sábado, 18 de febrero de 2012

El chiste del hombre nuevo


La formación del hombre nuevo siempre ha sido una faena estéril. El comandante Ernesto Che Guevara, su precursor, con su bombilla de mate, deliraba en los momentos de descanso en la guerrilla, camino a Santa Clara, a finales de 1958. A esas alturas de la guerra frente al dictador Fulgencio Batista, el argentino Guevara, era un convencido de que en la sociedad futura que se construiría en Cuba, había que comenzar por diseñar un hombre de laboratorio.

Soñaba, y creía posible el Che, un maoísta y comunista radical, que se necesitaba mano dura para disciplinar a la divertida -y con tendencia a la holgazanería y la informalidad- población cubana. Según Guevara, a estos criollos dados a las fiestas y los carnavales sin fin, jodedores e irrespetuosos con las mujeres del prójimo, les hacía falta una revolución, con una dosis de represión y terror que permitiera la construcción de una sociedad comunista.

El argentino lo intentó. En el poco tiempo que fue ministro y hombre importante en la política cubana, además de disparar el gatillo festinadamente en los amplios y húmedos patios que servían de pelotón de fusilamiento en la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña, impuso el trabajo voluntario, la estimulación moral y otras fórmulas que el médico de Rosario había leído en sus ensayos marxistas.

Hasta que se dio cuenta que fabricar hombres probetas en serie, que fueran monógamos y no movieran las caderas al ritmo de tambores, era una misión imposible en una isla de sol, aguardiente y locura. Che era un fanático convencido, polémico y con una fe a prueba de balas. Pero su amigo Fidel Castro era de otro espécimen.

El abogado de Birán, en el mejor de los casos, era un oportunista pragmático e inflado de ego, un narcisista que vio en tipos como el Che y la ideología comunista, la mejor manera de diseñar un poder duradero y efectivo. Guevara entonces se marchó a lo suyo. A los focos guerrilleros y la formación de máquinas de matar que aniquilaran sin piedad a los gringos, en cualquier parte del mundo.

Murió convencido, y poniendo el pellejo para intentar demostrar sus verdades. Eso fue hace 42 años en Quebrada del Yuro, Bolivia. Después de su caída, se ha convertido en una de las operaciones de marketing más grandes de la historia.

Castro, cubano al fin y al cabo, sabía que modificar el alma de los suyos, dados a la santería y a no tomarse las cosas en serio, era un asunto de ilusos. Para dominar durante 50 años, a discreción ha usado el miedo, las cárceles y una pizca del idealismo barato. Y sobre todo la moralina, que con emoción le contara Ernesto Guevara en los días que estuvieron en una celda en el Distrito Federal de Ciudad México, entre partidas de ajedrez y discusiones teóricas sobre cuál era el mejor futuro para Cuba y América Latina.

Del hombre nuevo que soñara Che Guevara no queda ni átomo. Casi todos los cubanos roban cualquier cosa en sus puestos de trabajo, desde un bombillo hasta una hoja de papel. Cuando alguien comienza en un nuevo puesto, no le interesa cuánto salario devengará, sino cuánto se puede robar.

Quedan pocos seguidores. En momentos adecuados -fechas históricas y aniversarios de su muerte- se ponen las máscaras y en los matutinos de sus empresas o en actos públicos, engolan la voz, ponen el piloto automático y hasta se emocionan cuando hablan del Che. Excelentes actores a quienes Hollywood no les ha echado el ojo.

Ya la revolución se va a bolina. Ahora, funcionarios y gobernantes intentan ganar tiempo y buscar moneda dura. Nadie se acuerda del hombre nuevo, ni las tonterías que propugnaban ingenieros sociales como el Che Guevara. Los supuestos hombres nuevos, están en las colas del Consulado español o de la Sección de Intereses de los Estados Unidos, locos por marcharse.

Olvídense de la crisis mundial. Desde que nacieron, ellos viven bajo el signo de las crisis y las guerras-fantasmas contra los yanquis. Muchos de esos hombres nuevos salen de noche travestidos, a pasar una madrugada de sexo, drogas y con suerte, ligar un extranjero. O son disidentes, periodistas independientes o blogueros.

Para los cansados y descreídos cubanos, el verdadero hombre nuevo, son tipos como Kendry Morales o Isaac Delgado, que aprovecharon su oportunidad, son libres de decir cuanto quieren y ganan mucha plata, ya sea pegando jonrones o poniendo a bailar al público con su pegajosa música. Hablar del hombre nuevo es hoy un chiste de mal gusto en Cuba.

Iván García

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