lunes, 20 de agosto de 2018

"En San José de las Lajas antes nos sentíamos habaneros"



Con un cucharón abollado, Luisa prueba la masa de de maíz que se cuece a fuego lento. Luego que los tamales se terminan de cocinar, de un caldero negruzco vierte en una hoja una porción de tamal sazonado con cebollinos y pedacitos de pellejo de cerdo.

Luisa es una santiaguera que ha vivido en cinco provincias y nueve municipios diferentes. Su esposo, una hija y la nuera la ayudan a preparar los tamales e introducirlos en una lata adaptada para mantenerlos caliente. Posteriormente los va contando y acomodando en un improvisado puesto de venta ambulante.

Pasada las diez de la mañana, arrastra el carrito con tamales y media docena de termos de café puro, sin mezclar. Pasa un charco pestilente y verdoso repleto de jejenes y en la parada ubicada en la añeja Carretera Central, aborda un camión hasta San José de las Lajas, cabecera provincial de la nueva provincia Mayabeque, un engendro administrativo instaurado por el régimen para experimentar el funcionamiento independiente del Consejos de Administración y el Poder Popular.

“Salí de Santiago de Cuba hace once años. He vivido en Ciego de Ávila, Villa Clara, Matanzas, La Habana y ahora en Mayabeque. Resido en el caserío Loma de Tierra, a unos dos kilómetros de San José. El maíz molido y el café en grano sin tostar lo compró en el Cotorro (municipio habanero) donde vive mi nuera”, cuenta Luisa, una señora locuaz, que en una bocina donde ha grabado un pregón que unas veces repite: Pruebe los tamalitos de Luisa a cinco pesos, y otras, Tamales, tamales, tamales...

“Eso lo inventé pa ‘descansar la voz, mi’jo. Vendiendo café y tamales a veces estoy más de diez de horas y llegó a la casa afónica. Yo no tenía licencia, pues ni siquiera tengo mis papeles de residencia en regla, pero con una platica ahorrada compré una licencia. Con el dinero de las ventas tengo que completar 1,500 pesos para pagar una multa. A mi hijo lo cogieron vendiendo tarjetas de navegación en el parque wifi de San José. Desde que en 2011 se creó la nueva provincia no veo ningún beneficio. Eso sí, la policía e inspectores son muchos más rigurosos que en otros lugares”, dice Luisa.

En la calle principal de San José de las Lajas, antes de llegar a la céntrica esquina de Cuatro Caminos, varias personas hacen cola para comprar huevos. "Esto es candela. Hacía dos meses que no llegaba el huevo por la libre. Lo están vendiendo racionado, un cartón de huevos por persona. Pero cuando lleguen los dueños de cafeterías y dulcerías vuelan", comenta Pedro, un jubilado que espera con una jaba de nailon.

“Antes de la revolución, San José de las Lajas era un pueblo bastante próspero. Había numerosas industrias y hasta un concesionario de la Chevrolet. Por la cercanía con La Habana y estar a solo a diez kilometros del centro del Cotorro, siempre no hemos sentidos habaneros. Cuando jugaba el equipo de pelota de la antigua Habana con Industriales, en el estadio Nelson Fernández, la gran mayoría del público apoyaba a la novena azul. Eso de ser cabecera provincial de Mayabeque la gente no lo ha interiorizado. No queremos ser guajiros”, confiesa Pedro.

Mayabeque, con menos de 400 mil habitantes, tiene once municipios: Batabanó, Bejucal, Güines, Jaruco, Madruga, Melena del Sur, Nueva Paz, Quivicán, San Nicolás de Bari, Santa Cruz del Norte y San José de las Lajas, que al ser más poblado es la capital. En Bejucal, a tiro de piedra del poblado capitalino de Santiago de las Vegas, la pujante industria privada de muebles, cuenta con algunos de los mejores carpinteros de Cuba.

Bordeando el Océano Atlántico, después de pasar las playas de Santa María y Guanabo, está enclavado el municipio de Santa Cruz del Norte, que además de zona ganadera es la más industrial de Mayabeque. Desde la costa se divisan las máquinas perforadoras de petróleo. Cuenta con dos plantas de generación eléctrica en sociedad con una compañía canadiense y con una central termoeléctrica.

Pero la joya de Santa Cruz es su fábrica de ron, que produce el Havana Club. El antiguo Central Hershey y su otrora espléndido batey hoy es un pueblo fantasma donde los más jóvenes emigran a La Habana en busca de mejores salarios.

En San José de las Lajas también se localizan varias industrias, entre ellas una de elaboración de pastas y salsas de tomate, otra de cerámica y materiales de la construcción y una fábrica de muebles sanitarios.

Damián, un moreno rechoncho, viaja con frecuencia a San José para hacer negocios por debajo de la mesa. “Traigo queso crema y yogurt saborizado que compro en la industria láctea del Cotorro, a veces cajas de cerveza , que luego revendo en San José y aquí adquiero puré de tomate concentrado y ahumados de cerdo”.

Una flota de ómnibus Diana, con motor ruso y carrocería ensamblada en una industria en Guanajay, en la provincia de Artemisa, es la encargada del transporte local en Mayabeque. “Estas guaguas son incomodísimas. El diseño es feo a matarse, pero es lo que trajo el barco del socialismo cubano”, se lamenta el chofer.

Al mediodía, con un calor de espanto y una humedad pegajosa, un grupo de personas se conecta a internet vía wifi en el parque principal de San José. La conexión es más rápida que en La Habana.

“Es que aquí, por el cuero que da la policía, no hay Connectify, que ralentiza la conexión. Hasta pa’ vender tarjetas de navegación tienes que andar con mil ojos, pues la moná se aparece cuando menos te imagina”, explica un vendedor callejero de tarjetas Nauta.

Las calles interiores, como en casi todas las ciudades de Cuba, están destrozadas. Los bicitaxistas esperan clientes en las esquinas. Y quienes poseen moneda dura beben cerveza en el parque que bordea un pequeño boulevard.

“En San José puede faltar de todo, pero nunca el ron. Una buena parte de la población son palestinos que han venido de oriente y ellos beben en las esquinas alcohol destilado”, señala Maikel, cantinero del bar Havana Club.

Ninguna de las personas con las que conversó Martí Noticias pudo enumerar los beneficios que proporciona ser provincia. “Es igual que antes, cuando éramos municipio. Quizás lo más positivo es la tranquilidad. Por lo demás, nada ha cambiado. Resolver comida es una jodedera, en el agro los precios son de apaga y vamos y la mayoría de la gente anda con una mano alante y la otra atrás”, manifiesta un barbero particular.

Los negocios privados se centran fundamentalmente en la venta de ropa, calzado, herrajes de plomería y piñatas para fiestas infantiles. En la gastronomía, lo mejor son las cafeterías que ofertan entrepanes, pizzas y jugos.

Casi todos los restaurantes, al contrario de La Habana, son administrados por empresas del Estado. En La China, un minúsculo salón con aire acondicionado, se puede comer masa frita de cerdo, arroz congrí, ensalada de pepino, col y tomate, boniato frito y jugo por menos de cinco dólares.

Después, en una explanada colindante a la vetusta estación ferroviaria de San José de las Lajas, con quince pesos, el equivalente a 0.60 centavos de dólar, puedes abordar un taxi particular rumbo al Cotorro. Y si tienes suerte, porque nunca se sabe el horario cuando pasa, puedes regresar a La Habana en tren.

Texto y foto: Iván García


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