lunes, 11 de marzo de 2013

Acostumbrados a la escasez



Los antojos en la isla no son fáciles de complacer. Lilia, 29 años, espera su primer bebé. Todos en la familia han aportado algo a la canastilla de la futura criatura. Desde Miami sus parientes le hicieron llegar un bolso con pañales desechables y ropitas de colores suaves. Una tía le prestó la cuna que fue de su hija, nacida hace tres décadas. Un primo de Pinar del Río, 170 kilómetros al oeste de La Habana, en una camioneta le trajo un corral de madera y la silla de patas altas con un orinal adosado que utilizó su hijo, que ya cumplió 12 años.

Mientras llega el bebé, Lilia tiene los típicos caprichos de embarazada. “La semana pasada tenía deseos de comer carne de res con papas. Antier, pescado asado. Hoy le apetecía una tableta de chocolate con leche. Intento complacerla en lo que se pueda, pero incluso teniendo el dinero, que no es nuestro caso, en Cuba no siempre se consigue lo que se quiere”, dice el esposo de Lilia.

Las penurias son el pan nuestro de cada día. Siempre falta algo. Agua, luz, dinero y sobre todo, el gran dolor de cabeza de los cubanos, la comida. Comer es cosa de magos. Se debiese levantar un monumento a las amas de casa.

Su creatividad y capacidad de estirar unos pocos pesos ruborizaría a cualquier ilustre economista. Josefa, 71 años, es experta en convertir un repugnante picadillo condimentado en deliciosas hamburguesas. “Comparables a las Mc Donald's”, asegura sonriente.

Su misión principal es tratar de alimentar a las siete personas que residen en su casa. “Es una tarea difícil. Y eso que mis hijos tienen salarios decentes comparados con otros en Cuba. Con 2 mil pesos (85 dólares) debo preparar 30 cenas al mes. El desayuno es café sin leche y el almuerzo, pan con tortilla”, explica Josefa mientras hierve plátanos verdes para hacer un fufú.

La comida es el problema número uno de cualquier familia cubana. Excepto, claro para los mandarines que rigen los destinos de la isla. Rigoberto, 43 años, mensualmente recibe 400 dólares de su madre y parientes en Miami. “El 90% de ese dinero se me va en comida. Y no siempre podemos comer lo que deseo”.

Aquéllos que reciben moneda dura tienen mejores opciones para adquirir alimentos de calidad. Las estanterías de los mercados por divisas están llenos. En Primera y 70, Miramar, radica el mejor y más surtido mercado habanero. Es conocido por el Diplomercado: allí suelen hacer sus compras los diplomáticos y extranjeros radicados en el país.

Puedes comprar manzanas, papas, quesos, distintos tipos de carne de res, pescados y mariscos de primera, entre otras 'exquisiteces', inaccesibles para la inmensa mayoría de los cubanos. Es el caso de Luis, 80 años, jubilado: "Me voy a morir sin comer de nuevo un bistec de palomilla con papas fritas. Antes de la revolución, por menos de un peso comía eso en una fonda en la esquina de mi casa". Luis vende cucuruchos de maní por la barriada de La Víbora y desconoce que en la ciudad donde en 1933 nació, existe un Diplomercado.

Menos aún sabe los precios. Anótelos. Una lata de atún en conserva cuesta 9 cuc o pesos convertibles. Una bandeja de picadillo de res de primera casi 7 cuc. Un kilogramo de queso gouda, 9.70 cuc. Chorizos, 6 cuc el kilo. Un pavo entero 50 cuc. Jamón de pierna, 11 cuc el kilo. Una pieza de riñonada de res ronda los 40 cuc. Pescado fresco, canciller o emperador, frisa los 15 cuc el kilo. Con 100 pesos convertibles (87 dólares al cambio oficial) usted puede comprar alimentos para cenar 4 personas durante una semana... sin llenar demasiado los platos.

El problema es que 100 pesos convertibles, 2,500 pesos, equivalen al salario de cinco meses de un ingeniero. Solo los empresarios de éxito, músicos boyantes o ministros, pueden darse el lujo de confeccionar sus menús gastronómicos comprando en las shoppings o tiendas recaudadoras de divisas.

Las personas que reciben euros o dólares, lo que hacen es ir a los agromercados, donde compran carne de cerdo o carnero, embustidos artesanales, frijoles, hortalizas y frutas de estación. Es como único pueden estirar la plata.

Los precios en los agromercados también son caros, sobre todo cuando los comparamos con los salarios de risa que se devengan en Cuba. El sueldo mínimo es 240 pesos (9 dólares). Deborah, doctora retirada, solo en vegetales, frutas y 6 libras de lomo de cerdo gastó 300 pesos. Y ella recibe una pensión de 215 pesos al mes.

Los que no reciben remesas -cerca del 40% de la población-, se las ve negras. Por eso Ubaldo, 72 años, jubilado, los primeros días de cada mes, desde temprano hace cola para comprar, a precios subsidiados, la 'canasta básica' que otorga el gobierno por la libreta de racionamiento, vigente desde marzo de 1962.

7 libras de arroz, 3 de azúcar blanca, 2 de azúcar prieta, 20 onzas de frijoles negros, media libra de aceite y un paquete de espaguetis no superan los 8 pesos (35 centavos de dólar). Una vez al mes, Ubaldo recibe una libra de pollo y media libra de picadillo condimentado. Cada día tiene derecho a adquirir un panecito redondo de 80 gramos. Y para de contar.

Esa 'canasta básica', en el caso del arroz y los frijoles, a Ubaldo le alcanza para diez días, si hace una sola comida diaria. Luego a ‘inventar’, según las posibilidades monetarias.

La escasez habitual en estos 54 años de revolución verde olivo ha creado una cofradía singular en el vecindario. De balcón a balcón, la gente pide prestado un poco de azúcar o una libra de arroz. La miseria socializada ha generado solidaridad entre muchos vecinos del barrio. A menudo, Josefa prepara un plato extra de sopa y se lo lleva a un anciano enfermo y sin recursos que vive en su cuadra.

El socialismo versión comunista genera penurias. No importan los recursos minerales o el talento humano que tenga la nación. En la desaparecida URSS y Alemania del Este los estantes se vaciaban gradualmente, al compás del discurso de grandeza, prometiendo acabar con la miseria. En la Venezuela del siglo XXI, estilo Hugo Chávez, ocurre lo mismo.

Es un denominador común. A pesar del petróleo, en Caracas escasea la harina para confeccionar arepas. En Cuba, hace cinco décadas aprendimos a vivir con la carestía. Y el gobierno de los Castro tiene a mano un gastado pretexto para justificarla. El embargo yanqui.

Iván García

Foto: Tomada de la canasta del cubano.

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