miércoles, 2 de enero de 2013

Crónica de un habanero nostálgico




Allá en los 80, del siglo pasado, cuando un Play Station o Xbox eran cosas de ciencia ficción, y el fútbol internacional se trasmitía por la tele cada cuatro años a raíz de las Copas Mundiales, los niños y adolescentes cubanos practicaban el béisbol a gran escala. Era una auténtica pasión. Una gozada.

Ir los domingos al Latino a ver los dobles juegos, comer pan con croqueta a quince centavos y pizzas napolitanas sentados en las gradas de tercera base, hablar de estadísticas y gritar hasta quedarse ronco con la banda de Armandito el Tintorero, era el sueño de cualquier fanático a Industriales.

En aquel tiempo el béisbol se jugaba caliente. Todos en el barrio querían tener la picardía de Rey Vicente Anglada, fildear fácil como Rodolfo Puente, lanzar curvas parabólicas a lo Pablo Miguel Abreu, tenedores indescifrables como Rogelio García, atrapar flys al estilo del ´loco´ Mesa y conectar jonrones a 500 pies imitando el swing de Antonio Muñoz, Armando Capiró o Pedro José Rodríguez.

Antes que ser ingenieros o médicos deseábamos ser peloteros. El fútbol se mantenía en segundo o tercer plano. En el mes que duraba un Mundial se trocaba los bates por un balón ruso con pintadas negras y los fiñes tiraban sus gambetas.

Solo por 30 días se discutía si el Brasil de Zico era superior al once del genio Maradona. Pelé estaba enmarcado dentro de las leyendas. Platiní o el bambino Rossi encantaban, pero su juego de lujo no superaba nuestro amor por el béisbol.

Se desayunaba, almorzaba y comía béisbol. No pocos dormían con el guante debajo de la almohada. Antes de entrar a la escuela se armaban encendidas peñas deportivas. Y en el receso, siempre alguien llevaba en su bolsillo la inseparable pelota de goma y se armaba un encendido pitén.

La pelota se jugaba en una amplia variedad de modalidades. Si usted vivía cerca de un terreno de béisbol, se jugaba al flojo con pelotas recicladas envueltas en teipe. Si se lograban juntar suficientes guantes y un arreo de receptor, entonces se pactaba un partido al duro. A veces con equipos de otros barrios. Todo empezaba amistosamente, saludándose e intercambiándose los guantes.

No pocas veces terminaban los juegos liados a bofetones y blandiendo amenazante los bates ante un deslizamiento con el pie a la altura de la cara o una pelota arrimada sobre la cabeza lanzada con muy mala leche. Pero jugar pelota en terrenos de béisbol no era habitual en La Habana. Lo típico eran los pitenes de barrios.

Jugar a la chapa. Con un palo de escoba haciendo de bate. Las chapas de refrescos se escachaban de forma ovalada para que hicieran una mejor variación. La mayoría de los grandes peloteros habaneros se iniciaron jugando a la chapa.

Otra modalidad era el cuatro esquinas. Cada esquina era una base. Se bateaba con la mano y se caminaba a paso normal hacia las bases. Para regresar se podía correr. Las distancias eran cortas. Y se utilizaba una pelota de esponja que solía hacer efectos enrevesados. O pelotas de tenis afeitadas hasta dejarla en el casco.

Jugaban niños, adolescentes y adultos. Era prohibido jugar pelota en la calle. Y siempre había un centinela que avisaba cuando aparecía una patrulla policial.

También se jugaba al taco. La pelota era un trozo de madera. Los vecinos siempre estaban dando las quejas a nuestros padres debido a las ventanas rotas y el escándalo que se armaba.

Se jugaba en short, sin camisa y a veces descalzo. En el campo se practicaba pelota de manigua. La gente se sentaba a ver los partidos tomando alcohol destilado con mierda de vaca y un machete en la cintura. No existía delimitación del terreno.

Pero esa pasión por el béisbol en todas sus variantes fue hace más de 30 años. Ahora en mi barrio los chicos juegan fútbol de a tres. Dos piedras hacen las veces de portería. Siguen las ligas europeas y existen dos bandos irreconciliables. Los culés y los merengues.

Hay discusiones por horas, intentando demostrar que Lionel Messi es superior a Cristiano Ronaldo. O viceversa. La diferencia radica que esos muchachones no conocen el once regular de la selección nacional.

Tampoco apoyan a los equipos provinciales. Ni asisten al Pedro Marrero a hinchar por la tricolor en su fase eliminatoria al Mundial de Brasil 2014. Eso sí, se saben al dedillo los cotilleos de la vida privada de los cracks y cada cual diseña su estrategia para los grandes partidos.

Te hablan con naturalidad del trivote defensivo. Del 4-3-3. Del volante ofensivo, los carrileros por banda y el disparo de la hoja seca. A los menores de 18 años no les entusiasma Industriales. No es que odie el fútbol. Al contrario. Pero extraño los pitenes de cuatro esquinas en el barrio.

Iván García
Foto: Walter Ioos, fotógrafo estadounidense. Jugando béisbol en una esquina de La Habana. Tomada de la BBC.

1 comentario:

  1. Jugué a todo eso. Me gustaba mucho jugar al taco. Era muy marimacha. Gracias.

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