Sobre la 1 de la madrugada la noticia corre de boca en boca en Miami, luego de que los medios radiales y televisivos la propagan. No pocas personas hacen saber en entrevistas televisadas, en uno y otro rincón de Miami, que están de pie a esas horas porque las llamó por teléfono un amigo o el hijo o el hermano o el cuñado o el vecino de enfrente.
Los reporteros de la televisión local e internacional continúan su labor no solo pidiendo pareceres a unos y otros de los ciudadanos que han acudido a lugares emblemáticos de la ciudad, como el Versailles o La Carreta, sino además divulgando imágenes que dan fe del júbilo de pasajeros de automóviles que pasan tocando el claxon, muchos de ellos llevando la bandera cubana y gritando como si estuvieran en un festejo.
El nombre del occiso aparece en carteles en manos de los van los carros y entre los que en las calles saludan con fervor a las caravanas de autos. El nombre del occiso aparece junto a palabras realmente impublicables que patentizan un odio viejo. Un rencor casi feroz.
Sobre las 2 de la mañana, Juana Castro, hermana del difunto, es entrevistada vía telefónica para un canal local de televisión y expresa que está en desacuerdo con todas esas personas que han salido a “celebrar”, pues antes debieron haber luchado para terminar con el régimen que estableciera el ahora finado. Y agrega que ella continuará en el exilio y de ningún modo visitará la Isla.
Al amanecer, crece el número de personas en las calles. Tal parece que se han puesto de acuerdo: salen de uno y otro sitio y convergen como si cumpliesen un mandato y al mediodía ya son multitud.
Igual que ocurrió en la madrugada, no solo los cubanos festejan, también venezolanos, mexicanos, peruanos, nicaragüenses... Sus nacionalidades se descubren por sus vestimentas, las banderas exhibidas o cuando son entrevistados por los medios.
Y, como durante la madrugada, los festejantes son hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, niños que acompañan a sus padres. Y siempre hay quienes hacen su agosto en eventos de cualquier índole, en este caso los vendedores de banderas cubanas: unas a 10 dólares, otras a 20 dólares. Y no paran de vender, no dan abasto. ¿Desde cuándo las tendrían confeccionadas o compradas para esta oportunidad?
Comienza la noche del sábado y los medios televisivos muestran más y más personas en las calles, más y más anécdotas de los entrevistados: cada uno hace su cuento, remueve su dolor antiguo por una u otra causa.
Catarsis. El ruido es ensordecedor. Gritos. Las bocinas de los automóviles. Sirenas. Cohetes de artificio. Un maremágnum. Y suben los insultos, tantos procaces, contra el fallecido.
Y las preguntas son: ¿Se vale festejar una muerte? ¿Es de humanos alegrarse de la muerte de alguien? ¿Puede y debe convertirse en una celebración la muerte de un hombre?
Félix Luis Viera
Cubaencuentro, 27 de noviembre de 2016.
Cubaencuentro, 27 de noviembre de 2016.
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