Mientras tanto, el arenero, con su valiosa carga de cubanos dispuestos a conseguir su libertad, se mantenía abriéndose paso entre la jauría de embarcaciones castristas, también decididos a detenernos al costo que fuera necesario. Antonio Fernández, integrante de nuestro grupo, fue alcanzado en su mano izquierda con un proyectil de calibre 22. “Estaba sujetando la baranda, cuando sentí un fuerte dolor acalambrado que al mismo tiempo me quemaba la mano. Cuando fui herido no atiné a nada, salí corriendo hacia el puente para recibir ayuda”, según nos contó mientras lo curaban.
Al llegar, vi su mano ensangrentada. Debajo de la piel amoratada y sanguinolenta, un objeto extraño y abultado se podía notar: el proyectil había quedado atascado entre los huesos y los tendones. De forma incontrolable su mano no paraba de temblar, por el tremendo dolor que estaba sintiendo. Se le limpió como se pudo y se le vendó la mano con unos pañuelos de tela limpia que de antemano se habían preparado para situaciones como ésta. Sentado en el piso, con la cabeza recostada a la pared, nos dijo: "Siempre habíamos escuchado historias de que los soldados cubanos dispararían contra cualquiera que intentara abandonar Cuba. Yo no lo creía y realmente nos los están haciendo”.
Antonio no paraba de hablar mientras terminaban de darle los primeros auxilios en su mano izquierda. Después lo vi bajar las escaleras del puente y a zancajadas correr hacia la cubierta y sumarse al grupo de resistencia. Los hombres dignos como él, en sus deseos de libertad, se entregan de tal forma que se olvidan de sus dolencias corporales. El 5 de junio de 1994, Antonio Fernández fue entrevistado por el periódico Sun Sentinel.
La historia que estoy contando no es más real solo porque hubo heridos o porque en ella se involucraron cuerpos militares estadounidenses y guardafronteras cubanos. Nuestra memoria no siempre es fiable, porque ella puede confundir la realidad con la fantasía. El ser humano tiende a distorsionar los hechos, de acuerdo a nuestros miedos, esperanzas o deseos. Pero lo ocurrido el 4 de junio de 1994 quedó impregnado en nuestro ADN de tal forma que estos pasajes quedaron grabados para siempre en lo más profundo de nuestra psiquis. Fue algo que superó nuestras emociones y quedó exento de cualquier riesgo de distorsión producida por el tiempo. Fue una odisea sobrehumana.
Fuimos sometidos a una confrontación directa y extremadamente fuerte por parte del castrismo. Y que pudo haber sido mayor pues esa madrugada, una flotilla de remolcadores asentada en la Bahía de La Habana fue movilizada y enviada para perseguirnos y detenernos. Pero debido al mal tiempo y la distancia, fue cancelada la misión y enviada de vuelta a su base. La flotilla, conformada por tres remolcadores de la serie Polargo, un mes después, el 13 de julio de 1994, en aguas de la bahía habanera, criminalmente masacró al Remolcador 13 de Marzo. Esa noche murieron 37 compatriotas. Diez de ellos eran niños.
Volviendo al René Bedia Morales. Una de las proezas más relevantes fue cuando los guardias de la cohetera trataron de brincar por la popa. De pronto, del grupo de personas que defendía la proa del moto arenero, ví correr como un bólido a Portuondo hacia el guinche de popa. Al llegar, arranca el cable de 440 voltios y con grotesco ademán, golpea el cable contra la baranda de popa al tiempo que grita "Si brincan los voy a electrocutar a todos". Los guardias que estaban a punto de saltar retrocedieron aterrorizados al ver que, producto del corto circuito del cable eléctrico contra la baranda de metal de la popa, del barco salieron enormes chispas que parecían fuegos artificiales.
Llevábamos unos 40 o 50 minutos y creo, no estoy seguro, que solo habíamos avanzado unas 8 o 10 millas del puerto del Mariel. Es que habíamos perdido tiempo de avance cuando el barco giró sur hacia tierra, debido al disparo que alcanzó a Andrés en el cuello. Pero seguíamos en nuestros puestos, seguíamos insistiendo en las comunicaciones. Era nuestra única esperanza: neutralizar al enemigo antes que nos lanzaran un cohete o hicieran algo horrendo para poder detenernos en aguas alejadas de la costa y de la vista del pueblo, que se mantenía observando desde el litoral y en los balcones de los edificios del Mariel
Mayday, Mayday, es la moto arenera René Bedia Morales! Mayday, Mayday, una y otra vez se repetía la llamada de emergencia sin lograr contacto alguno. Verificábamos la potencia de salida para cerciorarnos de que el equipo estaba funcionando bien. Definitivamente nadie nos escuchaba. Juan me recomienda subir la potencia de 5 a 40 watts, a ver si de esta forma lográbamos hacer contacto. Estaba dudoso de si ésa era una buena solución, y aunque el equipo fue concebido para trabajar bajo potencia máxima, se podía dañar al operarse al límite de su capacidad.
Pero no nos quedaba otra alternativa, intentarlo una y otra vez. Y había que hacerlo a como diera lugar, era nuestra responsabilidad y la única alternativa para conseguir la ayuda que tanto necesitábamos por los heridos. Todo en medio de aquel aislamiento, donde teníamos que arreglarnos solos en la lucha desigual que estábamos librando contra tropas castristas. Pero no quedaba otra alternativa que subir la potencia. Mientras, la calibre 50 seguía disparándole al puente. Y fue en ese momento cuando al finalizar el llamado de Mayday, un zumbido por encima del nivel de ruido de la frecuencia, comenzó a escucharse cómo aumentaba y disminuía su potencia. Era la señal de sintonía de un transmisor, alguien estaba sintonizando su equipo encima de nuestra frecuencia, alguien por fin nos había escuchado en medio de aquel holocausto. Juan y yo saltamos de alegría. No podíamos creer que ya dejaríamos de estar solos en medio de la nada. Por fin los heridos podrían ser atendidos.
Pero mientras todo esto ocurría a miles de millas, radioaficionados que nunca pensaron en una aventura como ésta, por cosas del destino iban a implicarse. De pronto el sonido de 1 Kilohertzio (kHz) de sintonía que estábamos recibiendo se apaga, y una voz a través de la bocina de nuestro transceptor se escucha: Adelante, moto arenera René Bedia Morales. Moto arenera Rene Bedia Morales. Esta es la Hotel, Papa, 1, Delta, Alfa, Víctor, Repito, Hotel, Papa, 1, Delta, Alfa, Víctor, operador Álvaro, cambio. HP1-DAV (Álvaro) y HP1-DCF (Carlos) eran radioaficionados panameños.
A las 1:37 de la madrugada del sábado 4 de junio de 1994, cuando estábamos por finalizar nuestra transmisión con los radioaficionados panameños, que habíamos modulado por frecuencia en el equipo de HF (High Frecuency), de repente recibimos un llamado de permiso. El colega que estaba llamando tenía un tono de desesperación y angustia.
“Permiso, permiso”, decía, pero no sabíamos de quién se trataba. Cuando Álvaro (HP1-DAV) le dio el pase para que se identificara, se reporta la estación venezolana YV5-JCB (Pedro Rodríguez). Entonces comentó que nos trasladáramos de inmediato a la frecuencia 7118.8 MHz, pues según HP1-DAV (Álvaro) había una llamada de urgencia suprema. Rápidamente giro el sintonizador de frecuencia (VFO) del equipo de radio y me detengo en 7118.8 MHz.
Ajusté mi transmisor y al llamado de auxilio le pregunté su identificación, y hacen saber que eran CM2-PJ Y CO2-JU, los dos Juan a bordo de la moto arenera René Bedia Morales, donde aproximadamente habían cien personas a bordo entre ellas mujeres, niños y personas mayores, que estaban siendo atacados con disparos de alto calibre y se encontraban a 8 y 12 millas del puerto del Mariel, que mantenían un rumbo a 15 grados NW, HP1-DAV (Álvaro) le dijo a HP1-DCF (Carlos) quien también se había trasladado a la frecuencia de emergencia. Carlos tomó el control y dijo que me va a poner en contacto con el Comando Sur del ejército norteamericano acantonado en las riberas del Canal de Panamá, para informarle de lo que estaba ocurriendo en el Mar Caribe a la embarcación René Bedia Morales.
HP1-DAV (Álvaro) se separa del equipo de radio y toma el teléfono, a un paso de donde se encuentra sentado en la estación de radioaficionados. La llamada fue al teléfono 104 (policía nacional). Me contestaron de la estación de policía del Parque Lefebvre. Expliqué lo que estaba sucediendo y me dieron el número telefónico 21-8813, pero marcaba y daba ocupado. Pero ya les había notificado mi número de teléfono y a los 3 minutos, de la estación de policía Parque Lefebvre, me llamó el cabo 2do (Luis Aparicio). Eran aproximadamente las 2:10 am (H.P), le expliqué todo lo que estaba pasando, y él me facilitó el teléfono 81-1212, el número de la base militar en Fort Clayton.
Juan Felipe
Foto: Casa donde Juan Felipe y su familia vivían en Regla. La torre que se ve en el techo era de su antigua estación de radio CO2JU. También se ve la antena direccional para 2 Mts que instaló en 1990. Tomada de su Facebook.
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