Es cierto. Su labor es encomiable. En los 49 años que Cuba lleva enviando personal de salud a naciones de África, Asia y América Latina, cientos de miles de seres humanos han sido curados o sus vidas salvadas. Enhorabuena.
Pero debido a las penurias y carencias que desde hace medio siglo azotan a la isla, el personal sanitario ha aprovechado esas 'misiones internacionalistas' para reunir dinero y comprar enseres en beneficio suyo y de sus familias. Derecho tienen.
Después de tomar café, el doctor Elías volvió de nuevo a sacar cuentas. La noche anterior, antes de volar a Caracas, luego de hacer el amor con su esposa, en su calculadora china verificó que en su tercer viaje a Venezuela, como parte del trueque de médicos por petróleo que el gobierno cubano ha diseñado para mantener funcionando la raquítica economía local, podría terminar de reparar su casa.
Elías es uno de los 37 mil médicos, enfermeras y técnicos que actualmente prestan “ayudas solidarias y desinteresadas” en más de 70 países. Aunque ya no es tan solidaria y desinteresada. Raúl Castro sacó de su alforja el ábaco y comprobó que es ventajoso intercambiar doctores por cosas de valor, sea petróleo o dólares contantes y sonantes.
Ya quedó atrás la época de dar lo que no sobra sin recibir nada a cambio. Para calmar la conciencia de los marxistas tropicales, siempre quedarán países como Haití o alguna república perdida de África, donde los gastos corren a cuenta de la casa.
Pero si por pura necesidad -recuerden que la ideología no se come-, el gobierno con la ayuda de médicos y especialistas ha creado su chiringuito estatal en cualquier latitud de la geografía tercermundista, qué decir de los protagonistas.
Desde siempre, médicos y especialistas se han afilado los dientes a la hora de prestar servicios lejos de su patria, sea en Johannesburgo o Puerto Cabello. Antes, cuando tener dólares era un delito, venían cargados con camisetas y jeans, comprados por cantidades en mercadillos.
La pacotilla vendida en el mercado negro reportaba unos cuantos miles de pesos que ayudaban a reformar la casa, pagar el auto ruso otorgado por el régimen o celebrarle los quince a la hija.
Un viejo zorro como Elías, cansado de viajar por medio mundo a nombre del ‘internacionalismo proletario’, mejor que nadie sabe lo que reportan los viajes al extranjero. “A Haití se va para ganar puntos. Tras seis meses en Puerto Príncipe, entre enfermedades y miserias, uno puede palabrear con el jefe un destino más soportable, donde se pueda ‘jinetear’ dinero y pacotilla de la buena”.
Para los médicos cubanos, Sudáfrica es lo máximo. “Pagan bien y si tienes buenos contactos puedes hacer mucho dinero practicando abortos”, señala Ramiro, galeno jubilado que gracias a sus tres años en Ciudad del Cabo pudo comprar un auto y con un dinero extra, permutar su incómodo apartamento por una casa de cuatro habitaciones y un garaje. Vaya, cambió un cerdo por una vaca.
Ciertas ventas de textiles en tenderetes y bazares por cuenta propia en La Habana, son gracias a los médicos cubanos que cumplen servicio en Venezuela, Bolivia o Ecuador.
“Me he vuelto un lince. Antes de partir hacia el país a donde me han asignado, por internet veo los precios de ropa, calzado, teléfonos móviles, reproductores de filmes, ordenadores y televisores de plasma. Calculo los gastos y los beneficios que me reportarían. Corro la voz entre familiares y amigos y me voy ya con una lista de artículos de valor que a mi regreso tendrán una venta segura”, cuenta Mariano, quien varias veces ha prestado ayuda médica en países sudamericanos.
Hace cinco años, el doctor Elías pudo haber hecho el negocio de su vida. “Me seleccionaron para integrar la brigada Henry Reeve, organizada por Fidel Castro con la intención de prestar socorro a los damnificados del huracán Katrina en Nueva Orleans. Imagínate qué cantidad de cosas hubiera podido traer si se hubiese realizado ese viaje a Estados Unidos”.
Con antelación a su partida, los médicos y especialistas compran dólares en el mercado negro. Es el caso del doctor Elías, quien acaba de comprar 2 mil dólares. “Por cada peso convertible me dieron 0.93 centavos de dólar (el cambio oficial en ese momento era de 0.87). En Caracas los cambio por la zurda y gano miles de bolívares. Los fines de semana los dedico a rastrear tiendas y pulgueros, en busca de ropa, zapatos y electrodomésticos baratos. Lo bueno de trabajar en barrios marginales de Venezuela es que puedes comprar mercadería robada o traída ilegalmente de Colombia o Brasil a precios muy bajos”.
Lo malo es la familia y la violencia. “La violencia en Caracas se puede evitar no saliendo de noche. Y la familia, sí, está lejos, pero la tengo presente todos los días. Al fin y el cabo, este ‘trapicheo’ lo hago para que los míos vivan mejor".
Iván García
Iván García
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