¿Por qué entierran a los negros con el trasero al aire? Para aparcar las bicicletas. ¿Por qué las chocolatinas tienen papel aluminio? Para que los negros no se muerdan los dedos. ¿Qué es un negro en la nieve? Un blanco perfecto.
Estos chistes, contados por blancos en reuniones sociales de blancos en Colombia son una forma común de romper el hielo. Seguidas, claro, de risas culposas y de expresiones "políticamente correctas" como "¡pobrecitos!" o "¡Qué crueldad!". Para dar paso, después, a una animada conversación y a un brindis.
Ejemplo de esta discriminación racial socialmente aceptada -o, al menos, tolerada- es una fotografía publicada esta semana en la revista ¡Hola! Una familia de Cali, la tercera ciudad más importante, posa en un gran salón, mientras dos empleadas domésticas negras sostienen bandejas de plata detrás de ellas.
Al parecer, la idea surgió en el momento de tomar la foto. Y no le pareció mal a Sonia Zarur, ni a su prole, ni mucho menos al equipo de producción de la revista. Tanto así, que la imagen salió a todo color. A doble página. La oda a la esclavitud. A una esclavitud remunerada y con seguridad social, pero esclavitud en la actitud y en el grado de desprecio. La matrona se disculpó diciendo que fue "un momento de vanidad". Tal vez no imaginó que su ingreso al jet set español desataría un escándalo en la prensa colombiana y en las redes sociales. Tal vez le pareció normal que los sirvientes se incorporen a la foto como un sofá o una mesa de centro. Como objetos, no como personas.
Una buena parte de la comunidad afrocolombiana nunca ingresa a una universidad en Colombia y pasa su vida en la cocina de una familia acomodada, criando hijos de otros, limpiando sus baños. Y cuando los negros no son sirvientes sino que viven de su trabajo en poblados alejados y pobres, sin amos a quiénes servir, llega el "progreso": los proyectos de represas hidroeléctricas y las concesiones mineras. Es el caso de Suárez, un poblado negro ubicado a escasos 80 kilómetros del sitio donde se tomó la fotografía de ¡Hola!
El pueblo es pequeño, aislado y aunque está ubicado cerca de Cali, sigue anclado a la pobreza del siglo pasado. Casi el 80% de los suareños son negros y trabajan en minas artesanales que heredaron de sus abuelos. Todas las noches llegan untados de un barro color cobre -en la ropa, en los brazos y piernas- después de buscar granos incipientes de oro en el corazón de sus minas. Las mujeres se ufanan de ser mineras e igualan en fuerza a sus compañeros, extraen pesadas piedras de la tierra y pasan una jornada tras otra con los pies hundidos en esa greda rojiza que para ellas es motivo de dignidad por conectarlos a sus ancestros y a su libertad. La esclavitud no es un periódico de ayer para Suárez. Es una lucha que libran hoy en día. Una marca que llevan desde que arrancaron a sus antepasados de países africanos que hoy desconocen.
Buscan una vida humilde, digna, y así se asentaron a principios del siglo XIX en la ribera del imponente río Cauca. Hasta hace treinta años, cuando el gobierno decidió reubicarlos a una zona no apta para la agricultura y sin carreteras pavimentadas que los comuniquen con la capital de la región, Popayán. Se trasladaron para dar paso a la hidroeléctrica, con sus pocas pertenencias y un puñado de promesas que ninguno de los gobiernos sucesivos cumplió. Una vez inundadas sus tierras, solo les quedó volver a las minas. Pero el hombre blanco quiere incluso aquello, sin reconocer que es su único medio de sustento y que se trata de una actividad ancestral. Amenazados por grupos paramilitares y desconociendo sus derechos, enfrentan una sin salida: o se van o los matan. Multinacionales mineras buscan ocupar sus territorios y agotar los yacimientos de oro en menos de una década. Minerales que ellos sacan a cuentagotas para heredarles un medio de sustento a sus hijos y nietos.
Su historia, recogida en el documental El oro para Suárez, revela una situación límite de segregación. El caso de Suárez se reproduce en numerosos puntos de la geografía colombiana, secundado por el silencio cómplice de la élite. Ese 20% de blancos que llevan las riendas del poder conoce bien las diferencias anatómicas que los diferencian de los negros y de los indígenas.
Como el mestizaje es regla, no siempre le basta a esa élite con evaluar rasgos ostensibles como el color de la piel. Se observa la forma del cráneo -si es dolicocéfalo o no-, la curvatura del tobillo, las manos -largas y delgadas o chatas y redondas-, el ancho de la nariz y el grosor del pelo. Los blancos son minoría y se cuidan de no contaminar su linaje.Porque "negro, ni el teléfono", como se dice aún hoy en día. La herencia esclavista que dejó la conquista española y luego la Colonia -instalada en territorio americano por más de trescientos años- mantiene la estratificación social acorde -en la gran mayoría de casos- con el origen racial.
Motivo doble de reflexión sobre una sociedad blanca que sigue asfixiando a los negros y que los mantiene anclados a la pobreza. Para cambiar el modo de pensar de una sociedad racista hasta los tuétanos no bastan unas líneas en la Constitución Política, no basta ondear banderas blancas el sábado 11 de diciembre, día de los Derechos Humanos.
No basta, tampoco, que 2011 sea el año de las negritudes. Hacen falta medidas radicales que obliguen a las empresas -y al Estado mismo- a derribar el muro social que tiene a comunidades como la suareña en un nivel crítico de segregación. Ellos se aferran a su tierra arriesgando su vida. Mientras, las bromas siguen en reuniones de la alta sociedad.
María Antonia García de la Torre
Nuestra América 2.0, blog de El Mundo,12 de diciembre de 2011
Video: El oro para Suárez es una producción de Minority Rights Group International, dirigida por el aclamado director de cine colombiano Hollman Morris. El 9 de diciembre de 2011 se presentó en Madrid.
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