sábado, 28 de enero de 2012

¿Qué se puede esperar de la I Conferencia del Partido Comunista de Cuba?


Si le preguntas a Elvira, 43 años, ingeniera en ETECSA, única empresa de telecomunicaciones en Cuba, se encogerá de hombros y con un mohín de disgusto en sus labios, responderá que nada beneficioso para mejorar su calidad de vida saldrá en limpio de la reunión convocada por el General Raúl Castro el 28 de enero.

Quizás, si eres uno de los privilegiados dentro de esa cifra raquítica del 4% de cubanos que puede navegar con frecuencia por internet, los balones de ensayo lanzados por los fans de la revolución verde olivo te pueden crear ciertas expectativas.

A casi todos los blogs oficialistas y a la aburrida prensa cubana los siguen persiguiendo los eslogans y el lenguaje críptico. Pero a ratos intentan vender un mensaje de ilusión, especialmente diseñado para el exilio cubano, industria principal en la aportación de moneda dura a las desinfladas arcas estatales.

Ya aconteció con la manoseada y esperada reforma migratoria: se inflaron globos de esperanza que prometían echar abajo el absurdo enredo tramado por el régimen a la hora de viajar los cubanos al extranjero o la diáspora visitar su patria. Un cauteloso Raúl Castro aseguró en diciembre pasado que habrá que seguir esperando.

Con la I Conferencia Nacional sucede otro tanto. Culminado el VI Congreso del Partido Comunista, en abril de 2011, donde se discutió exclusivamente sobre temas económicos, y fuera de la agenda quedaron flecos como la corrupción galopante, la necesaria purga de viejos ministros que por décadas se han llenado los bolsillos y han trabajado con ineficiencia, los métodos anacrónicos de dirección o las pálidas medidas de subsistencia introducidas por la autocracia militar, se lanzaron campanas al vuelo.

Todo lo que no se debatió, aseguraban, quedaría para la Conferencia de 2012. Quienes creen posible que a mediano plazo Castro II aplicará tímidas reformas políticas, se entusiasmaron con la idea de fundar un nuevo partido.

Se llamaría Martiano. Serviría como contrapeso al monopolista partido comunista. Y, de paso, sería una buena mascarada para aparentar que en Cuba existe juego político. Los comunistas puros no se hicieron ilusiones. Ya en el panorama vislumbraban que a los hermanos Castro apenas les interesan las doctrinas del alemán Carlos Marx.

Como siempre, el gobierno clavó el freno de mano. Y cuando salieron a la luz los temas a debatir a partir del 28 de enero, rebajaron unos cuantos enteros, bien en las supuestas reformas o en los 'cambios de muebles' (destituciones) dentro del comité central.

Era lógico que así fuese. Los mandarines militares quieren tener todo bien atado. No quieren que los parches económicos y la eliminación de estúpidas prohibiciones que impedían a los cubanos ser dueños reales de su vivienda o de su auto, se les vayan de control.

El régimen observa por el retrovisor las revueltas de la Primavera Árabe y recibe en sus oficinas los partes de inteligencia que escuetamente informan que aumenta el número de ciudadanos inconformes con el status quo. Además, una nueva disidencia deja sus charlas doctrinarias en la sala de su hogar y se tira a protestar en la calle.

Ante cada supuesta apertura, por timorata que parezca, el régimen se lo piensa detenidamente. Es una de las razones para que el General Castro siga con el candado cerrado a una de las aperturas más esperadas: que el acceso a internet sea público y masivo. Saben los hermanos Castro que se gobierna más fácil cuando usted controla con mano de hierro la información.

Pocos analistas del tema Cuba creen que vendiendo sandwiches, batidos de mamey o discos piratas, crecerá la economía real. Tampoco muchos cubanos de a pie esperan resultados concretos de medidas diseñadas por los mismos que llevan cinco décadas encaramados en el puesto de mando.

Es una lógica simple. Si 53 años no les han alcanzado para erigir una economía robusta, dudan que en cinco o diez años eso sea posible. Hay varios factores en contra.

Uno, el sistema nunca ha funcionado. Dos, la letal burocracia se ha convertido en un auténtico monstruo que se alimenta del robo, el nepotismo y la corrupción, creando un complejo entramado de favores, clanes mafiosos, controles de precios, y una poderosa economía sumergida que canaliza millones de pesos hacia sus bolsillos.

Por eso, la ingeniera Elvira poco o nada espera de la I Conferencia del Partido. Durante los encendidos matutinos laborales, donde el jefe del sindicato con voz engolada hace un discurso optimista, ella prefiere charlar con sus colegas sobre el último capítulo del culebrón brasileño emitido por la televisión cubana. “En los matutinos hablan de los cinco héroes y de que vamos bien. Nada sobre el aumento de salarios ni del alto costo de la vida”, dice.

Es probable que opiniones como la de Elvira lleguen al buró del General. Pero Raúl Castro está en un laberinto. Si juega al duro, el régimen se viene abajo. Si sigue dilatando los necesarios cambios que Cuba necesita, el país se podría tornar ingobernable.

No sabe por dónde empezar. A fin de cuentas, él es parte del juego.
Iván García

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