Es una vibración personal. Cada vez que visito la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña con motivo de la Feria Internacional del Libro, anualmente efectuada en ese recinto, los muertos del antiguo fortín militar caminan a mi lado como duendecillos incorpóreos.
Desde aquella época, cuando fuimos colonia de España, la mole de grandes piedras que por su privilegiada posición servía de escudo protector a la villa San Cristóbal de La Habana, ha sido plaza de maltratos físicos, dolor y muertes.
Primero fueron los negros esclavos. Se calcula que cientos de ellos murieron en los once años que duró su edificación (1763-1774). Cuando Fidel Castro tomó el poder el 1 de enero de 1959, designó al Che Guevara al frente de La Cabaña.
En los tres primeros meses de revolución, Guevara apretó festinadamente el gatillo. Las cifras de fusilados varían. Unas fuentes los sitúan en alrededor de mil y otras en más de 10 mil.
Lo real es que el propio Guevara lo reconoció, en un discurso pronunciado en las Naciones Unidas, Nueva York, el 11 de diciembre de 1964: "Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario".
Después, la Fortaleza se convirtió en un presidio donde apiñados en sus húmedas galeras llegaron a convivir 4 mil reos comunes y presos políticos. En sus patios traseros, a tiro de piedra de un mar azul intenso, se llegó a pasar por las armas a decenas de 'contrarrevolucionarios', de acuerdo a datos del presidio político cubano.
En sus memorias, expresos han contado que cada noche, al unísono del cañonazo de las 9, de fondo se escuchaba la descarga de fusilería y los gritos aterradores de los ejecutados.
Con el paso del tiempo, la orgia de sangre se aplacó. Pero La Cabaña, además de una unidad militar, siguió siendo una cárcel horrenda y atestada de presos. Su mérito indiscutible: tener el mejor paisaje de la capital desde el otro lado de la bahía.
Vino la caída del Muro de Berlín y a la URSS se la llevó el viento de la historia. Castro, envejecido y enfermo, cedió el poder. Entonces La Cabaña se sumó a la danza de los dólares.
La maquillaron y la reabrieron, convertida en un parque histórico-militar. Una instalación turística donde desprevenidos canadienses, nórdicos e italianos, cenan mariscos en sus restaurantes, ven la ceremonia del cañonazo y mueven sus caderas de manera ridícula en discotecas creadas en antiguas galeras. A modo de resumen, entre arrecifes, olor a salitre y la deslumbrante vista nocturna de La Habana, hacen el amor con una jinetera de fuego.
Desde 1992, La Cabaña es sede de la Feria Internacional del Libro, cada año consagrada a un país y a una personalidad nacional. La vigésima, del 10 al 20 de febrero de 2011, se dedicó a los países del ALBA, una alianza diseñada por Fidel Castro y Hugo Chávez, integrada por nueve naciones del continente. Y a los intelectuales cubanos Jaime Sarusky (La Habana 1931) y Fernando Martínez (Yaguajay 1939).
La edición de 2011 también celebró el Bicentenario de la primera independencia de América Latina. Al igual que años anteriores, se vendieron miles de libros y fue recorrida por más de 500 mil de visitantes, habaneros en su mayoría. Asistieron cerca de 200 libreros y personalidades de la cultura de 40 países.
Pero los ilustres huéspedes a las Ferias Internacionales del Libro de La Habana, desconocen el pasado sangriento de la Fortaleza de San Carlos de La Cabaña. O si lo saben, tal vez pertenezcan a esos raros ejemplares de la izquierda mundial, convencidos de que las muertes de sus compañeros de viaje siempre se pueden justificar.
Iván García
Foto: ajnunezdiscurso, Flickr
Publicado el 9 de febrero de 2011 en 90 Millas, el blog de Iván cuando en 2009-2011 fue colaborador de El Mundo/América.
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