El alma de La Habana la conforman ese trozo de geografía que es el Barrio Chino, el Parque de La Fraternidad, el Parque Central y el Paseo de Prado, justo hasta el mismo muro del Malecón, donde las azules aguas del Océano Atlántico, demarcan la ensenada capitalina. Y de fondo, como un vigía de casi 500 años, el Faro del Morro.
Y en el medio, majestuoso, el Capitolio Nacional. Justamente él marca el primer kilómetro de la Carretera Central. Al igual que el Capitolio, la carretera fue construída en la década de los años 20 del siglo pasado, por el dictador Gerardo Machado.
Cada mañana, ese tramo habanero es una marea humana. En los portales lineales de las calles Reina o Monte, transeúntes agitados y cabizbajos caminan apurados con jabas, bolsos o mochilas, preocupados por lo que esa noche llevarán de cena a sus casas.
Con muy mala pinta, en pequeñas tarimas se ofertan panes con lechón a 5 pesos. Otra destartalada cafetería vende pan con minuta de pescado, de asqueroso. Cerca, en el antiguo Ten Cent de Monte, donde la calidad es algo mejor, una desaliñada negra que al parecer no tuvo tiempo para peinarse, pregona a voz en cuello: "Arroz frito a quince pesos, pan con jamón a diez y refresco embotellado a cinco".
La gente entra y sale de las tiendas y se arremolina frente a un carrito que vende granizado de sirope de fresa, a dos pesos el vaso. Falta que hace. El calor supera los 30 grados. En las paradas de ómnibus, las colas son contínuas. Los vendedores de maní, salado o azucarado, hacen su agosto.
Los viejos almendrones -autos americanos de los años 40 y 50- parten cargados de personas presurosas por llegar a sus hogares en Alamar, La Lisa, Cotorro, San Miguel, Santiago de Las Vegas o La Víbora.
Al ver tantas personas, uno se tiene que cuestionar las bajas cifras de desempleados reportadas por el gobierno. A cualquier hora del día, una masa de gente camina de un lado a otro. Y no es fin de semana.
En la peña del Parque Central, varios hombres gritan con pasión. Discuten sobre béisbol, el deporte nacional. Un mulato de ojos saltones, con un papel a mano batiente, refuerza sus comentarios con las estadísticas de Kendry Morales, ídolo en La Habana, por haber jugado en Industriales, la novena que representa a la ciudad, y ahora brilla en la gran carpa con los Angelinos.
Cuando cae la noche empieza a aparecer la fauna marginal. Los travestis, muy altos por los tacones que calzan, se pavonean en el Parque El Curita, a un costado de la antigua compañía de teléfonos, en Águila y Dragones. Tipos entrados en años con la mirada torva, por el exceso de ron o cerveza de baja estofa, se afilan los dientes con "las pájaras".
En los portales de la antigua tienda Sears, hoy Palacio de la Computación, con su maquillaje grotesco y sus minúsculos vestidos, llegan las putas por moneda nacional. Entrada la madrugada, una banda numerosa de lesbianas con corte de cabello a lo militar, toma cerveza Bucanero o Cristal, a un peso convertible la lata, en las cafeterías por divisas de los alrededores.
En el Parque de La Fraternidad, junto a la imponente ceiba, santeros y paleros aprovechan la noche para colocar sus ofrendas al pie del viejo árbol. Unos pervertidos aprovechan la oscuridad y a la luz de la luna se masturban lentamente al paso de las putas baratas. Ellos no tienen los 5 cuc con los cuales podrían tener sexo durante media hora. Hacerse una paja les sale gratis.
El kilómetro 0, de madrugada, se convierte en la pasarela de los renegados. Ya cuando el sol calienta, la fauna marginal va a la cama. Y si usted camina despacio Prado abajo, hasta La Punta, y se sienta en el muro del Malecón verá un espectáculo sin igual: el sol anaranjado y poderoso, empinándose por encima de esta ciudad, que un gobierno absurdo ha convertido en una manzana de discordias.
Ese trozo de geografía habanera, que limita con el Barrio Chino, la calle Obispo y el Malecón, es parte de las nostalgias de esos cubanos desperdigados por el planeta. A ellos dedico este post.
Iván García
Foto: ZX-GR, Flickr.
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