Últimamente, la ketamina es la pastilla mágica. Quiero decir, la pastilla de los que no pueden pagar la coca, que son los más. Halar polvo es un lujo que solo se pueden dar los macetas, las jineteras, algunos músicos y ciertos hijos de papá. Las diferencias clasistas también alcanzan -¡y de qué manera!- a los junkies cubanos.
En una irónica alusión a aquella "cleptómana de bellas fruslerías" de la trova tradicional, la protagonista de una canción del cantautor Adrián Berazaín es una ketainómana (¿del Parque de G?).
Dicen que la ketamina es capaz de tumbar a un caballo. Y es cierto: los veterinarios la utilizan como anestesia. Aseguran que no crea adicción, que causa euforia, sientes como el cuerpo se te estira o se te encoge, como la mente y el alma se te desprenden del cuerpo. Pero depende: a algunos les causa estados de pánico o ansiedad.
De cualquier modo, lo peor viene después, cuando empieza a pasar el efecto inicial. Deja una resaca oceánica, y el cerebro enredado en sargazos que te lo trituran. Y vómitos y mareos. La sobredosis puede resultar mortal. Pero los que se enganchan vuelven una y otra vez a consumir.
"Nada, es como emborracharse, pero mejor, más descargoso", me dijo un adolescente, con piercings en los labios y los párpados, con un aspecto pálido y enfermizo, acentuado por la ropa negra que vestía.
La ketamina –o kit-kat, como también la llaman- un poco más cara, pero también mucho más efectiva, ha venido a competir con la amitriptilina y el parkisonil –"el paco", como le llaman- que se vende de 15 a 20 pesos la pastilla y otros medicamentos que en Cuba son utilizados por los jóvenes "para arrebatarse" desde hace varias décadas.
El fenómeno de la droga, pese a las periódicas operaciones policiales, las discotecas clausuradas y las severas sanciones contempladas por el Código Penal para los traficantes, nunca se erradicó del todo, como pregonaba hasta hace una década –antes de la Operación Coraza- la propaganda oficial.
Recuerdo que cuando era un adolescente, allá por los inicios de los años 70, la marihuana estaba a tutiplén por toda La Habana. Un cigarro, con independencia de la calidad, no costaba más de 10 pesos. En cada barrio había tipos que la vendían. En las fiestas "de onda", los pitillos -o las aldabas, como las llamaban en dependencia del grosor- se pasaban entre los pepillos. Los "iniciados" recomendaban inhalar fuerte y tragarse el humo. Así se ahorraba, alcanzaba a más, hacía efecto más rápido y se disimulaba la humareda y el olor.
También los muchachos, sobre todo en las etapas de la escuela al campo, solían tomar cocimiento de flor de campana o fumarla, pero resecaba mucho la garganta y había que tener mucho cuidado porque una especie de campana era sumamente tóxica. Si te descubrían con el cocimiento, siempre podías alegar que eras asmático. Como el Che...
Por entonces, la droga dura era el 'desartedrón' (desaktedron), que se tomaba con cerveza o ron para multiplicar su efecto, que de todos modos era demoledor. Conozco a muchos que terminaron convertidos en guiñapos, con el cerebro achicharrado o muertos. Cuando llegaron los tiempos de las agujas infestadas de Sida, el balance de bajas fue aterrador.
Hoy, un cigarro de marihuana cuesta el doble y hasta el triple que hace veinte años. Pero la calidad es mejor. Ya casi no circula la llamada "yerba de parque" que antes tanto abundaba y que tanto defraudaba a los "que sabían". Desde hace unos años, los adictos se refieren a la "marihuana yuma" (¿colombiana?), "la buena", y desdeñan la otra (¿nacional?). La primera cuesta no menos de dos cuc el cigarro; la otra se consigue a la mitad.
"La piedra es más cara y muy incómoda para halar, calentar la lata y toda esa descarga. Es demasiado foco. Y hace más daño. Pero si la rallas y ligas el polvo con la ganja, es lo máximo", me explicó un muchacho de Mantilla, de unos 19 años. Cuando le pregunté por qué se endrogaba si sabía el daño que hacía, me miró como si le hubiese hablado un sapo, se enganchó los audífonos y dijo: "No hay más ná, puro, esto no está fácil".
Casualmente, fue la misma respuesta de los muchachos de El Callejón, más o menos de la misma edad, y que se definen como "repas". Todos aceptan haber fumado o tomado pastillas alguna vez y refieren que les gustó. Parece que me puse impertinente con las preguntas y no quisieron explicarme el gusto que le han cogido algunos muchachos a machetearse entre ellos o con cualquiera que se les cruce en su camino.
Definitivamente, ninguno de ellos es el hombre nuevo de que hablaba el Che. O sí: precisamente eso fue lo que salió de la probeta.
Luis Cino
Primavera Digital, 22 de agosto de 2012
Foto: Parque de G, lugar de encuentro de frikies, punks, hippies, emos, góticos... Tomada de Havana Times.
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