Rogelio Meralla Soto, natural del Vedado y residente en Jaimanitas, cuenta una historia que parece increíble. En 1993 trabajaba de mecánico automotriz en el puerto pesquero de La Habana, y una mañana la policía tocó a la puerta de su casa, para llevárselo a una investigación de rutina, que se convirtió en siete meses y un día y medio recluido en la prisión Combinado del Este.
Lo acusaron de robo con violencia en una vivienda, cargo que negó desde el principio, porque era una infamia. El sábado que se perpetraron los hechos estaba en su casa del barrio La Timba, junto a su madre, viendo televisión.
El patrullero que lo fue a recoger lo dejó una semana en un calabozo de la estación de policía de Zapata y C, Vedado. Después lo trasladaron en prisión provisional para el piso de pendientes del Combinado del Este, hasta el día del juicio.
Estaba encarcelado injustamente, por lo que la prisión resultó doblemente terrible. Allí vio todo tipo de vejámenes. Intuyó lo que le esperaba en lo adelante, cuando en su expediente laboral apareciera la palabra ex recluso y se cerraran las puertas. Habitó en los cuatro pisos del penal: pendientes, mayores, jóvenes y menoría.
Al cumplirse los siete meses exactos de estar tras las rejas, en un carro jaula fue llevado al Tribunal de La Habana. Un abogado de oficio pudo verlo cinco minutos antes de efectuarse el juicio. Rogelio le contó atropelladamente que era inocente, que habían acabado con su vida, que le pusieran delante un solo testigo que jurara haberlo visto en el lugar de los hechos ese día. Estaba desesperado, flaco, triste...
La policía, que era quien lo acusaba, no se presentó a la vista. La única testigo que aparecía en el expediente era la propietaria de la vivienda violentada. Ella reiteró haber dicho desde el principio a la policía, que ése no era 'el negrito' que había visto rompiendo la ventana. "No sé por qué está preso todavía, si desde hace siete meses dije que no era él".
El fiscal, que solicitaba 16 años de sanción, retiró la petición. El tribunal ordenó libertad inmediata. Sin embargo, lo llevaron de vuelta al Combinado y lo metieron en un depósito de tránsito, junto a una veintena de delincuentes consumados listos para sentencia.
-Ese día y medio marcó mi vida, porque según la ley por ese día y medio ya no podía recuperar mi puesto de trabajo. Era un hombre libre declarado inocente y ni siquiera me dieron una disculpa. Al contrario, me tiraron en aquel hueco lleno de fieras, donde mi vida peligró cada segundo.
-Al día siguiente por la tarde, me llevaron al almacén de las pertenencias. Me dieron un pantalón cualquiera y una camisa, porque mi ropa no apareció por ningún lado. La carta de libertad que me entregaron la guardé bien para que no la vieran.
-Más que un salvoconducto era una acusación: Prisión preventiva por siete meses bajo sospecha de robo con violencia. Pensé que si alguien leía eso, podía ser conducido de vuelta al Combinado. Ese miedo, a que me lleven de nuevo injustamente a la cárcel, lo he incubado desde hace veinte años.
Frank Correa
Foto: Roelio Meralla. Tomada por Frank Correa
Cubanet, 4 de septiembre de 2012, publicado con el título Siete meses y un día y medio.
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