lunes, 8 de abril de 2013

La muerte de Chávez y las reformas en Cuba



Cuando por fin el presidente Hugo Chávez pueda descansar en paz y se vayan apagando los ecos de consignas, citas escamoteadas y santurronería a chorro, entonces al presidente provisional Nicolás Maduro no le quedará otra opción que gobernar.

Ya se convocaron elecciones, para el 14 de abril. Y en la Asamblea Nacional o la junta de gobierno, con la cabeza fría, las estadísticas y los números en rojos que señalan pésimos índices económicos, corrupción feroz, violencia criminal y los estantes huérfanos de provisiones, harán reflexionar y sacudir del trance a los camaradas de Chávez.

Lo harán por una sencilla razón. Si siguen cargando a hombros por todo el país con el féretro del teniente coronel de Barinas y no intentan gestionar los profundos y acuciantes problemas que aquejan a Venezuela, perderán el poder.

Ellos mejor que nadie lo saben. En la acera del enfrente está un Henrique Capriles, que si traza un programa político concreto y una estrategia de campaña certera, más temprano que tarde llegará a Miraflores.

Es, entonces, que los compadres del Partido Socialista Unido de Venezuela sacarán sus cuentas. Tendrán que hacer recortes de carnicero. Atenuar el liderazgo continental. Rebajar el tono al discurso polarizado. Aumentar la producción de crudo. Y soplarle bajito una mala noticia al régimen verde olivo de La Habana: “Lo sentimos, hermanos, nuestra situación interna es complicada, no podemos seguir enviando petróleo subsidiado, no se lo tomen a mal, no es nada personal”.

El General Raúl Castro sabe, como viejo zorro político, que ese momento puede llegar. No puede apostar todo a una sola carta. Y desde hace tiempo (si alguien juega con cierta ventaja es el gobierno de los Castro, debido a que conocía de primera mano el verdadero estado de salud de Hugo Chávez), los asesores y tecnócratas de Castro II tendrían preparada una lista de recomendaciones como plan de contingencia.

Ningún estadista que se precie se aferra a una sola opción. La administración de Raúl Castro tenía prevista esa eventualidad. Desde hace un lustro, los autócratas miran a Brasil. Potencia emergente con pinta de transformarse, a mediados del siglo 21, en un centro del poder mundial.

Tiene además una democracia estable. Una izquierda moderna reciclada que administra el país no solo para sus seguidores. Ya el legendario obrero metalúrgico de Sao Paolo, Lula Da Silva, había convencido a banqueros y empresarios brasileños de que era el momento perfecto para invertir en Cuba.

La inversión brasileña de 900 millones de dólares en el puerto del Mariel, en las afueras de La Habana, no es una aventura empresarial. Se hace con vista larga. Después del 2014, la nueva dársena podría convertirse en la más importante del Caribe. Y, cuando suceda en Cuba una democracia ordenada, podría convertirse en el principal competidor del puerto de Miami.

Brasil también invierte en el sector azucarero. Y se rumora que hay interés en hacer negocios en turismo, inmobiliarias y prospección de petróleo. Precisamente en la búsqueda de petróleo, para garantizar su independencia energética, el gobierno cubano sigue explorando en los mares adyacentes a la isla.

Hasta ahora sin éxito. Pero cálculos de los sesudos pronostican la existencia de una reserva considerable de crudo en el área. Quizás el problema radica en buscar el socio apropiado. Entonces miran a Estados Unidos, una de las pocas naciones que cuentan con la tecnología adecuada de exploración en aguas profundas. Hay barreras que deben echarse abajo si se pretende tener un proyecto de futuro.

Si se desea un salto económico hacia adelante, un garante perfecto para mantener una línea sucesoria, el régimen sabe que debe hacer ciertas concesiones. El agitado y confuso panorama venezolano no se antoja esperanzador. Es como jugar con barajas marcadas.

Los cubanos no están preparados para abrirle otro hueco al cinturón. En los últimos 22 años, se ha vivido una crisis económica estacionaria que ha provocado el éxodo de casi un millón de ciudadanos calificados y profesionales de calibre.

Hoy, la sociedad cubana envejece. Debido al signo de interrogación que esconde el futuro, las mujeres en edad de procrear no quieren tener hijos. A lo sumo uno. Eso convierte al país en un estado cautivo de ancianos que deben ser sostenidos por un Estado ineficiente y sin dinero.

Nadie mejor que los mandarines en el poder saben que para revertir el estado de cosas, las reformas económicas profundas y algunas de corte político se imponen. No queda otra. Si las cosas en Venezuela no marchen de la manera prevista, La Habana tendrá que jugar al duro.

¿Qué podría suceder en ese hipotético panorama? En mi opinión, cuatro son los posibles escenarios. El primero, abrir más el mercado a inversiones chinas o brasileñas, disminuyendo la participación de capital estatal de un 51% a un 30%, quizás menos.

El segundo, permitir inversiones de cubanos residentes en el extranjero o en dentro del país. Las pequeñas empresas con capital de cubanos residentes, sobre todo en Estados Unidos, sería un elemento importante en el relanzamiento de la economía. Sin contar que a empresarios acaudalados como Saladrigas o Fanjul, se les hace la boca agua esperando el momento de invertir en su patria.

El tercero, promulgar una nueva ley de inversiones extranjeras, ágil, moderna y con garantías jurídicas hacia el inversor, que alentaría los negocios en Cuba. Y el cuarto, permitir a los cubanos de la diáspora, no muy críticos con el régimen, participar en la política. Podrían votar y tener un papel más activo en la vida nacional.

El dilema es que para efectuar reformas de calado, resulta esencial levantar el embargo. La administración de Barack Obama no piensa hacer por ahora nuevas propuestas. Ellos pasaron la pelota a cancha cubana. Es Cuba la que debe tomar la iniciativa.

En lo económico se puede hacer mucho más. Pero si se desea que la Casa Blanca intente desmontar el embargo lidiando con un Congreso negado a hacerlo, Raúl Castro tiene que hacer algunas concesiones políticas.

De suceder lo peor en Venezuela, los hermanos Castro se mantendrían quietos en base. El único camino viable para no retroceder a los años duros del período especial es aprobar ciertas libertades políticas.

Podría ser la motivación para que Washington considere estudiar el levantamiento del embargo. En caso de no derogarlo, quizás podría autorizar sin limitaciones los viajes a Cuba de ciudadanos estadounidenses.

En última instancia, quedaría una quinta opción: la de mantener un discurso de guerra y una perspectiva numantina. Pero se corre el riesgo de que se caldee la situación interna y se hipoteque la continuidad de un gobierno castrista.

En la gaveta de Raúl Castro deben dormir diferentes variantes de contingencia. El proceso de tibias reformas y la muerte de Chávez lo pilló a mitad del río. Si se vuelve atrás, pone en peligro el poder y la estabilidad. Lo más práctico es apostar por seguir adelante. Pero esa respuesta sólo la tiene el General.

Iván García
Foto: Cartel desteñido en La Habana. Tomada de Reuters.

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