Quizás lo más difícil para el matrimonio de Joel y Karla fue reunir poco más de 4 mil euros para un viaje de nueve días a Italia. El trabajaba en el almacén de una tienda en divisas perteneciente a la corporación militar GAESA y ella era dependiente de un paladar al oeste de La Habana.
“A mi esposa le pagaban 10 cuc diarios en la paladar, pero con la propina se montaba en 20 o 30 cuc. Yo vivía del invento, de lo que se caía del camión y del facho (robo). Reunimos el dinero ahorrando y vendiendo algunos objetos de la casa, como la computadora y el equipo de música. Primero fuimos a la Embajada de Italia averiguar cómo era la cosa. Allí nos dijeron que cuando tuviéramos la reservación del paquete turístico y los pasaportes, regresáramos de nuevo para el visado”, cuenta Joel desde Madrid vía correo electrónico.
“Con todos los papeles listos, en la embajada nos dieron visas de turista por un mes. También tuvimos que llevar el certificado de matrimonio. Después de pasar nueve días como parte de nuestra luna de miel en Roma, Milán y Florencia, ya teníamos previsto el plan de fuga. Gracias a un tratado que existe de libre circulación de personas en Europa, con el visado italiano, válido por un mes, podíamos recorrer los 27 países de la UE. En un principio pensábamos recalar en Alemania, con leyes migratorias más flexibles, pero el hermano de un amigo nuestro en Cuba no nos pudo garantizar la estancia y por tren fuimos de Milán a Barcelona y luego en el AVE a Madrid”, señala Joel y agrega:
“Llegamos en noviembre de 2016 a Madrid con un frío de pinga. Todos los contactos y protocolos los hicimos por internet, amigos cubanos nos ayudaron a establecernos. Alquilamos una pocilga por 200 euros mensuales, con dos colchones y calefacción. Mi esposa es blanca y a las tres semanas comenzó a trabajar cuidando una anciana. Soy negro, pero no tan prieto como los africanos y al hablar español, comencé a trabajar por la izquierda en un bar. Ahora estoy trabajando media jornada en un negocio publicitario. Nos mudamos de piso y el dinero nos alcanza para comer decentemente y de vez en cuando cenar en la calle e ir una discoteca los fines de semana. Con alrededor de 20 mil euros, dinero de mi moto y una casa que vendí en Cuba, estamos viendo cómo regularizamos nuestros papeles de residencia. En las sociedades del primer mundo, al existir menos corrupción, es más complejo, y también porque los españoles están contra la emigración. Pero con los cubanos las autoridades son más tolerantes”.
Otro caso es el de Daisy. Durante diez años ella laboró como contable en un hotel de cinco estrellas en Varadero y los planes para emigrar la pillaron justo en el momento que Obama derogaba la política de pies secos-pies mojados.
“Pensé que el mundo se me venía abajo. Pero junto a mi hijo y mi marido decidimos probar suerte por México vía Cancún. Ya habíamos estado allí otras veces y teníamos amistad con funcionarios de turismo. Apenas llegar, conseguimos un trabajito por la izquierda. Y como nos fuimos con bastante plata (25 mil dólares) rentamos un buen apartamento. Llevamos tres meses y nos va bien. Como por regla general el cubano tiene un alto nivel educativo, no le es difícil conseguir empleo en México. Claro, ser ilegal es un problema, pero en México la corrupción está al tolete. Con dinero todo se resuelve. Ya estamos gestionando legalizar nuestra residencia”, señala Daisy.
José Alberto, se considera un tipo que sabe aprovechar las oportunidades cuando éstas se le presentan.
“Como muchos cubanos estoy siempre rastreando por internet las solicitudes de trabajo en países desarrollados. Me daba igual Canadá, Suecia que Irlanda. No tengo perro ni gato en Cuba. Estaba desesperado por volar y dejar atrás toda la mediocridad a la que nos ha llevado el gobierno. Quería ser una persona libre y depender de mis propios esfuerzos. Estaba dispuesto a todo. Fue entonces que me enteré que la Embajada de Canadá en La Habana estaba solicitando gente calificada. Por mis conocimientos de inglés y mi título de ingeniero en telecomunicaciones, sabía que contaba con algunas posibilidades. En septiembre del año pasado me aprobaron. La carta de trabajo es por dos años, prorrogable por otros dos. Trabajo cableando redes de internet en las calles de Toronto. Me pagan bien y ya tengo una novia canadiense. Cuando llegué a Canadá todavía estaba vigente la ley de pies secos-pies mojados. Pensé irme a Estados Unidos, pero aquí me va muy bien. Es una nación democrática y respetuosa con los emigrantes. Tengo posibilidades de superarme, lo único malo es que hay frío de cojones. Por lo demás, es uno de los mejores países del mundo y Toronto una ciudad modelo. Mi meta ahora es sacar de aquella mierda a mis padres y mi hermano”, confiesa José Alberto.
A pesar de que las puertas legalmente se han cerrado para los cubanos sin parientes en Estados Unidos, nuestros compatriotas prueban suerte en otras latitudes como emigrantes ilegales.
Denis, alto y atlético, se prepara para volar rumbo a Moscú a fines del mes de julio. “Ya he estado cuatro veces en Rusia. Hablo ruso y he estudiado el panorama. No sé en qué voy a trabajar, si de payaso en un circo, guardaespaldas de un mafioso ruso o prostituyéndome. Pero en Cuba no tengo oportunidades”.
Los futuros migrantes cubanos buscan otros horizontes, sin dejar de mirar hacia Estados Unidos. Puede que la manera de llegar sea distinta y un poco más complicada. Tal vez tengan que saltar el muro que pretende construir Donald Trump en la frontera con México. Pero la emigración en la Isla, aunque ha disminuido, no se detiene.
Iván García
Foto: Aeropuerto de La Habana. Tomada de Havana Times.
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