viernes, 4 de octubre de 2013

Vuelven las bicicletas chinas



Tras la debacle del transporte público, con una insuficiente flotilla de ómnibus y el 30% de los que funcionan parados por faltas de piezas, la solución dictada desde las refrigeradas oficinas de los funcionarios del Estado cubano, es el regreso de las bicicletas.

A todas las nuevas medidas del gobierno, les antecede un calculado bombardeo promocional sobre los beneficios de aquéllo que nos quieren vender. En eso son expertos publicitarios.

El día que Fidel Castro anunció la venta por la libreta de 'chocolatín' (chocolate con leche en polvo), los medios oficiales hicieron artículos y mesas redondas, alabando las cualidades del cacao. Sucedió igual con el 'cerelac', una especie de gofio intragable y que según la propaganda estatal, mantendría saludables a los ancianos.

Un sucedáneo como el café ligado con chícharos o el picadillo ‘extendido’ (de soya), dos bodrios vendidos a la población, debido a la raquítica cosecha de café y la deprimida ganadería vacuna, son casi un lujo, si damos crédito a la optimista prensa oficial. Pero ninguno de esos engendros los consumen ministros, generales y miembros del buró político del partido comunista.

La historia de la bicicleta es similar. Nadie duda que es saludable pedalear, hacer ejercicios, nadar y caminar. Pero una cosa es promover las bondades de la práctica del ciclismo, y otra, imponer un estilo de vida.

En Holanda, Noruega o en ciudades de Estados Unidos mucha gente prefiere andar en bicicleta, aunque tengan auto. En Cuba es diferente. Es la solución que ofrece el ineficiente gobierno, para que las personas no tengan que estar dos horas en una parada, esperando un ómnibus.

El regreso de la bici es una cortina de humo, que pretende esconder la inoperancia estatal en la administración del transporte urbano. En 54 años de revolución, el servicio de ómnibus es un auténtico desastre.

Cuando existía una Unión Soviética que con su bolsillo ancho instaló una tubería trasatlántica de rublos, fertilizantes y petróleo, por La Habana circulaban 2,500 buses, ensamblados con motores húngaros en una fábrica de Guanajay.

Antes, se habían comprado autobuses Leyland a Gran Bretaña, Hino a Japón, Pegaso a España y Skoda a Checoslovaquia. Entonces habían 100 rutas de ómnibus y una flota de 4 mil taxis Chevy, adquiridos a la dictadura argentina.

Así y todo, el transporte urbano era deficiente. Las guaguas circulaban repletas, con la gente colgada como racimos de plátanos en las puertas. Abordarlos se convertía en un safari.

Con la llegada en 1990 de esa guerra silenciosa llamada 'período especial', se acentuó el mal funcionamiento del transporte urbano. Fue entonces cuando a Fidel Castro se le ocurrió la venta masiva de bicicletas chinas. Pesados trastos comprados a precios de subasta, en alguna factoría china. Se adquirieron casi dos millones de bicicletas.

Hace 14 años, en un trabajo titulado La muerte en bicicleta, escribí: "En el primer semestre de 1999, en Cuba fallecieron 143 ciclistas por accidentes de tránsito y más de mil 200 sufrieron lesiones". Fueron años tremendos. Los cubanos pasaban hambre y adelgazaban kilos, como a diario fueran a un sauna. Había largas colas para comprar pizzas con puré de papa en vez de queso. Las frituras de harina eran el plato fuerte y un cocimiento de cáscaras de toronja era el desayuno de los depauperados ancianos.

Cuba era un país en estado de sitio. Fidel Castro llegó a planificar una Opción Cero. De continuar el hambre y enfermedades exóticas, camiones militares repartirían ranchos de alimentos cocinados por los barrios. Nunca quedó claro si almuerzo y cena. O solo una ración diaria.

Por suerte, la Opción Cero fue engavetada. Pero lo de las bicicletas sí fue en serio. Un cuadro surrealista. Personas hambrientas pedaleando decenas de kilómetros para ir y venir de su trabajo. En un intento por levantar la moral y el ánimo, la propaganda oficial nos mostraba en la TV a Carlos Lage -después defenestrado- acudiendo a su oficina en el Palacio de la Revolución en una bicicleta china.

En aquella época, a los trabajadores se las vendían en 130 pesos, pero por la inflación galopante, los precios de venta se dispararon en el mercado negro. Llegaron a costar 2 mil pesos. Aumentaron los robos con fuerza en viviendas y en la vía pública. Quienes tenía una bicicleta, fortificaban sus casas. Una locura.

Se trazaron ciclovías en las ruinosas calzadas y dos autobuses se dedicaban a trasladar a los ciclistas al otro lado de la bahía. Si ibas al campo, podías cambiar una bici por un cerdo de 100 libras. Regateando, además te daban un saco de ñame y un racimo de plátano macho.

Ahora, Marino Murillo, zar de las reformas económicas, nos la trae de vuelta. Está por ver si para ahorrar combutisble, los autos de funcionarios y ministros serán susituidos por bicicletas chinas. Empezando por Murillo, muchos la necesitan, por razones de salud. Andan sobrados de kilos. Y la mejor manera de vender algo es predicando con el ejemplo.

Iván García
Foto: Tomada de Infolatam.

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