miércoles, 23 de enero de 2013

Un extraño en la Pequeña Habana



El padre del Nuevo Periodismo, Tom Wolfe (Richmond, Virginia, 1931), se convirtió por unos meses en un personaje folclórico de Miami, la ciudad que ha querido atrapar en su última novela, Back to blood. Por sus trajes blancos como el coco, los más viejos lo verían como un nostálgico gigoló de la Cuba de los años 50. Y los jóvenes lo recibirían, indiferentes o molestos, por tener que tratar de entenderse en inglés con un extranjero.

El escritor ya había establecido una frontera invisible que lo obligaba casi a identificarse con su pasaporte en esa urbe de La Florida. "Miami, dijo hace unos días, es la única ciudad en Estados Unidos y en el mundo hasta donde sé, en que la gente de un país extraño, con un idioma extraño y con una cultura extraña se toma una amplia metrópoli en el curso de una generación. Estoy hablando de los cubanos de Miami".

Wolfe ha estado allí con su libreta de notas, auxiliado por periodistas y amigos, para, a través de la historia de un policía de origen cubano, Néstor Camacho, hacer el retrato de un mundo que, efectivamente, organizaron en una playa tranquila y desolada, quienes por represión, penurias, hambre o hastío comenzaron a salir de su país hace ya mas de medio siglo. Lo que pasa es que el Miami de hoy, «un hervidero», diría Wolfe, tiene una presencia extranjera múltiple y diversa.

Así es que para narrar la vida y las desgracias de Camacho, el autor de La hoguera de las vanidades tuvo que marearse, entre otras cosas, con el rusoñol de los comerciantes miamenses de la antigua Unión Soviética, el señorío peligroso de los afroamericanos de Liberty City, las broncas en creole de los haitianos, la creciente comunidad venezolana y los nicaragüenses de Sweet Water, barrio fundado por los enanos de un circo de paso.

El libro, por el que cobró unos siete millones de dólares, es una novela con esteroides, según The New Yorker, en la mejor línea del hipernaturalismo y, con esas herramientas, Wolfe se acercó con ventaja a los cubanos siempre inclinados a la exageración y el tremendismo entre los que cualquier mínimo acontecimiento diario se resume con esta frase: "Dioj mío, ejto es lo máj grande del mundo".

Hay que esperar a leer Back to blood. Y hay que confiar que el oficio y el talento de este hombre ayuden a entender cómo es la existencia allí, en aquella tierra de conquistadores involuntarios que se han tenido que ir a Norteamérica con su país a cuestas.

Wolfe, como reportero de raza, tiene que haber encontrado los mecanismos para entrar a los detalles, las contradicciones, las alegrías, las desesperanzas y los sueños de esa comunidad. Ya lo ha dicho, la historia que narra no tiene nada que ver con la vía que utilizó la gente para llegar a esa ciudad. Escribe sobre cómo llevan la vida juntos "a veces bien y otras muy mal".

Él, precisamente, tiene que ir al fondo. No se puede conformar con un paseo para probar las sopas y los frijoles negros de las ruidosas fondas criollas, comerse un sándwich en un restaurante sacado de los recuerdos de La Habana o mancharse la solapa de sus trajes con la sangre del sacrificio de unas palomas a la deidad yoruba de Obatalá.

Raúl Rivero
El Mundo, 23 de octubre de 2012

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