jueves, 8 de noviembre de 2018

Miedo a los emprendedores privados


Las gotas de sudor le arruinan el maquillaje a la cajera de una tienda en moneda dura al sur de La Habana. El régimen verde olivo ha determinado apagar los aires acondicionados en mercados, cafeterías y bancos para ahorrar combustible.

El calor espeso trasmite una sensación de ahogo, como si el oxígeno también estuviera racionado. Entre los clientes que hacen cola para pagar sus compras hay dos dueños de negocios gastronómicos que pretenden llevar varias cajas de pollo. La dependiente, con tono grosero, les dice que solo pueden adquirir tres cajas de pollo por persona. De nada vale mostrar la licencia de trabajador por cuenta propia.

En la cola se escucha un rumor de aprobación por la absurda medida. “Qué pretende esta gente (los cuentapropistas), ¿dejar sin pollo al resto de la cola?”, dice una anciana.

Un señor canoso con un overol de mecánico señala que ya pasó en la tienda de La Puntilla, en Miramar, al oeste de la capital. "Lo leí en Cubadebate, unos tipos se llevaron 15 mil manzanas, para que después los merolicos la revendieran a 25 pesos. La mayoría de los cuentapropistas están extorsionando al pueblo con sus altos precios”.

Algunas personas protestan. “Y qué me dicen de los bajos salarios y los precios por las nubes que tiene el Estado en las tiendas por divisa. De eso nadie quiere hablar”, expresa un mulato fornido.

Los dos emprendedores privados explican que llevan ocho años esperando por un mercado mayorista prometido por el gobierno. La cajera termina los comentarios con una propuesta sin derecho a réplica: “Señores, hace tremendo calor pa’ estar con ese brete. Al que no le guste, que vaya a quejarse al gerente”. Fin del debate.

Mientras acomoda sus tres cajas de pollo en el maletero de un anacrónico Moscovich de la era soviética, uno de los emprendedores cuenta que “cada día se pone más difícil la cosa para los trabajadores por cuenta propia. El gobierno y la prensa buscan enemistarnos con la población, alegando que vendemos a precios imposibles de pagar por un obrero. Pretenden erigirse como guardianes de los ciudadanos y son ellos, con sus trabas, altos impuestos y precios carísimos, el principal problema de la ecuación”.

No hay nada nuevo bajo el sol. En la década de 1980, el régimen de Fidel Castro autorizó a los campesinos a vender sus excedentes según la ley de oferta y demanda, pero poco tiempo después el Estado armó una campaña propagandística, acusándolos de acaparadores y enriquecimiento ilícito.

En los años 90, en pleno Período Especial, se permitió la apertura de pequeños negocios y luego, tras la llegada de Hugo Chávez a Miraflores, quien generosamente abrió el grifo de los petrodólares al Palacio de la Revolución, miles de emprendedores tuvieron que entregar sus licencias, cercados por la cuchilla fiscal.

Algo típico en Cuba. Existe una puerta giratoria donde con pasmosa naturalidad los negocios familiares pasan de la ilegalidad a la legalidad. Cuando en el invierno de 2010 el general Raúl Castro amplió la lista de empleos privados, ya la mayoría se ejercían por debajo de la mesa. El Estado cubano siempre va a remolque. Legaliza lo que hace años funciona sin permiso oficial.

Daniel, dueño de una casa de hospedaje para turistas en la Habana Vieja, considera que “la buena voluntad de Obama y sus promesas de ofrecer microcréditos y posibilidades de negocios a los emprendedores particulares fue un aviso para que el gobierno desatara su guerra contra nosotros. Nos ven como un enemigo potencial. Un caballo de Troya que a golpe de dinero y negocios socavaremos los ‘principios revolucionarios’ del pueblo", afirma y agrega:

"Las numerosas violaciones y trampas financieras entre los trabajadores particulares tienen un solo culpable: el Estado, que con sus normativas absurdas e impuestos irracionales obliga a la gente a crear mecanismos de evasión tributaria. Con su estupidez, el propio gobierno engendra la ilegalidad y la corrupción. Las autoridades nunca nos han visto con buenos ojos. Le tienen más miedo a un millón de emprendedores exitosos que a la 82 división del ejército de EEUU”.

En una conversación con una decena de trabajadores particulares, todos coinciden en que las condiciones para operar sus negocios son adversas. Y lo que es peor, el futuro no es halagüeño.

Yuri, taxista, asegura que “para en el mes de diciembre el gobierno pretende cooperativizar a todos los taxistas de La Habana. Hablan de vender el petróleo a dos pesos el litro y un descuento del 20 por ciento en la venta de piezas de repuesto. Pero nadie se lo cree. ¿Por qué no nos venden el petróleo a ese precio y acuerda con nosotros una tarifa fija por rutas? Lo que quieren es tenernos bajo control y fiscalizar nuestras ganancias. A los dueños de pequeñas flotas de autos o camiones los sacarán del juego, porque cada taxista debe ser dueño del vehículo. No se permitirá la contratación. Todos los mayimbes tienen carros con aire acondicionado, a ellos no les importa que el transporte público cada vez esté peor. Por el éxodo de cientos de taxistas es casi imposible abordar un taxi en La Habana en hora pico”.

Alex, dueño de una cafetería que vende jugos, entrepanes y comida criolla, considera que “si siguen apretando las tuercas, miles de trabajadores privados entregarán sus licencias. En vez de eliminar la pobreza y al ejército de mendigos que pululan por la ciudad, quieren liquidar negocios que ofrecen servicios de calidad. Cuando en Cuba uno sale a comer, opta por un paladar y si una mujer desea arreglarse el pelo, prefiere ir una peluquería privada antes que a una dependencia estatal donde es pésima la atención. El gobierno quiere potenciar sus empresas, nos ven como una competencia que le está afectando sus bolsillos".

A la espera de las nuevas medidas, Roberto, propietario de un hospedaje en El Vedado, aún no sabe si irse del país o empezar a operar de manera clandestina. "Porque si algo funciona en Cuba es el mercado negro", subraya.

Iván García


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