Ir a Varadero en la actualidad es todo un milagro para los cubanos de a pie, que es la gran mayoría en esta isla. Es el paraíso que todos quisieran visitar, para probar la divinidad de su sol y de sus playas, así como su aire antiguo que rememora en su arquitectura algunos pueblos de Carolina del Norte.
Mi familia era lo suficientemente pudiente, antes y después del triunfo de la revolución. En aquel entonces nos movíamos de vacaciones en los automóviles, en caravanas, hacia las playas La Tinaja, en Ciego de Ávila, y Santa Lucía, ubicada en la provincia de Camagüey.
Allá por los finales de la década de los 70, íbamos todos los años durante 15 días a Varadero. Nos hospedábamos en una casa particular, donde el precio era mínimo. Sin embargo, había que llevar toda la logística para poder vivir durante días. Para cuando tenía 3 años de edad, comenzó esta secuencia en la historia familiar. Toda la familia se ponía de acuerdo para salir de vacaciones.
Entonces se acordaba que los carros que transportarían a la gente de Ciego y Camagüey llevarían todo lo referente al grueso de la alimentación: puercos, pollos, patos, huevos, sacos de arroz, sacos de frijoles, sacos llenos de viandas, vegetales y frutas. En tanto, nuestro auto, que salía de la capital, era el encargado de llevar dinero para pagar cosas extras, las conservas, el ron, la gasolina…
De niña, pasaba mis vacaciones en Rusia cada dos años. Me pasaba 3 meses con mis abuelos maternos. En Cuba, todos los veranos, me iba para Ciego de Ávila, y de allí, brincábamos para Varadero en la última quincena de agosto.
Recuerdo que el anuncio del Período Especial nos cogió gozando en Varadero, sin nada de qué preocuparnos. La gente se volvió loca de inmediato, pues el precio de la gasolina se disparó. Los productos desaparecieron del mercado. Sin embargo, nosotros continuamos yendo a Varadero hasta el año 1996. Éramos privilegiados.
Entonces ya yo era una adolescente y andaba de rumbas con nuevos amigos varaderenses. Me dedicaba a aprender con ellos a bailar los ritmos cubanos. Les vi convertirse en ases del jineterismo. Yo era virgen y deseaba que mi pareja de ese contexto me hiciera mujer. Sin embargo él, y ellos, habían decidido respetar mi inocencia y virginidad. Así me dejaban enganchadísima con mis 16 años y soñando ser como ellos, jinetera.
Luego, la vida se encargó de que a mi familia le sucediera una serie de tragedias, en orden consecutivo, privándonos de las paradisiacas vacaciones en Varadero, a partir de 1997.
Pasó el tiempo, la nostalgia por Varadero se arraigó en la familia, ya sin sus líderes. Solo quedaban los recuerdos, las fotos, todas las andanzas por la península virginal, en la caravana de carros. También las noches de cabaret en la Cueva del Pirata o La Dársena. El Festival de Música Internacional, el alquiler de pequeños yates, los almuerzos en Las Morlas, el Parque Josone, las grandes cenas que hacíamos en el restaurante Las Américas.
Fui yo la que rompió el hielo al ir nuevamente a Varadero. Podía escaparme de mi trabajo, con la cobertura de ciertos eventos literarios, así que podía cubrirme una estancia en la playa. Y logré conectarme con mis viejos amigos en 2006. A partir de esa nueva época, cada vez que era propicio, me escapaba por dos días y le tomaba el pulso al “nuevo Varadero”.
Recientemente, supe lo que era alquilar en un hotel allí. Vivir esa experiencia calma el estrés provocado por la contaminación de este país y por su gobierno. Ahora Varadero para mí fue el reencuentro con sus calles, repletas de timbiriches para turistas, del aroma de su gente inexorablemente extranjera y ajena a la realidad del país que se cae a pedazos.
Varadero, una vez más, fue un incentivo para cambiar, al menos por un par de días, la realidad en la que sobremorimos diariamente. Fue la manera de soñar con ese futuro cercano, cuando todos los cubanos de a pie puedan vivir su pedacito de paraíso.
Polina Martínez Shvietsova
Cubanet, 20 de mayo de 2013.
Foto: Varadero. Tomada de Cuba Junky.
Leer también: Rincones de Varadero.
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