Incluso, aún antes de caer la noche, bajo un sol de fuego que pasado el mediodía convierte a la céntrica zona de La Palma, en un horno industrial al aire libre, las jineteras de bajos recursos merodean pavoneándose con sus vestidos baratos por las cuatro esquinas del municipio Arroyo Naranjo, el más pobre de La Habana, declarado en alerta roja por su alto índice de delitos y personas encarceladas.
No son prostitutas de nivel. Muchas son jóvenes que huyen de la miseria y la falta de futuro en pequeños pueblos perdidos del oriente cubano. Sus edades oscilan entre 17 y 40 años. Pero no se asombre si una niña de 14 o 15 años le lanza de forma vertiginosa y entrecortada una propuesta sexual.
Hay varias opciones. La más solicitada es el sexo rápido. Un servicio que puede costar entre 60 y 120 pesos la media hora, y donde el cliente elige el escenario.
Si se anda corto de plata, alquilas un cuartucho inmundo por 20 pesos. Si la billetera lo permite, puedes alojarte en una de las innumerables habitaciones particulares. Cinco pesos convertibles por tres horas. Cuartos confortables con aire acondicionado, agua fría y caliente y una nevera repleta de cerveza oscura Bucanero, a 1.50 cuc la lata.
También se oferta comida. En la pared cuelga un televisor adosado a un video donde puedes ver musicales o una película de porno duro. Y, por si lo olvidaste, encima de una mesa de noche, un cartón de preservativos elaborados en China. Aunque no hacen falta: las esforzadas jineteras de la zona siempre cargan con varios paquetes de condones en sus bolsos de marcas piratas.
La Palma es un cruce de avenidas repletas de transeúntes que caminan apresurados con sus jabas de nailon en busca de comida o útiles para el hogar. Allí nacen y mueren las calzadas de 10 Octubre, Managua, Bejucal y Porvenir. Existen varios cafés por divisas y bares de mala muerte donde venden ron adulterado. Por supuesto, no son sitios aconsejables para turistas de paso por La Habana.
Los clientes habituales de estas jineteras suelen ser los trabajadores de los mercados agropecuarios o carniceros que hacen buen dinero con la venta de carne de cerdo y ahumados. También cuentapropistas y choferes de alquiler, quienes después de conducir 12 horas, se solazan bebiendo cerveza en alguna cafetería y tratando de cazar al vuelo una jinetera voluptuosa.
Ya entrada la madrugada, en La Palma recalan los faranduleros de discotecas y jugadores de naipes o dados que asisten a los ilegales burles (casinos) de los alrededores.
A esas horas, el trueque de sexo por dinero aumenta su voltaje. Y las habitaciones de alquiler están ocupadas. Entonces las jineteras hacen su labor en algún pasadizo oscuro o al margen de un riachuelo apestoso que cruza por el lugar.
Los chulos, discretamente, cuidan de sus chicas y les buscan clientes. Aunque hay jineteras independientes. Como Yislén, quien después de acostarse con cuatro o cinco machos pasados de tragos, sentada en la escalera de una dulcería, cuenta un puñado de billetes arrugados que guarda entre sus senos.
Es hora de partir a casa, donde le espera su hija de 6 años. “Ésa es mi única chula. Por ella jineteo. Deseo que en un futuro no corra la misma suerte de su madre”, dice mientras hace señas para parar un ‘botero’ (taxi).
A pocos metros de La Palma se encuentra la sede municipal del Partido Comunista. Una valla borrosa por el tiempo destaca una de las tantas frases lapidarias de Fidel Castro. Al pie del cartel, escudándose en la oscuridad de la avenida Porvenir, una jinetera practica sexo oral con un cliente.
Iván García
Foto: Tomada de Diario de Cuba.
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