Es la cárcel de máxima seguridad en Cuba. Está situada en el Kilómetro 13 y medio de la Autopista Monumental, a unos diez kilómetros del centro de La Habana. A la entrada, un cartel en inglés reza que está prohibido tirar fotos. Los días de visita, los familiares arriban en manadas a la entrada, cargados con enormes jabas (bolsos) de alimentos para sus parientes presos.
“Le llevo cigarros, azúcar prieta, galletas, pan tostado, refresco instantáneo en polvo y conservas, que por medidas del penal, hay que vertir en recipientes plásticos", dice Elena, 63 años, quien cada 45 días hace el viaje desde el pueblo de Artemisa, a unos 70 kilómetros de la capital, para visitar a su hijo y llevarle provisiones.
Para poder entrar en la prisión, se tiene que pasar por dos barreras de seguridad, en cada una de ellas se chequean los carnés de identidad. Para visitar a un recluso, con anterioridad éste ha tenido que incluir tu nombre en la tarjeta donde se le autoriza a recibir hasta 5 personas a la vez, mayores de 18 edad.
El rigor varía de acuerdo a la peligrosidad del recluso y el número de años de sanción. Los de delitos menores, tienen visita cada 21 días y pabellón conyugal con sus novias o esposas cada 3 meses. En el caso de los presos políticos, la visita reglamentaria es cada 45 días y el pabellón conyugal cada 6 meses.
Luego de traspasar el primer cordón, se llega a una puerta de aluminio y cristal donde medios electrónicos revisan los paquetes llevados a los reclusos, comunes o políticos. Un cartel informa que los presos no pueden recibir agua de colonia, medicinas ni alimentos en envases de cristal ni metálicos. Tampoco se permite que las mujeres usen blusas y camisetas escotadas, faldas cortas o vestuario provocativo.
Un oficial de la raza negra y con una sintaxis deficiente, se reúne con los familiares y explica lo que puede ocurrir si se visten prendas que despierten la fantasía de hombres que llevan años sin tener sexo con una mujer.
“Hace unos días, un recluso le cortó el cuello a otro porque de forma lasciva estaba mirando a su esposa. Los que no tienen familia o nadie viene a verlos, suelen salir a la hora de la visita para vacilar a las mujeres, y luego, en la soledad de sus celdas, masturbarse. Aunque en los baños del propio salón de visitas, se han atrapado presos haciéndose una paja”, indica el oficial.
Y por ese motivo, agrega, las esposas, hijas, hermanas y amigas, deben vestir recatadamente y con pantalones. Muy enfadado, el oficial dice: “Recientemente, familiares de reclusos se robaron una pieza de la taza del baño. Lo hemos arreglado, pero recuerden que cualquier objeto perforo-cortante es un arma dentro del penal”.
Tras el regaño, los familiares son invitados a ponerse en fila, para pasar en orden. Un arco electrónico revisa a todos los visitantes. Está prohibido pasar cámaras fotográficas, grabadoras y teléfonos celulares. Cada persona tiene que entregar su documento de identidad, que es retenido hasta la salida.
El salón de visitas es un recinto largo y estrecho, con mesas y asientos de cemento a ambos lados. Cuando usted ya está dentro, no puede salir hasta que hayan culminado las dos horas y media de la visita. Varios oficiales de aspecto lombrosiano caminan con paso grave por el salón.
Los reos se sientan frente a las mujeres, los hombres se pueden sentar al lado de los visitantes varones. En ese tiempo, se les permite comer y beber jugos, refrescos o batidos de frutas. El sitio está pintado de un color carmelita oscuro, que le da un toque tenebroso.
Desde el lugar se divisa el hospital de la prisión. Es grande, está pintado de blanco y, según reclusos comunes, durante varias semanas allí estuvo el prisionero de conciencia Orlando Zapata Tamayo, debatiéndose entre la vida y la muerte tras 86 días en huelga de hambre.
Al costado del pabellón de visitas, hay un campo de atletismo que circunda un terreno de béisbol. Al fondo, se divisan tres moles de concreto y hormigón. Son las galeras de la prisión, con capacidad para 10 mil reclusos. Son tres edificios de cuatro pisos cada uno. Se les conoce por sus números, Uno, Dos y Tres. En el Uno, están los sancionados a largas condenas; cubanoamericanos acusados de tráfico de personas; extranjeros que cumplen sanciones en Cuba, y estuvieron presos políticos de la primavera negra de marzo de 2003.
Un recluso común que lleva 18 años tras los barrotes, señala que la comida por lo general es pésima, pero “ahora ha mejorado, gracias a la presión de la gente de los derechos humanos y porque esperan la visita de un relator especial de las Naciones Unidas".
Cuando se le pregunta por el trato, mira a ambos lados, pide que no publiquen su nombre, y en voz baja dice que los abusos de los guardias y las golpizas es algo normal en el Combinado del Este, “sobre todo a los presos por delitos comunes”, subraya.
Ya a la salida, los hombres tienen que esperar en un portón tapiado a que lleven para sus celdas a los presos que tuvieron visita. Después que se le comunica al oficial de la puerta que se hizo un recuento y están todos en sus respectivas galeras, se les devuelve el carnet de identidad a los hombres mayores de 18 años que ese día fueron a visitar algún pariente o amigo.
Cuando usted abandona la gigantesca prisión, y un fuerte sol de primavera lo acompaña en su viaje de regreso a la ciudad, su tensión se relaja. Las palmeras enanas y el mar de azul intenso que rodea la Autopista Nacional contribuyen a que vaya cediendo ese ambiente de opresión y encierro sufrido durante tres horas de visita.
Iván García
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