Isabel Urquiola, la madre de Ariel, nunca imaginó lo que ocurría. Durante la temporada de exámenes finales en la escuela primaria, ella se percató de que la piel de su hijo, su tez blanca, se hacía cada vez más bronceada, como si tomara el sol en la playa. Un día, sin avisar, se presentó en la escuela. Se asomó al aula y todos estaban en sus pupitres, hacían un examen, pero no vio a su hijo.
“Ariel estaba en la terraza, castigado bajo el sol. Hacía su prueba solo, en su pupitre de madera. Él estaba en contra del fraude de las profesoras, que les soplaban las respuestas a los alumnos, y esa fue la medida que ellas tomaron para que Ariel no las increpara por semejante actitud”, cuenta Isabel.
En quinto grado de primaria, Ruiz Urquiola ya tenía tatuadas en su conciencia una serie de lecciones éticas impartidas por su abuelo. Todo empezó cuando, con seis años, quiso irse a trabajar con el padre de su madre a Mantua, Pinar del Río. La idea era darle una mano sembrando arroz y frijoles, enyugando bueyes. Su madre accedió. La única preocupación de Isabel era la preparación docente de sus dos hijos. En casa les dio todas las libertades, y solo exigía buenos resultados académicos.
“Nuestro abuelo era masón y nunca comulgó con los extremismos del gobierno cubano. No lo verbalizaba, pero su actitud tan recta en la vida y su intransigencia contra la corrupción y el abuso influyó en nuestra forma de pensar. Fue un horcón moral en la familia y eso a mi hermano lo marcó”, recuerda Omara.
En una ocasión, el padre de Isabel Urquiola debió cumplir un año de privación de libertad. Un hermano de masonería se presentó en su finca y le pidió un favor: necesitaba dos caballos, uno para él y otro para un amigo que lo acompañaba. Los hombres querían llegar hasta la costa más occidental de la isla para marcharse en algún artefacto marítimo. El gobierno estaba detrás de sus pasos. Uno de ellos formaba parte del movimiento insurreccional que tras el triunfo de la Revolución se alzó en el Escambray con la intención de derrocar a Fidel Castro. Años después, el hombre buscado regresó de visita a Cuba procedente de Estados Unidos. Lo detuvieron y, en el interrogatorio, mencionó el nombre del abuelo Urquiola, quien fue procesado por delito de conspiración.
Pero si algo marcó la niñez de los hermanos Ruiz Urquiola fue la condena de su padre, Máximo Omar Ruiz Matoses, a 17 años y tres meses de prisión. “Conocimos la prisión política a través de mi padre. Hemos tenido que pagar una cuota de culpa por ser sus hijos”, confiesa Omara.
Ruiz Matoses, 71 años, vive hoy en España y fue un ex alto oficial de las fuerzas armadas. Ingeniero especializado en radares y telecomunicaciones, obtuvo el rango de teniente coronel y lideró el Grupo de Desarrollo Técnico del Ministerio del Interior (MININT). “Él era quien compraba desde los somatones hasta los walkie-talkies. Todo el equipamiento y la técnica que necesitaba Cuba para espiar. Fue el que interceptó la señal de Radio y TV Martí”, afirma Omara
Al final de su carrera militar, Ruiz Matoses se convirtió prácticamente en un disidente dentro de las filas del MININT. En reuniones del Partido Comunista comenzó a fustigar la conducta de la alta dirigencia del país. Por entonces, las fuerzas armadas estaban enfrascadas en el célebre caso del general de división Arnaldo Ochoa, fusilado en julio de 1989 junto a otros tres militares por cargos de alta traición y narcotráfico internacional.
“Mi padre estaba absolutamente decepcionado y pidió su jubilación. Antes había solicitado un despacho con Raúl Castro para hablarle del desvío de recursos”, explica Omara. A Ruiz Matoses lo enviaron a esperar su retiro en una unidad de tropas guardafronteras. Días después fue arrestado y procesado bajo acusaciones de salida ilegal del país, desacato, conducta deshonrosa, espionaje y deserción.
“Mi papá salía con millones de dólares en la maleta a comprar tecnología a Japón. Si de verdad hubiera querido irse del país, lo hubiera hecho. Lo acusaron sin pruebas”, explica Omara, y agrega: “Él no tuvo nada que ver con Ochoa, cuando han querido hacernos daño a nosotros siempre nos achacan que él estuvo en la causa de Ochoa, pero eso es mentira”. Después de salir de prisión, Ruiz Matoses solicitó asilo político en Estados Unidos, pero le fue denegado.
Omara Ruiz Urquiola tiene ahora 45 años y es profesora del Instituto Superior de Diseño de La Habana (ISDI). Hace ya bastante tiempo que está luchando por su salud. En 2004, Omara empezó a sentir una molestia en la mama derecha. Su hermano, a través de unas amistades, le resolvió una consulta en el Instituto Nacional de Oncología y Radiología (INOR).
A Omara la examinaron físicamente una doctora y dos estudiantes de medicina. Le realizaron además una biopsia y un ultrasonido. Los imagenólogos dijeron: “No tienes problemas si se acaba el agua en tu casa; todo lo que tú tienes son quistes de agua”. Un año después, las molestias no habían desaparecido. Cada vez que Omara tomaba café o comía chocolates, aparecía el dolor. Los supuestos quistes de agua habían crecido, y la mama comenzó a drenar un líquido ambarino, sangre. Cuando salía a la calle, Omara tenía que ponerse dentro del sostén un puñado de algodón.
Su hermano se percató de la gravedad del caso e hizo una nueva gestión para que lo evaluara otro doctor. En el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (Cimeq), le realizaron a Omara una extracción de líquido de la mama y el Dr. Catalá, jefe de quimioterapia, le informó que al día siguiente le colocarían “unos sueritos preventivos”.
Al día siguiente, Ariel entró a la consulta y conversó a solas con el Dr. Catalá mientras Omara se quedaba afuera, sentada junto a mujeres que ya habían perdido el cabello. Cuando se abrió la puerta, ella se puso en pie. Observó a su hermano en el umbral.
-¿Tú estás dispuesta a luchar? , le preguntó Ariel.
“Ahí me percaté de que tenía cáncer”, aún recuerda Omara, doce años después.
-No te voy a dejar sola, pero me tienes que dar la completa seguridad de que vas a luchar. Lo que viene es duro, le dijo Ariel.
Los “sueritos” que habían anunciado a Omara eran el primer ciclo de citostáticos. Ariel Ruiz Urquiola comenzó a estudiar la enfermedad de su hermana. Los resultados de una tomografía axial computarizada y una mamografía declararon que los demás órganos de Omara estaban limpios, así que había esperanza.
“Mi hermano luchó mucho. Se levantaba todos los días a las 5:00 am para sentarme en la cama y darme el desayuno antes de irse al trabajo. Después me llamaba todo el tiempo para que no me volara los turnos de alimentación y por la noche me traía la comida. Yo tenía que estar fuerte para aguantar los seis ciclos de tratamiento”, recapitula Omara.
Una noche, Ruiz Urquiola recordó una conferencia de cuando era estudiante. El conferencista aseguraba que en la Amazonia habían identificado un árbol de cuya corteza se extraía un medicamento citostático extremadamente eficiente. Según informes, los indígenas de la zona donde crece ese árbol prácticamente no contraían cáncer.
El biólogo habló al Dr. Catalá sobre el descubrimiento de los taxanes y este respondió que tales medicamentos eran muy caros y que no existían en Cuba. Una vez más gracias a gestiones personales, Ruiz Urquiola consiguió dos ciclos de taxanes para su hermana. Se presentaron en la consulta dispuestos a comenzar el tratamiento, pero el Dr. Catalá se negó a aplicarlo.
“Nos dijo que no me los iba a poner porque no valía la pena gastar unos medicamentos tan caros en alguien que nada más iba a durar tres meses, que lo que mi caso llevaba era un ciclo de cuidados paliativos para mejorar la calidad de vida hasta que muriera”, sostiene Omara.
Al escuchar la posición del galeno, Ruiz Urquiola se levantó de su silla y espetó: “Bajo mi responsabilidad de Doctor en Ciencias Biológicas me llevo a la paciente de aquí”.
-Tú no eres médico, dijo el Dr. Catalá.
-Usted tampoco, respondió Ruiz Urquiola.
En el INOR los hermanos lograron comenzar otro tratamiento. A Omara le aplicaron una inmunoterapia con Paclitaxel y, más tarde, radiaciones de cobalto, lo que finalmente permitió la aparición de margen quirúrgico. Los nuevos doctores les comunicaron que había solo un problema: no habría turnos para entrar al salón de cirugía hasta dentro de tres meses.
Ruiz Urquiola, desesperado, buscó al Dr. Miguel Fleites, quien los recibió en su casa y examinó a Omara. Les dijo que sí, efectivamente, existía el margen quirúrgico, pero que no se podía esperar, porque desaparecería en breve. En ese momento, el Dr. Fleites no se encontraba activo en el Ministerio de Salud Pública; había sido expulsado de su cargo de jefe de cirugía del INOR por criticar irregularidades en los tratamientos médicos de la institución.
A través de un amigo logró que le prestaran durante nueve horas un salón de operaciones en el Hospital Manuel Fajardo, donde intervino la mama derecha de Omara. Cinco meses después, en un salón del Hospital Nacional, conseguido también de favor, le operó la mama izquierda.
En 2016, la compañía farmacéutica suiza Roche vendió a MediCuba, empresa cubana importadora y exportadora de medicamentos, un lote del fármaco Trastuzumab con fecha de caducidad casi inmediata. Cuando los medicamentos fueron entregados al INOR, el hospital se quejó de la negligencia y rechazó los fármacos exigiendo la readquisición con garantías de vencimiento.
La inmunoterapia de Omara y del resto de las pacientes del INOR se interrumpió por dos ciclos continuos como consecuencia de la falta de Trastuzumab. Durante dos meses, los pacientes estuvieron sin el medicamento. Omara comenzó a sufrir derrames cancerosos en la piel y en sus dos reconstrucciones mamarias. Después de reclamos sin respuesta, Ruiz Urquiola decidió comenzar una huelga de hambre y sed frente al INOR a favor de la obtención del Trastuzumab para los pacientes enfermos.
Una tarde, después de impartir una conferencia en el ISDI, Omara llegó a casa y se encontró una nota que decía: “Omi, esta ha sido mi solución ante la indolencia y la frustración. Comenzaré una huelga de hambre y sed frente al INOR, entrada de quimioterapia, hasta que te vea con el tratamiento en la mano. No sé cuánto pueda durar este proceso y espero ver la luz. No quiero a nadie de nuestro entorno cerca de mí. La meta será el Trastuzumab”.
La policía golpeó a Ruiz Urquiola, lo encerró en un calabozo y luego lo liberó. Una sucesión de hechos que se produjo otras dos veces sin que el científico ofreciera ninguna resistencia física. Poco después arribó el medicamento a Cuba. “Ahora de nuevo está en falta, pero para mí lo hay. Las demás pacientes no tienen, pero el mío lo guardan aparte”, dice Omara.
Oscar Casanella fue bioquímico del INOR y es amigo de la familia Urquiola. Sobre la enfermedad de Omara apunta: “De la única cosa que se arrepiente Ariel en la vida es de aceptar un trato para que le trajeran los medicamentos a su hermana. Él tendría que callarse la boca porque los medicamentos solo serían para su hermana, y no para el resto de los pacientes”.
Abraham Jiménez
El Estornudo, 25 de julio de 2018.Foto: Ariel y su hermana Omara. Tomada de BBC Mundo.
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