Cuando un gobierno tiene las finanzas en números rojos todo es prisa. Entonces suelen recurrir a la tijera impositiva. Hacen recortes de carniceros dentro del abultado gasto público. O suben los impuestos. En eso anda el régimen del General Raúl Castro. Con la diferencia de que al tener los ciudadanos cubanos sueldos miserables, recurre al cobro de aranceles a los paquetes girados por familiares residentes en otros países, sobre todo en Estados Unidos.
Lo hacen por varios motivos. Uno, el sistema diseñado por el comandante nunca fue capaz de generar riquezas. Otro, en el fondo odian a los exiliados y emigrados. Los ven como traidores. Tipos que no creyeron en el ‘padrecito de la patria’ y huyeron en balsa o en avión, a cobijarse en tierras del enemigo capitalista.
Fidel Castro, el gran culpable de que Cuba ande a pique, endeudó el futuro de la nación con guerras en África y planes económicos descabellados. Tantos que se pueden compilar en más de una antología. Su hermano Raúl vino de pitcher relevo. Con una situación financiera y económica al borde de la ruina. Quizás no era el más aconsejable para gobernar.
Pero ésa es otra historia. Ya se sabe que vivimos en una auténtica autocracia. En Cuba las decisiones la toman los de siempre. Y los de abajo solo debemos aceptar y aplaudir. Como el discurso antiyanqui no produce dinero, ni comida, viviendas o mejores salarios, el régimen verde olivo montó una industria a todo gas en torno a los dólares enviados por “los gusanos” de la Florida.
Son militares las empresas que controlan los hoteles, centros recreativos y las tiendas por divisas donde los cubanos van a gastar la plata enviada por los suyos. Y a qué costos. Para surtir esas shoppings, se ha creado un circuito cerrado dentro de la economía nacional, que a precio de oro oferta artículos de la canasta básica como aceite, leche en polvo y puré de tomate. Es evidente la marcada intención del régimen de ordeñar a los exiliados y emigrados como si fuesen terneros: los impuestos con que se venden esos artículos superan el 240%.
Cuando en el otoño de 2005, muy enfadado, porque los gringos lo atraparon canjeando billetes de dólares viejos en una de sus cuentas en Suiza (lo que llevó al banco suizo UBS a terminar sus operaciones en Cuba en 2007, luego de pagar una multa millonaria a Estados Unidos), Fidel Castro situó un impuesto revolucionario del 20% al dólar estadounidense. Una mañana, por esos años, antes de depositar su voto en el paripé de elecciones populares, dijo a la prensa extranjera que ésa era una de las formas que tenía su gobierno para costear la revolución energética y ayudar a los más pobres.
La teoría de Robin Hood. Que si de veras ayudara a los más desposeídos, bienvenido sea. Pero no. Fue otro farol de Castro I. El impuesto a las divisas y a las ventas en las shoppings no ha servido para arreglar calles o reparar ese 60% de viviendas en mal estado en la capital. Tampoco ha servido para hacer más eficiente la agricultura. O mejorar los salarios.
Nadie sabe exactamente a dónde va a parar ese dinero. Si sacamos cuentas de bodeguero, a grosso modo, veremos que desde que se despenalizó el dólar en 1993, sólo por concepto de remesas y ganancias obtenidas por los altos precios de los artículos en los comercios por moneda dura, la cifra podría alcanzar los 35 mil millones de dólares en 19 años.
En ese tiempo, se han ido montando una serie de negocios, dirigidos por empresarios militares. Las ganancias andan por el orden de los 2 mil millones anuales. Para una nación pobre como Cuba es bastante dinero.
Preocupado, llamé a la dirección de TRD Caribe, corporación que administra la mayoría de las tiendas por divisas en la isla. Quería indagar qué se hace con el dinero. La callada por respuesta. Intentos de atemorizar. “¿Quién es usted?”. dijo un tipo con voz de comisario político. “Alguien que le aporta dólares al erario público, vivo en Cuba, soy cubano y tengo derecho a saber cómo se emplea el dinero que envía mi familia o gano con mi trabajo de periodista”, le contesté. Un golpe seco del otro lado cortó la comunicación.
Es lo habitual. No responder, no rendir cuentas. Con ese procedimiento consiguen despertar sospechas. ¿En cuáles maletas estarán guardadas esas ganancias? ¿O en qué cuentas bancarias fantasmas han sido depositadas?
Cuando un gobierno no es transparente con los ingresos y egresos de su dinero, no se puede pensar de manera positiva sobre su gestión. Tire al cesto los tratados marxistas que hablan de la plusvalía. El Estado cubano es más voraz que el más desalmado capitalista. El nuevo impuesto a los paquetes y cajas procedentes del exterior lo que persigue es ingresar más dólares a la caja fuerte estatal.
Para nada les interesa la reunificación familiar o aliviar las carencias de muchas familias cubanas, gracias a las cosas enviadas por sus parientes desde el extranjero. También hay otra realidad. Debido a los miles de tenderetes privados en todo el país, las ventas en las tiendas recaudadoras de divisas han caído en picada, por los altos precios de la ropa y su poca calidad. Para frenar las ofertas particulares, más baratas y mejor confeccionadas, recurren al garrote fiscal.
Es el lenguaje que mejor dominan. No se les ocurre hacer una amplia rebaja de precios a los artículos de escasa salida en las shoppings. Un obsoleto televisor chino lo venden en 300 pesos convertibles (cuc). El salario de dos años de un obrero. Si desea adquirir un televisor de plasma debe desembolsar entre 700 y 1000 cuc. Uno más moderno no supera los 300 dólares en Miami. Al ser más bajos los precios, los cubanos de la Florida optan por enviárselo a los suyos en la isla.
En medio del malestar generado por la noticia de que a partir del 3 de septiembre las autoridades cubanas impondrán altos aranceles a la paquetería internacional, el 13 de julio atracaba en el Puerto de La Habana una embarcación procedente de Miami, con mercaderías destinadas a instituciones y particulares. Está por ver si ese hecho insólito -y contradictorio- es puramente anecdótico o marca el inicio del descongelamiento del embargo impuesto por Estados Unidos a Cuba en 1962.
Después de Jimmy Carter, ningún presidente de Estados Unidos ha sido más flexible con los Castro que Barack Obama. Si se pensara razonablemente, lo ideal sería responder con gestos de buena voluntad. No con exigencias quiméricas. O aplicando la cuchilla arancelaria. En este pulso diplomático, los más interesados en la permanencia del embargo y la confrontación son los hermanos de Birán. Es el combustible político que los sostiene. Su único as de triunfo.
Iván García
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