lunes, 25 de septiembre de 2017

La doble vida de algunas jóvenes cubanas



La primera vez que Liuba viajó a Moscú fue en junio de 2014 cuando Giorgi, un ciudadano ruso que conoció en Facebook gracias a una amiga, la invitó a pasar unas vacaciones en su apartamento en el centro de la capital rusa.

Durante poco menos de un mes, Liuba y Giorgi habían intercambiado mensajes. Según cuenta la propia Liuba, joven negra residente en Cienfuegos, ella había comenzado una carrera como bailarina en centros turísticos después de graduarse de la Escuela Nacional de Arte y, aunque conocía de las verdaderas intenciones de Giorgi, en la trampa que se dejaba tender, vio la oportunidad de salir de Cuba y mejorar la economía familiar.

“Sabía que detrás de todo eso había algo más. Solo entré en el juego. Ya otras amigas de la escuela de arte me habían hablado de Giorgi y de lo que iban a hacer en Moscú durante las vacaciones, pero aún así decidí irme. No le podía decir a Giorgi: ‘Oye, yo sé en lo que tú andas’. Tenía que seguirle el juego; si no, lo espantaba, y quería ir a Moscú a lo que fuera. Les dije a mis padres que me había ganado una beca de danza y todavía ellos creen que voy a estudiar ballet clásico a Moscú”, nos cuenta Liuba para más tarde revelar los detalles de la doble vida que lleva entre La Habana y Moscú desde hace tres años.

“En Cuba tenía que trabajar casi todas las noches hasta la madrugada y por las mañanas, ensayos tras ensayos. No tenía vida, y todo por un salario que se me iba en pagar la máquina (taxo) que me llevaba y traía. Un día me encuentro con una ex compañera y me dice que viajaba todos los años a Moscú y que ganaba cantidad de dinero. Me embullé porque buscaban jóvenes negras, de buen cuerpo, no importa que supieran bailar bien, la cosa es que tuvieran picardía. Al poco tiempo me escribió Giorgi, en tono como que quería amistad y romance, en ningún momento hablamos de prostitución ni de contratos, todo como si fuéramos novios. Ya en Moscú es cuando Giorgi me habla claro. Tenía que pagarle los gastos de pasaje y alojamiento más un porciento y lo que yo ganara extra era todo mío. A mí me pareció genial”, dice Liuba, como si hablara del gran negocio del siglo.

La historia de Liuba es muy semejante a la de su amiga Daisy, también cienfueguera y graduada de danza en la misma escuela. Daisy realizó su primer viaje a Moscú en julio de 2016, pero no coincidió con Liuba en el negocio de Giorgi sino en otro administrado por un sujeto que se hace llamar Olev.

“Pienso quedarme hasta finales de septiembre de 2017. El año pasado, después de pagar la deuda con Olev, me quedé con tres mil dólares limpios, sin contar lo que gasté en ropas y cosas para la casa. Jamás iba a hacer ni la décima parte de ese dinero en un año en Cienfuegos, aunque bailara los siete días de la semana sin descansar. Al final, en Cuba uno termina haciendo lo mismo. Bailas para los extranjeros y después terminas acostándote con ellos por unos dólares y ya”, confiesa Daisy, que acaba de cumplir 20 años.

“Mi padre es militar y mi madre es profesora de secundaria, pero ellos no saben nada. Para ellos, tengo un contrato de trabajo en una escuela de baile en Moscú y están muy contentos. Yo les traigo de todo. Antes se quejaban por haberme dejado estudiar danza, sobre todo cuando me veían llegar de madrugada, ojerosa, cada día más flaca, pero ahora me ven como alguien que ha conseguido algo bueno. No les puedo quitar esa ilusión”, comenta Daisy, quien afirma que cada día hay más jóvenes cubanas que viajan a Moscú para aventuras similares a la suya.

“Conmigo trabajan cuatro cubanas. Todas somos negras o mulatas, porque somos muy demandadas y nos pagan muy bien. Ninguna estudió conmigo, pero hay dos que son graduadas de danza en La Habana y otra es de Camagüey; la otra no sé, no me llevaba muy bien con ella pues siempre estaba quejándose. Nadie está obligada, pero no te puedes ir hasta que no pagues la deuda. Olev se queda con el pasaporte y con los pasajes y hasta que no le pagues no puedes salir del apartamento sola. Si quieres ir a la tienda, tienes que ir con él o con Serguei, que es el que nos cuidaba por la noche y llevaba pistola. Mientras no pagues no puedes ni asomarte al balcón, pero vale la pena”, asegura Daisy.

Al no requerir visado, Rusia se ha convertido en un destino ideal no solo para los negocios de las llamadas “mulas” en Cuba (personas que viven de importar mercancías, aprovechando la perpetua escasez de productos en la isla), si no también de jóvenes que, desesperados por la miseria y la falta de oportunidades, una vez terminados los estudios, buscan salir adelante aunque sea viviendo una doble vida y exponiéndose a los peligros del tráfico humano.

Países que exigen visado a los ciudadanos cubanos y que incluso clasifican en la lista de las naciones más empobrecidas del planeta, igualmente se han convertido en lugares de destino para el comercio sexual proveniente de Cuba. Haití es el mejor ejemplo.

Lo confirma el testimonio de Leyanis, guantanamera de la raza blanca que dice haber viajado a la nación caribeña para trabajar como bailarina en un centro nocturno y donde además debía dedicarse a la prostitución.

“La primera vez que viajé me hicieron muchas preguntas al entrar al país, pero al final pasé. Tenía miedo porque todo lo que uno oye hablar de Haití es de enfermedades y pobreza, y es verdad que las hay, pero existe otro Haití para la gente que tiene dinero. Hay clubes nocturnos y hay gente que va a gastar. Fui por una amiga que ya había estado y me puso en contacto con la gente. Buscaban blancas, rubias, tuve que teñirme el pelo, y para salir a la calle usaba blusas de mangas largas y una sombrilla. La primera vez, en 2015, viajé con pasaporte cubano. Solo pude estar veinte días, pero hice bastante dinero. Tuve que pagar dos mil dólares al que me ponía los puntos (clientes), pero no tuve que pagar pasaje ni alojamiento porque estaba en esos dos mil dólares. En 2016 volví, con un pasaporte español que compré en cuatro mil dólares, y pude estar tres meses. Parte del dinero lo gasté en ropa, zapatos y cosas para revender, que al final se me convirtieron en casi siete mil dólares”.

Leyanis piensa volver este año a Haití e incluso ha planeado casarse con un haitiano para poder quedarse a residir en el país buena parte del año y, de ese modo, aumentar las ganancias. “Tengo que aprovechar mientras tenga juventud y la gente pague por eso. Después pienso regresar y comprar una casa en La Habana, comprarle una casa a mi madre en Guantánamo, y tal vez poner un negocio. Pero también puede ser que me embulle y me quede por allá. Con todos los problemas que tiene, Haití está mejor que Cuba. Incluso, si me enfermo, allá hay más médicos cubanos que aquí”, expresa Leyanis entre risas.

Ernesto Pérez Chang
Cubanet, 24 de julio de 2017.
Foto: Tomada de Cubanet.

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