La tarde del domingo 16 de junio parecía tranquila, aunque la cuadra estaba más concurrida que de costumbre, pues era el día de los padres. Algunos, para mitigar el calor, compartían con su familia en los portales.
Blanca veía una película en la sala de su casa. A través de la ventana observaba el carro del vecino parqueado frente a su puerta: un Chevrolet gris de 1956 que el médico jubilado cuidaba con esmero.
Son muchos los autos norteamericanos como éste, conocidos popularmente como almendrones, que comenzaron a llegar a nuestro país a partir de 1920, cuando Cuba se convirtió en el primer país importador de autos en América Latina. Incluso, el segundo automóvil con televisor que se fabricó en el mundo circuló aquí.
Hoy, estos vetustos almendrones recorren calles y carreteras desafiando el tiempo, y son un ejemplo del cuidado que por más de medio siglo les han propiciado sus dueños a pesar de la escasez de piezas y las restricciones gubernamentales.
Muchos de estos añejos carros son de uso particular, y otros circulan con un cartel de taxi y representan una buena –aunque no barata- alternativa para aliviar la crisis de transporte en el país.
La tarde de marras, Blanca sintió súbitamente como una fuerte onda expansiva sacudió los cristales de su puerta. Asustada, miró por la ventana, y vio una gran humareda. Todo sucedía al unísono: personas corriendo, la nieta del vecino que desesperada gritaba “¡Abuelo, sal de ahí!”; algunos traían cubos de agua.
Entonces Blanca recordó que el 105 era el número de los bomberos, y aunque no sabía exactamente qué pasaba, los llamó. Los cubos de agua iban de mano en mano, pero el almendrón del anciano médico, que había cogido candela, no se apagaba. A pesar del peligro, el pobre señor no se apartaba de su carro, sino que por el contrario, hacía esfuerzos por salvarlo.
Por su parte, la mamá de Blanca, muy acertadamente, llamó a los vecinos para darles un poco de arena que le quedaba en el patio. Así pudieron apagar el fuego incluso antes de que llegaran los bomberos, que en menos de diez minutos ya estaban allí.
Afortunadamente, nadie resultó lastimado. El propio automóvil no quedó muy dañado, a excepción de varias piezas en el interior del capó, que fue la parte que se incendió. Una vez que pasó todo, el anciano, más calmado, decía bajito a la nieta: “Mijita, acuérdate que estamos en Cuba. Aquí uno no puede comprar un carro cuando quiere, así que cuando lo tienes, hay que cuidarlo”.
Gladys Linares
Cubanet, 21 de junio de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios en este blog están supervisados. No por censura, sino para impedir ofensas e insultos, que lamentablemente muchas personas se consideran con "derecho" a proferir a partir de un concepto equivocado de "libertad de expresión". También para eliminar publicidad no relacionada con los artículos del blog. Por ello los comentarios pueden demorar algunas horas en aparecer en el blog.