que los bolígrafos para llenar las recetas”.

“En el hospital escasean los especialistas. La mayor parte de las consultas la hacen estudiantes de medicina. La calidad de los servicios médicos deja mucho que desear. Eso repercute en el aumento de la mortalidad en enfermedades que son curables. A veces por falta de un antibiótico se complica un paciente y puede llegar a perder la vida. He visto casos de personas que entran al cuerpo de guardia con una gripe y debido a las bacterias que proliferan en el hospital por la falta de higiene, terminan ingresados en terapia intermedia. A mis pacientes les aconsejo que si no es un asunto de vida o muerte, la última opción es acudir al médico”.

“Como los salarios son tan bajos, un especialista de nivel gana un salario entre diez y once mil pesos al mes (26 a 29 dólares) entonces los médicos para ganar un dinero extra tienen su lista de pacientes privilegiados que atienden por WhatsApp o van a su casa. Son esos pacientes con sus regalos, en especie o dinero, los que te permiten poder mantener a tu familia. La otra opción es ganar unos dólares en una misión en el extranjero. Pero en ocasiones tienes que vivir en condiciones extremas y estar dos o tres años alejado de tu familia, sin contar que te tumban el 80 por ciento del salario, porque siempre esta gente (el régimen) se saca un as debajo de la manga y te paga menos. Por eso prefiero tener mis pacientes en La Habana. Con ellos resuelvo. Hasta una moto eléctrica me pude comprar”, concluye el cirujano.

Mientras Frank, su esposa y su hijo salen por la mañana en su motorina, Andrés, 65 años, después de trabajar toda la madrugada, regresa a domicilio. Desde hace treinta años es recogedor de basura. “Sobre las nueve y pico de la noche salgo. Camino casi tres kilómetros y cuando llego, no siempre puedo sacar el camión colector de desechos por falta de combustible o por una rotura. Como nos han recortado el combustible en un 75 por ciento, no se puede recoger la basura en la mayor parte de La Habana".

"¿Cuál fue el plan de los ‘iluminados’ que dirigen el país? Recoger los desechos solo en las arterias principales. Por eso tu ves todos los barrios y zonas interiores con montañas de basura. Esa inmundicia ha provocado brotes de cólera y enfermedades de la piel. Lo que pasa en Cuba no sucede en ningún otro lugar del mundo. En cualquier país, la basura es un negocio rentable. En Italia la mafia se ha involucrado en los desechos y en Japón le propuso al gobierno encargarse de la recogida de basura en la capital, hasta donaron cien camiones colectores, pero estos tipos son iguales al perro del hortelano, ni comen ni dejan comer. Prefieren que la basura inunde la ciudad”, afirma Andrés.

Magda, profesora jubilada, considera que la recogida de desechos es uno de los muchos problemas cotidianos que sufren los cubanos. Pero no el más grave. “Es verdad que parte el alma ver a La Habana llena de mierda. Lo sufro en primera persona, pues vivo en una casa en bajos, mi puerta da a la calle, cerca de una esquina donde la basura que tira la gente ha formado una montaña. Tengo que tener las ventanas cerradas por la peste, las moscas, cucarachas y ratones”.

En su opinión, la recogida de basura, como el resto de los servicios de públicos, no funcionan en Cuba. "Es increíble como Díaz-Canel y sus ministros se reúnen durante horas, hacen planes y proyecciones y los problemas en vez de mejorar se agudizan. Cada vez estamos peor. Con apagones de varias horas, sin agua potable, con déficit de medicamentos y sin gas para cocinar. Pero lo más grave de esta crisis es la alimentación: sin comer no se puede vivir”, señala Magda e intenta explicar lo que a su entender es una paradoja.

“Ningún salario en este país alcanza para comer. Y no hablo de alimentación sana. Para almorzar y comer en un mes arroz, frijoles, espaguetis, un picadillo rancio, aguacate, comprar pan y algunas frutas o viandas necesitas tres veces el salario medio que según escuché en el noticiero de televisión era de 6506 pesos. Imagínate entonces qué puede comer un jubilado con una pensión promedio de 2,200 pesos. Es una vergüenza ver a personas que trabajaron toda su vida registrando los latones de basura. Si no tienes familiares en el extranjero o eres dueño de un negocio pasas hambre. Es una realidad”, asegura Magda.

Diario Las Américas le preguntó a 15 personas aspectos positivos de la Cuba actual. Trece respondieron que ninguno. Una de las dos personas que mencionó algo positivo se encuentra un ingeniero: “Podría decir la naturaleza y la belleza de sus playas, pero cuando ves la arena sucia, repleta de latas vacías y los campos desbordados de marabú, tengo mis dudas”.

El otro, un emprendedor, dijo que en Cuba se puede vivir con cierto confort, “si eres pariente de un dirigente o un general; si no tienes 'padrinos', solo puedes resolver si abres un negocio que te dé ganancias y puedas comprar muebles modernos, aire acondicionado y un sistema de paneles solares, pues son más las horas sin luz que con luz. Y si eres inteligente, ahorras dinero y emigras, porque el gobierno cambia de palo pa’ rumba cuando le da la gana y por cualquier cosa te pueden meter. Si buscas estabilidad financiera tienes que irte”. Para muchos vivir en Cuba es un caos.

Iván García

lunes, 11 de agosto de 2025

Hace 200 años no hacían falta vietnamitas en Cuba

 

Cada día tengo menos contacto con personas dentro de la isla cautiva. Ya casi todos mis conocidos y familiares viven fuera de ella. Duele, pero a eso nos han llevado los Barrigones de la Junta que la oprime y nos exprime.

En una de esas escasas comunicaciones, me comenta mi amigo que ahora sí la situación de escasez de arroz, producto básico en nuestra dieta tradicional, deberá mejorar, puesto que ahora son vietnamitas quienes están a cargo de su cosecha.

-¿Vietnamitas? ¿Trajeron vietnamitas para que trabajen cultivando arroz?
-No, no. Vinieron a enseñarnos a sembrarlo y cosecharlo.
-¿A enseñarnos? Si mi abuelo, con mis tíos, lo sembraba en su vega de tabaco y tenían arroz para todo el año. Ni que fuera asunto de ciencias exactas.

Ahí quedó el tema, puesto que mi amigo pasó a hablar del apagón, la recarga, los inspectores y la visa a no sé qué país.

Pero los que conocen sabrán que el tema quedó dando vueltas en mi cabeza, y recordé que en una parte del nuevo libro que escribo se habla del arroz. Solo que del arroz que se cultivaba en Cuba hace ya dos siglos. Un señor Fernández de Cossío —que debe ser tatarabuelo del viceministro de Exteriores de los Barrigones— propugnaba la necesidad de construir un ferrocarril para aumentar la producción al sur de La Habana. Esto en 1830, cuando apenas iniciaba este por entonces novedoso... Iba a decir "revolucionario", pero la palabra me incomoda un poco. O mucho.

"El arroz, este solo artículo, pudiera justificar esta verdad. Pasan de cien mil las arrobas que anualmente cosecha esta jurisdicción, y solo se conduce a la Capital las quince mil que manifiesta el presente estado. Si hubiera un cómodo transporte, las ochocientas o novecientas mil arrobas que anualmente consume la Habana del extranjero las recibiría de este partido; porque muchos hacendados se dedicarían a esta siembra y establecerían molinos para su beneficio como ya lo había hecho el Excmo. Sr. Francisco Arango (y Parreño)".

Las 900 mil arrobas de arroz que Fernández de Cossío estaba seguro de que se podrían producir equivalen a 15 227 toneladas métricas. Ciento ochenta y seis años después, en 2016, la provincia de Mayabeque, que tiene como capital a Güines, esperaba producir 7,900 toneladas, aunque en noviembre solo llevaban cosechadas 6,000 de arroz "húmedo", sin secar aún.

En 2024 y en el año que transcurre, no se han publicado estadísticas de la producción de la región. Sabemos que el país solo produce el 11 por ciento del arroz que consume. Sabemos también que no se consume todo el arroz que los cubanos comerían de vivir en una sociedad sin racionamiento extremo.

En 1830, aquel Fernández de Cossío quizás ni sabía dónde quedaba Vietnam. En 2025, la Junta que da empleo a su tataranieto —o lo que sea— tiene que llevar a unos vietnamitas para que les enseñen a cultivar arroz. En 1959, mi abuelo sabía cosecharlo. Y, como él, miles de campesinos cubanos. Pero les quitaron las tierras en aras de la "justicia social".

Como no hay arroz, hoy los cubanos tendrán que comer justicia social con frijoles. El problema es que tampoco hay frijoles, y mucho menos justicia social. Mendigos, sin embargo, hay muchos.

Y se me olvidaba, los vietnamitas invaden la isla cautiva para producir arroz y así cobrar lo que los Panzones les deben. Venderán arroz, cobrarán con los dólares que los emigrados les manden.

Omar Sixto
Blog Cuba olvidada: Recordar el pasado es recuperar el futuro, 17 de julio de 2025.
Foto: Tomada de la Revista Vietnam en español.

lunes, 4 de agosto de 2025

Cuba, el país de las apariencias

 


La lluvia rebota en el techo de zinc de un cobertizo sucio con piso de tierra, utilizado para guardar sacos de abono comprado en el mercado informal, aperos de labranza y algunos trastos que siempre molestan en una casa. Al costado del camino vecinal, un viejo tractor de la era soviética y una yunta de bueyes que beben agua en un rústico vertedero de chapas cubierta con tierra rojiza.

Osvaldo, 68 años, dueño de la finca ubicada al suroeste de La Habana, fuma sosegado un mocho de tabaco, se rasca la cabeza con unos dedos gruesos que parecen garfios torcidos y luego de echar a andar la turbina con una planta eléctrica comprada en una agencia de paquetería en Miami, trota bajo la lluvia hasta el portal de su casa.

Antes de responder la pregunta de por qué la agricultura cubana no es capaz de suministrar suficientes alimentos al pueblo, Osvaldo se toma un buche de café, se sienta en un sillón y cruza sus pies encima de una mesita de hierro.

“No hay que darle más vueltas al tema. El único culpable que la agricultura no funcione es el gobierno. Ya yo perdí la cuenta de las medidas y estrategias trazadas por los que dirigen el país. Y el problema es que detrás de un buró no se puede hacer una cosecha. Cada siembra es diferente. La cantidad de malanga, plátano o carne de res no se puede planificar desde una oficina con aire acondicionado en La Habana”, afirma Osvaldo.

El campesino pone varios ejemplos. “Llegan los funcionarios, la mayoría cebados como puercos, con las agendas debajo del sobaco y con sus muelas políticas pretendiendo que a golpe de consignas se van a multiplicar las cosechas”, dice y añade:

“Y en la agricultura no existen los milagros. Funciona con inversiones y recursos. Si desde hace cuatro años a los dueños de finca nos entregan solo el 20 por ciento del combustible que necesitamos, sin abonos, fertilizantes ni piezas para el tractor y el regadío, simplemente no puedes esperar que las producciones agrícolas crezcan”.

Las estadísticas de las cosechas agrícolas, ganaderas, porcinas, pesqueras o azucareras asustan. Ni siquiera en un país en guerra como Ucrania el descenso ha sido tan alarmante. En el último lustro las cosechas han caído entre un 60 y 80 por ciento.

La producción de carne de cerdo en 2024 fue solo del 23 por ciento en comparación con 2018. Cada año mueren por hambre y sed más de veinte mil vacas. De seis millones de reses a principios del siglo XXI, actualmente hay dos millones y medio. Las que no mueren por enfermedad son sacrificadas por los matarifes clandestinos que luego venden la carne en el mercado informal.

“Es un desastre absoluto. El Estado no te da nada y te quiere exigir producciones elevadas. En vez de priorizar la agricultura y subsidiarla, como hacen los países del Primer Mundo, esta gente (la dictadura) te quiere vender los insumos y el combustible en dólares. Yo tuve que comprar dos plantas eléctricas en Miami para echar a andar la turbina y la minifábrica donde elaboro puré de tomate”, explica Osvaldo.

“Esos gastos repercuten en el precio final del consumidor. El gobierno vive en Babia. Acopio te quiere comprar las cosechas a precio de cerdo enfermo, te pagan precios muy por debajo del mercado de oferta y demanda. Entonces la cuenta no da. Tengo que pagar entre 800 y mil pesos diarios a cada jornalero. Antes de sembrar ya tengo la cosecha comprada por intermediarios. Aunque el gobierno no nos da nada, los finqueros privados somos los que estamos alimentando al país”, subraya Osvaldo.

Los datos corroboran sus palabras. A pesar que el Estado es el dueño del 75 por ciento de las tierras, incluyendo las más fértiles, apenas produce el 28 por ciento de las cosechas agrícolas, ganadera y porcina.

A setenta kilómetros de la finca de Osvaldo, en el Palacio de Convenciones, ubicado en el reparto Siboney, antaño barriada aristocrática donde sus propiedades fueron confiscadas por la nueva burguesía verde olivo, el miércoles 16 de julio comenzó el quinto periodo de sesiones de la monocorde Asamblea Nacional del Poder Popular.

Año tras año, la plana mayor de la dictadura, que suele vestirse con uniformes militares y guayaberas blancas importadas de Miami o Panamá, con gesto ceñudo y una narrativa repleta de frases huecas y consignas, discuten diversos temas e intentan ofrecer soluciones a las múltiples crisis que padece la Isla.

A los participantes les brindan, gratis, dos meriendas y un almuerzo a la carta en el restaurante El Bucán del Palacio de Convenciones. Las sesiones, climatizadas, se transmiten por Radio Rebelde y el canal televisivo Cubavisión. Asuntos medulares como los maratónicos apagones que sufren los cubanos desde hace tres años, el desabastecimiento general, el déficit de agua potable, gas licuado, medicamentos y combustible, entre otras muchas carencias, se debaten de forma superficial por los 602 diputados que en teoría debieran representar al pueblo.

Pero en la práctica es una puesta en escena. El parlamento es una herramienta de la dictadura para aparentar democracia. Los diputados son elegidos por una comisión del partido comunista. Todo muy calculado, como le gusta al castrismo.

Un porcentaje de mujeres, negros, deportistas, intelectuales, militares, profesionales y campesinos que conocen al dedillo el manual del correcto diputado. Dos son las reglas básicas: aplaudir y aprobar por unanimidad todas las propuestas del ejecutivo. Y siempre es de buen gusto mencionar y de memoria recordar, frases del dictador Fidel Castro, fallecido el 25 de noviembre de 2016.

Culpar de la crisis multisistémica al “imperialismo yanqui y su brutal bloqueo”, a pesar que las estadísticas indican que Estados Unidos es el sexto socio comercial del régimen de La Habana y que el envío de remesas es la segunda industria nacional después de la importación de médicos a los que el régimen les decomisa el 80 por ciento de sus salarios.

Cubanos de a pie, como Reinier, residente en el barrio pobre y duro del Romerillo, cerca del Palacio de las Convenciones, reconoce que nada se va a solucionar. “Es más de lo mismo, asere. Ya está demostrado que con el actual sistema nunca saldremos del hueco. Lo único que generan es hambre y miseria. La mayoría de los cubanos no siguen esos debates. A no ser para darle chucho y burlarse de la mierda que hablan”.

Ana, ingeniera, comenta que “la ministra del trabajo, ahora tronada por Díaz-Canel, Marta Elena Feitó, se ganó al Oscar a la mentira más grande al decir que en Cuba no había mendigos, que se disfrazaban de limosneros. Es una burla a los miles de personas que duermen en las calles y de la basura comen sobras de alimentos”.

Osvaldo, reconoce que la “asamblea nacional nunca ha tenido un voto en contra en sus cincuenta años de existencia. Esos tipos son unos mentirosos patológicos. Lo único que les importa es conservar sus privilegios. Esas reuniones son para cumplir una formalidad. Sentados detrás un buró no van a solucionar los problemas en la agricultura ni mejorar la economía”.

Dixan, estudiante universitario, considera que “Cuba es el país de la apariencia. La gente hace como que trabaja y el gobierno aparenta que le paga. El parlamento, el comité central y el resto de organismos burocráticos de este gobierno, es surrealismo puro. Son un todos unos oportunistas y unos corruptos disfrazados de ministros”.

Iván García