Caminando por los portales lineales y derruidos del corazón de La Habana, es muy difícil no encontrarse con alguien que venda una merienda. Ahí está.
Después de pasar el centro comercial de Carlos III, un tipo vestido de gris, custodio de algún centro laboral, la coloca en una silla de madera o plástica junto a una lata de refresco.
Ya todos en La Habana conocen el mensaje. El hombre desea vender su merienda. Vale 25 pesos, o un peso convertible (un dólar). Por lo general es un pan suave alargado con unas magras lonchas de jamón insípido y una fina lasca de queso.
A una parte del personal que suele hacer guardia para cuidar las dependencias estatales y vigilar el robo descarado de recursos se les entrega el panecillo y la gaseosa como un bocata.
Pero la cosa está mala. Desde 1994, cuando hicieron su aparición, muchas personas que reciben meriendas la venden. Es una entrada extra de dinero. No mucho. Pero alguna plata para comprar frijoles o unas hortalizas.
Hay meriendas suculentas de 4 dedos de gordo con abundante jamón, chorizo picante. Son las mejores. Se las entregan a muchos trabajadores de ETECSA (empresa de telecomunicaciones) en sustitución del almuerzo o cuando cumplen jornadas extras de trabajo.
A los empleados de esa empresa también les dan un litro plástico de refresco. Hay quienes lo venden a 40 pesos (1 dólar 80 centavos). Otros los utilizan en las meriendas escolares de sus hijos o como moneda de cambio.
Por ejemplo, para regalárselo junto con una merienda al doctor, maestra o policía de tránsito, quienes gentilmente les resuelven su problema. Marta, 43 años, durante un año guardó el dinero de las ventas de sus meriendas. Y con esa plata pudo adquirir un desfasado televisor chino Panda en 300 pesos convertibles.
Pero el récord en recaudar dinero por esa vía, sin dudas lo tiene Roberto, 56 años, empleado de ETECSA. “Cada día, vendía la merienda que me daban en un peso cubano convertible y lo iba echando en una alcancía. Diez años después, tenía 2 mil 640 pesos convertibles (unos dos mil dólares). Con esa cantidad voy a arreglar parte de la cocina y el baño de mi casa", dice a la salida de los almacenes Ultra, con un mueble sanitario entre sus brazos.
También lograban ahorrar dinero los que vendían sus meriendas a un precio más elevado en los “burles” (casinos de juegos ilegales). Pero al bajar la calidad, no pudieron seguir vendiéndolas a esos precios. Hasta las de ETECSA, que eran las mejores, han sido recortadas. Ahora le ponen menos jamón, queso y chorizo.
Las peores son las entregadas a los custodios de empresas. Así y todo, las meriendas tienen salida. Es difícil encontrarse algo más barato, acompañado de una gaseosa cuando el calor derrite a los habaneros.
La merienda es el sustento diario de un número importante de trabajadores de la capital. Si camina por los portales lineales y sucios del centro de la ciudad las verá. Junto a una silla plástica o de madera. A 25 pesos. O un peso cubano convertible.
Iván García
Foto: richard.bitz, Flickr
El Mundo/América, mayo de 2010.
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