sábado, 4 de febrero de 2012

Ejercicio de abstracción


Hablar de periodismo en Cuba, es fantasear. Un ejercicio de abstracción, como solía decir ese gran periodista que es Raúl Rivero. En tertulias con amigos, es casi obligado hablar del papel de la prensa en nuestro país.

Casi todos coinciden en que desde hace 53 años, en la isla no se hace un periodismo serio. Más que reporteros, la función que cumplen es la de amanuense. No hay contrapeso, las críticas brillan por su ausencia, además de ser aburridísimos y parcializados. Mis amigos llevan razón. Un periódico cubano es lo más parecido a un mural de una fábrica en Corea del Norte.

Ahora bien, hay que recordar que ellos escriben para diarios como Granma o Juventud Rebelde, órganos del partido y de la juventud comunista. Es decir, son periódicos partidistas. Y por lo tanto cumplen con el guión encomendado: no informar. Hacen su labor mirando de soslayo la realidad, convencidos de que al otro lado del charco hay un espía gringo, lupa en mano, esperando para sacar provecho de lo que dicen o escriben.

Ese juego tonto dura ya cinco décadas, y en él se desenvuelve la prensa oficial cubana. No decir nada que pueda servir como arma al “imperialismo yanqui”. Hay más. Es muy fácil gobernar cuando usted controla el flujo informativo. Fidel Castro, que está lejos de ser un demócrata, lo captó al vuelo en 1959.

Se entiende entonces por qué los diarios cubanos, debido al alto costo de los rollos sanitarios, son utilizados como papel higiénico en muchas casas. Aunque sean un bodrio, es lícito que el partido y la juventud comunista o los sindicatos tengan sus diarios.

Bien. Pero grupos de personas, asociadas o no, así como otros sectores de la sociedad, están en todo su derecho de crear un periódico, revista, folleto, blog o web, y no ser perseguidos o encarcelados por decir lo que piensan. Ése es el punto.

Cuando comencé a escribir, un invernal día del mes de diciembre de 1995, lo hice pensando que sobre el teclado podía vomitar mi forma de ver el fracasado socialismo tropical. Y contar el vacío espiritual de gente de mi generación, hundida en el fracaso estrepitoso del hombre nuevo, la indigencia material y una economía sin gas que no satisface las expectativas de los cubanos.

Soy periodista autodidacta. Pero el periodismo no me era ajeno. Crecí en la redacción de la revista Bohemia, la única que Castro permitió publicar con el mismo nombre después del 59, donde mi madre Tania Quintero, también autodidacta, trabajaba de reportera en la sección En Cuba, creada en los años 40 por Enrique de la Osa.

Por eso sabía cómo el partido, utilizando al DOR (Departamento de Orientación Revolucionaria), censuraba y se inmiscuía en el proceso editorial de la prensa. Pregúntenle a cualquier periodista oficial, mirándole a los ojos y pidiéndole que sean honestos, si son libres a la hora de escribir o escoger los temas.

Ya siendo un joven, trabajé de asistente de producción en la televisión cubana. Más de lo mismo. En 1988 colaboré con mi madre en la realización de un programa Puntos de Vista sobre los derechos humanos, que le pidieron hacer a raíz de la primera condena mundial a Cuba ese año, en Ginebra. Entre los encuestados en la calle, hubo algunos que abiertamente criticaron el proceder del gobierno en materia de derechos humanos.

Cuando Tania llegó a la redacción con el material, estalló una tormenta. Además de tener que enviar el cassette con las entrevistas al Ministerio del Interior, para que fueran revisadas, a su jefe, de apellido Romay, le subió la presión. Un día, Romay habló a solas conmigo conmigo. "Eres un buen muchacho, pero le vas a buscar problemas a tu mamá con esas ideas que tienes". Era un buen tipo. Pero no podía dejar de cumplir la labor de censor asignada a todos los directores y jefes de redacciones en los medios oficiales cubanos.

El quid no es si los periodistas oficiales redactan mejor o peor. Si no que no escriben lo que la gente quiere saber. No cuentan historias. Sólo apologías y divagaciones sobre una vida perfecta, ideal para un país nórdico. Pero no hacen el periodismo ciudadano que el ciudadano de a pie espera de ellos.

Siempre fantaseé con la posibilidad de entablar una polémica correcta y civilizada con personas que piensan diferente. Es sano. Ojalá prolifere en Cuba la cultura del debate. Discrepar, sin faltar el respeto ni descalificar. Lo necesitamos. Mírese por donde se mire, el futuro será distinto. Y ya es hora de construir los cimientos de una sociedad abierta y tolerante con los que disientan.

Apartemos el odio. Llegado el momento del cambio, se podrá hacer el periodismo de calidad que la gente necesita. Se podrá acceder a cifras sin tanto misterio, e internet dejará de ser un lujo al alcance de unos pocos. Es a lo que aspiro.

Que peloteros como Kendry Morales y Liván Hernández puedan jugar con la casaca de las cuatro letras. Y que mi madre pueda conocer a su nieta de 9 años. Es un sueño. Pero no imposible.

Iván García
Foto: Tomada de Cubanet (http://www.cubanet.org/articulos/16176/).

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