Cuba, por disposición de sus gobernantes, se resiste a entrar de lleno en el siglo 21. La mentalidad de los autócratas que desde hace cinco décadas presiden la república, sigue varada en un estado de guerra fría.
Internet, una herramienta imprescindible del mundo moderno, es visto más como un Caballo de Troya que como una conquista de los nuevos tiempos.
Recelosos, ciertos analistas de la inteligencia gastan sus neuronas en demostrar que la red de redes es el último invento de la CIA para desmontar dictaduras. Facebook y Twitter les resultan altamente sospechosos. Y ponen obstáculos para que la autopista de la información pueda correr sin trabas por la isla.
Los beneficios superan por cinco los supuestos perjuicios. Es una realidad que los universitarios cubanos están entre los peores capacitados del planeta, debido al escaso uso de internet en sus investigaciones e intercambios académicos.
La economía seguirá naufragando mientras el régimen no se percate que la web forma parte intrínseca del mundo comercial y financiero. La bandera que los talibanes políticos sostienen con fuerza es la del monopolio de la información.
Se sabe que las autocracias gobiernan de manera más cómoda cuando controlan el flujo informativo. Es el punto fuerte a favor de quienes demonizan internet.
Con una red de redes libre, el régimen de La Habana puede ser pillado flagrantemente cuando miente. También trascenderían ciertas noticias y escándalos que no se publican en los medios oficiales.
Así y todo, sin internet eso está aconteciendo. Ya desde hace tiempo se ha vuelto muy complejo impedir la circulación de informaciones acuñadas de 'nocivas'.
Gústele o no a los hermanos Castro, existe la telefonía móvil, que en naciones cerradas como Cuba, convierte a los SMS en una herramienta útil para conocer noticias censuradas. O las ilegales antenas por cable.
Entre culebrón y culebrón, la población ve en los los telediarios de Miami otros puntos de vista de lo que sucede en su propio país y el mundo.
Colocándole un candado a internet poco se resuelve. El descontento por la mala gestión gubernamental no se detendrá. Los planes de jóvenes profesionales para emigrar continuarán. Y, de rebote y con atraso, seguirán llegando noticias del acoso a las Damas de Blanco y las detenciones y palizas a los opositores de barricada.
Incluso la disidencia y los periodistas independientes, a pesar de lo costoso que resulta navegar por la red, cada semana se conectan desde hoteles. O en las embajadas con servicio de acceso gratuito.
Entonces ponerle un freno de mano a internet es un absurdo. En la era de Fidel Castro, descaradamente se manipulaba el tema. La justificación era simple. La administración de Estados Unidos era la culpable de que los cubanos no pudieran tener una conexión de banda ancha en sus hogares.
El régimen alegaba que debido a la negación del permiso para conectarse a los cables submarinos que rodean La Habana, el enlace era satelital, más caro y lento.
Fue un buen argumento. Ciertamente, la Casa Blanca puso impedimentos para que Cuba se conectara. Exigían internet libre, frente a la política de los Castro de regularlo y controlarlo.
Como no se ponían de acuerdo, Estados Unidos no autorizó la conexión a sus cables marinos. Pero en 2008 llegó al poder Barack Obama y hace un par de años permitió que algunas empresas estadounidenses negociaran con el régimen el acápite de internet.
Una firma de telecomunicaciones anclada en la Florida le hizo una propuesta al gobierno cubano. Por 18 millones de dólares, reactivarían un viejo cable submarino e internet dejaría de ser una fábula de ciencia ficción en la isla.
No era mal negocio. Pero en cada propuesta gringa, los Castro siempre ven un arma secreta para subvertir la revolución. Al agotarse las justificaciones de la maldad yanqui, optaron por el discurso de 'soberanía y dignidad'.
En nombre de la independencia digital, se publicitó desmesuradamente una intención conjunta con Venezuela que “permitiría conectar a Cuba sin la injerencia o presión de Estados Unidos”.
Un ALBA.NET, le llamó la gente. El cable de fibra óptica costaría 70 millones de dólares, tres veces y media más que la oferta de la empresa estadounidense. Pero según el régimen, le permitiría autonomía.
El cable venezolano llegó a las costas cubanas en febrero de 2011. Y desde julio del año pasado está operativo. La trama de corrupciones desatadas a su alrededor es mayúscula.
La prensa oficial no ha divulgado ni una nota, pero se rumora que medio centenar de personas están involucradas en el desfalco financiero. Hasta el nuevo ministro de Informática y Comunicaciones, el ingeniero Maimir Mesa Ramos, en su momento se vio salpicado por la corruptela.
La historia real del cable es uno de los secretos mejor guardados en Cuba. Nadie sabe cuándo internet se comercializaría libremente. Hace unos días, por la red circuló un documento donde se decía que la hora se vendería a 6 cuc o pesos convertibles, el salario de quince días de un obrero.
Hasta la fecha, las autoridades competentes no han abordado el tema en los medios locales. Sería irracional vender internet a precio de oro. En naciones desarrolladas, un mes con banda ancha no supera los 40 dólares.
Pero Cuba es un país diferente. Si ese documento fuese cierto, 30 horas al mes costarían 180 cuc. Pocos podrían acceder a internet. En el mercado negro suelen vender la hora a dos pesos convertibles.
El otro dilema es la lentitud de la conexión. Los autorizados por el gobierno a tener adsl en casa, se conectan a 45 kilobytes por segundo. A veces a menos.
En una isla donde no pocas veces los rumores son más creíbles que las versiones oficiales, se afirma que las fuerzas armadas y el Ministerio del Interior, entre otras instituciones, ya están conectados al cable con una banda respetable.
Mientras, muchos cubanos que nunca se han sentado delante de un ordenador ni han navegado por internet, esperan algún día poderse abrir una cuenta en Facebook o leer en versión digital los principales diarios del mundo.
Todo está en manos del gobierno de Raúl Castro. Que por ahora, en materia de internet, solo ha dado la callada por respuesta.
Iván García
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