lunes, 7 de enero de 2013

Soñando con las Grandes Ligas



El chamaco tiene buena pinta. Alto y muy fuerte para sus 8 años. Por las noches, se apoltrona en el sofá junto al padre, a ver durante tres horas y media un partido de béisbol de la Serie Nacional. O videos de partidos de Grandes Ligas, copiados desde las ilegales antenas satelitales y que se ofertan a 50 pesos en la Cuba clandestina.

Cuando Gerardo percibió la pasión que su hijo siente por la pelota, decidió hacer una inversión a largo plazo. Una inversión de riesgo. Nada asegura que su vástago pueda firmar algún día un contrato de seis ceros. Pero vale la pena intentarlo.

Una mañana de sol tibio, lo llevó a un mini terreno aledaño a la otrora escuela primaria Tomas A. Edison, hoy colegio pre universitario, en el barrio habanero de La Víbora, para que un preparador de pelota infantil le diera el visto bueno.

Nada más ver la planta y los deseos del pequeño, lo aceptó en el grupo de chicos de 7 y 8 años que dan sus primeros pasos en el deporte de las bolas y los strikes. En seis meses, el niño ha progresado. Fildea bien hacia a los lados, batea largo y tiene buen brazo. El adiestrador le asegura al padre que su hijo es un diamante en bruto.

Pero el camino a recorrer es largo. Es en la categoría 9-10 años cuando los chicos comienzan a jugar al duro. Aunque ya Gerardo abrió generosamente la billetera. Gastó 150 cuc en comprar un bate de aluminio, un guante Wilson y mandó a confeccionarle un uniforme.

En Cuba, donde un segmento significativo de familias viven al día, Gerardo no se puede quejar. Es gerente de una discoteca y una noche floja se lleva a casa dos billetes de 50 pesos convertibles.

Ha sido previsor. Y durante años ha ido guardando plata. Para cuando llegue la época de vacas flacas o, como en estos casos, invertir en el futuro de su hijo. Gerardo sueña con verlo debutar en el Yankee Stadium. Puede sonar descabellado. Pero es su opción.

Desde que hace más de dos décadas se abrió el grifo de deserciones entre peloteros cubanos talentosos, muchas familias suelen hacer elevados gastos para que sus hijos o nietos practiquen béisbol. Siempre mirando de soslayo hacia la Gran Carpa.

Parientes al otro lado del Estrecho también aportan lo suyo. Para ellos resulta agradable, mientras juegan dominó y con nostalgia cuentan historias de su vida en la isla, en voz alta decir con orgullo: “Mi sobrino fue firmado en las Mayores”.

A falta de academias de Grandes Ligas, como sucede en el Caribe, la práctica de la pelota con fuerte subsidio del Estado es cosa del pasado en Cuba. Hoy, son los padres quienes deben adquirir el equipamiento beisbolero. A medida que van ascendiendo por la espiral del alto rendimiento deportivo, comienzan los planes familiares.

La deserción de una joven estrella es un proyecto fraguado con años de antelación. En caso de no poder llegar al Big Show y firmar contratos millonarios, tampoco está mal jugar en cualquier liga profesional del Caribe o Asia y ganar un salario que jamás devengarían en la isla.

Cubanos como Gerardo lo saben. Detrás de los jonrones de Kendry Morales, Dayán Viciedo o Yoennis Céspedes, está el empeño de familias que diariamente asisten a los entrenamientos y competencias para alentar a los suyos. No pocas veces se trasladan cientos de kilómetros en camiones o sucios vagones de viejos trenes, con tal de seguir y apoyar a sus hijos en torneos escolares o juveniles en otras provincias.

Suelen cargar grandes mochilas con alimentos, para reforzar la dieta de los muchachos después del juego. Las escuelas deportivas cubanas tienen condiciones deplorables. En pos de una carrera deportiva futura y exitosa de sus vástagos, los padres deciden afrontar esas privaciones.

Si triunfan en el béisbol nacional, es un paso de avance. La próxima parada bien pudiera ser en Grandes Ligas. No todos llegan, estamos de acuerdo.

Pero tampoco es delito soñar en grande. Jugar en Estados Unidos se le antoja a Gerardo como una quiniela. Al menos, piensa, es una posibilidad.

Iván García
Foto: EFE. Tomada de Martí Noticias.


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