Nada más llegar, Samuel 'Pratt' Perry oyó carcajadas. "Ése es de Florida. ¡Qué caballo tan feo tiene!", le ninguneó un grupo de espectadores desde la valla. Él siguió a lo suyo. No los miró. No dijo nada. Sólo pensó: a ver si se ríen tanto cuando me vean concursar. En el corral hizo 9,1 segundos y se fue aclamado por todos. A sus 86 años, y después de recuperarse de dos infartos, de la rotura de varias costillas, del implante de una prótesis de cadera y de otros mil achaques, Perry es una leyenda del rodeo.
Tiene rancho propio y comercializa una pomada que es milagrosa para las pezuñas. Pero Perry es ante todo un cowboy negro, y eso según la mitología de Estados Unidos lo convierte en una rareza. En una contradicción andante, por muchos becerros que haya lazado, por muchos novillos que haya domado y por muchos toros que haya montado. Los animales no distinguen el color de la piel; algunos de los que organizan y asisten al espectáculo más genuinamente yanqui en sitios como Texas, Oklahoma, Kansas y Colorado, desde luego que sí.
Desde su nacimiento, el western se escribe con W de WASP (acrónimo en inglés de blanco, anglosajón y protestante). Gracias a las películas de John Wayne (y los anuncios de Marlboro), el cowboy se instaló en el imaginario popular como un pistolero de rostro pálido y un tanto bonachón (excepto con los indios). Y sin embargo, en el siglo XIX, cuando las explotaciones ganaderas rebasaban la línea del horizonte, más de un tercio de los vaqueros eran afromericanos.
Los fotógrafos Andrea Robbins y Max Becher se empeñaron en 2008 en saber más acerca de los descendientes de aquellos jinetes, completamente desconocidos fuera de la tierra de los libres y el hogar de los valientes. A través de entrevistas y trabajos de investigación por todo el país, la pareja llevó a cabo un trabajo que sigue la tradición artística del género documental, aunque con un enfoque crítico. Se titula Black Cowboys -para qué más- y fue exhibido en el Museo ICO (Madrid) como parte de la exposición Desplazamientos, incluida en el programa de PhotoEspaña.
Por allí asoma el gran Pratt Perry, con una mano metida en el bolsillo de los jeans, la otra apoyada en la verja del establo, gafas de sol y botas de cuero. Viste y posa como un terrateniente que apenas se permite lujos. "En el campo aprendes mucho sobre el sentido común; en la ciudad sólo aprendes lo que sabe la gente de la ciudad", le explicó a Robbins con la paz interior de quien nunca ha probado el whisky y saluda a cualquier dama con una reverencia , como le enseñó su padre.
Otro de los que se dejó retratar por Robbins y Becher fue Willie Thomas, también leyenda negra al borde los 90. Thomas llegó a ser uno de los mejores jinetes de toros pese a estar ciego de un ojo. "La primera vez que participé en la monta fue aquí, en Houston", hace memoria. "Cuando se enteraron de que era negro, dijeron que no podía. Luego conseguí subirme y los blancos quisieron apostar dinero a que el toro me iba a tirar de inmediato, pero entonces lo monté y gané la competición".
Hubo otras muchas, y en bastantes le negaron el premio o le pagaron menos de lo que le correspondía. Eran tiempos en los que superestrellas como él salían al final del rodeo, casi de forma clandestina, sólo después de los payasos y cuando los promotores se habían asegurado de que la mayoría del público ya iba en la furgoneta camino de casa. Más de una noche le tocó a Thomas dormir en un banco del mismo recinto donde había sido maltratado: en los hoteles donde reservaba habitación tampoco era bienvenido. Barack Obama entró en la Casa Blanca en 2009. Rosa Parks se negó a ceder su asiento de autobús en 1955. Willie Thomas empezó a montar toros en 1949. En Luisiana llegó a calarse el sombrero hasta las orejas para poder competir como cualquier hijo de granjero. Por supuesto, le pillaron, aunque en ese desafío encontró su profesión.
Se cree que el nombre de los centauros estadounidenses tiene su origen en las plantaciones de esclavos, donde los trabajos -y los latigazos- se dividían entre houseboy (sirviente), fieldboy (bracero) y cowboy (vaquero). La abolición del régimen hizo que muchos hombres libres decidieran adoptar la cría y el pastoreo de animales como medio de subsistencia. Eran labores que los conectaban con sus antepasados en África y, sin duda, permitían mayor libertad de movimiento que la especialización agrícola.
Black Cowboys no es una excavación arqueológica, sino la aproximación a una cultura muy viva que en la actualidad se multiplica en cientos de caravanas, eventos benéficos, ligas y concursos en los que la línea que separa al profesional del aficionado y las tradiciones del Norte y del Sur es ya borrosa. Incluso en la Penitenciaria Estatal de Louisiana, más conocida por Angola, la mayor cárcel de alta seguridad de Estados Unidos, y de la cual se dice que nadie sale vivo, se ha hecho sitio el rodeo. Veinte dólares cuesta ver cómo los reclusos, con la preceptiva camisola de rayas negras y sintiéndose libres por un momento sobre la arena, intentan someter a las reses.
Asimismo, en Black Cowboys hay concentraciones de gente a caballo que recuerdan a nuestras romerías, familias sonrientes delante de remolques sin polvo, buscavidas con la cara marcada, amazonas de las que se sacan el sueldo en las carreras de relevos... La sucesión de héroes como Bill Pickett (el inventor de la doma de novillos o bull dogging) y Myrtis Dightman (el primer negro en llegar a las finales nacionales) está asegurada, o eso parece al observar a jóvenes que viven en su tiempo, no el de sus bisabuelos, y mantienen la tradición exhibiendo rastas, gorras con visera, camisetas de tirantes u otras influencias estéticas del hip hop.
Perry ve con buenos ojos a estas nuevas generaciones. "No se piense que todos los negros que llevan sombreros grandes son cowboys. Muchos van de eso, pero no han pagado el precio que hay que pagar para ello. Yo, sí. Y muchos de mis amigos también. Yo no les digo nada. Simplemente, los observo", matiza en el mencionado catálogo. Incluso el cine da la impresión de haberse percatado de lo injusto del cliché que ha perpetuado durante décadas: Denzel Washington encabeza el reparto del remake de Los siete magníficos y Samuel L. Jackson y Jamie Foxx interpretaron a los dos cazarrecompensas de Los odiosos ocho y Django desencadenado, ambas de Quentin Tarantino. Por no remontarnos a Omar Little, el justiciero de la serie The Wire.
Perry recuerda que en Nueva York un toro llamado Gato Salvaje le rompió un tobillo de una patada cuando quiso montarlo. Un año después, en la misma ciudad, el sorteo volvió a emparejarle con la bestia. El resultado fue distinto. Se sentó en su lomo y consiguió 89 puntos en una modalidad de rodeo en la que hay que resistir 8 segundos sin caerse y la puntuación va de 1 a 100. Dice que para ser un buen jinete de toros "hay que poner la pierna izquierda en lado izquierdo, la derecha en el derecho y la mente en el centro". El color es lo de menos.
José María Robles
El Mundo, 29 de agosto de 2016.
Foto: Samuel 'Pratt' Perry. Tomada del reportaje original, donde se pueden ver más fotos de cowboys negros en Estados Unidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios en este blog están supervisados. No por censura, sino para impedir ofensas e insultos, que lamentablemente muchas personas se consideran con "derecho" a proferir a partir de un concepto equivocado de "libertad de expresión". También para eliminar publicidad no relacionada con los artículos del blog. Por ello los comentarios pueden demorar algunas horas en aparecer en el blog.