El pequeño puerto de la playa La Panchita, en la provincia de Villa Clara, parece haber sido destinado a ser noticia este verano. Primero, los pescadores sin barco para trabajar, por falta de piezas para el arreglo, falta de pago a los trabajadores en las interrupciones existentes, y falta de vergüenza de las autoridades locales. Luego, temporadistas desalojados de sus propias casas, destrucción total de las viviendas que se edificaban en la zona de la playa, más el consecuente revuelo social.
Y ahora, lo más escandaloso: la visita del general Ramiro Leal González, quien, con su familia y dos de sus camarillas, uniformados como él, se presentó en el puerto, alegando que venían a investigar e inspeccionar los hechos y sucesos que estaban ocurriendo en la playa, porque habían llegado quejas al Consejo de Estado, en La Habana, sobre la demolición de casas y el gran descontento popular.
Auto con chapa oficial, uniforme militar, terminología y documentos acreditados. Todo lo trajo hasta la costa norte de Villa Clara el presunto general Ramiro, de La Habana. Nadie tuvo dudas al respecto, porque desde que comenzaron en la playa los conflictos de demolición y desalojos, nadie ve raro que visitantes con la facha del general Ramiro se presentaran frecuentemente.
Junto a su familia, y a los otros dos compinches, y exhibiendo todas sus credenciales, el presunto Leal González recorrió la playa a pie, junto a los dirigentes del municipio y la delegada de la zona. Lo revisaron todo, palmo a palmo. Nadie notó nada anormal. Nadie dudó de su comportamiento ni de su actitud. Así como nadie consideró ilógico que visitaran los barcos del puerto. Tampoco nadie vio irrazonable que entraran a los almacenes de comida y hasta almorzaran gratuitamente en el restaurante.
Era muy normal todo, pues ya los anteriores visitantes, tanto los del Consejo de Estado como los de la Asamblea del Poder Popular municipal y provincial, lo habían hecho de la misma manera, se supone que con el objetivo de comprobar cómo se estaba desarrollando el trabajo en la playa y cómo se encontraba la oferta de alimentos para este verano.
Tampoco hubo objeción alguna cuando el general Ramiro pidió muy formalmente, en Guardafronteras, uno de los barcos camaroneros, de los mejorcitos que tuvieran en el puerto, para explorar parte del litoral, acompañado por su familia y compinches.
Así fue como los mismos trabajadores del puerto, dirigidos por sus respectivos jefes, le recolectaron en el barco alimentos, refrescos y agua para estar algunas horas “dando vueltecitas por los cayos cercanos y por el litoral”. A nadie le llamó la atención que Leal se negara rotundamente a que lo pilotara el mismo timonel del barco, arguyendo que eso no era necesario, porque uno de sus guardaespaldas era un eminente marino, capitán de los guardacostas de La Habana.
Conclusión, hasta hoy, los del puerto continúan esperando por su regreso y su informe sobre la visita de reconocimiento. Los ojos de los dirigentes del municipio se han perdido mirando hacia el mar, en busca del barco camaronero.
Los muchachos de guardafronteras, jóvenes que ahora cumplen su servicio militar en la zona, tuvieron que gastar todo el combustible que le dan para el patrullaje de la semana, porque fueron obligados a revisar, tramo a tramo, cada pedazo de los cayos aledaños y de todos los recovecos adyacentes, en busca del camaronero y de sus tripulantes, ya que podían estar accidentados o rotos en algún lugar.
Al otro día de este hecho, fue cuando apareció el barco camaronero. Regresó solo y al parecer venía arrastrado por las fuerzas de las olas. En su interior no se encontraban ya los alimentos, ni tampoco los tripulantes. Pero sí los tres uniformes militares.
Ahora la playa está inanimada y silenciosa. Y, por supuesto, los equipos de demolición que pretendían arrasar por completo fueron trasladados del lugar. Puertas adentro, todos murmuran que el general Ramiro, de La Habana, y sus guardaespaldas, vinieron a darle el merecido escarmiento a los que con tanto odio destruyen La Panchita.
En los cotilleos, se insiste en cuanto a que el tipo no es general, sino un pícaro que decidió sacar lasca de los problemas de la zona, y que disfrazado y con falsos documentos, se voló para la yuma, con los recursos de la corrupta jerarquía política.
Lo que sí se puede decir, con total certeza, es que todavía no se ha presentado allí ningún “peje gordo” para investigar este caso. Debe haber mucho miedo en el ambiente. Porque todo indica que este embarre, que ahora pretenden acallar, es más escandaloso que la misma demolición de la playa La Panchita y que sus ya populares desalojos.
Texto y foto: Isbi Pascual
Cubanet, 6 de septiembre de 2012, publicado con el título La gran escapada.
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