jueves, 5 de julio de 2012

Peripecias de un periodista independiente


El peor día de la semana para concertar una cita con una persona que presuntamente tiene una buena historia que contarte es cuando debes acudir a internet. En mi caso suele ser los lunes.

Después de pagar 15 pesos convertibles por dos horas en el céntrico Hotel Saratoga, a la velocidad de la luz me informo de lo que acontece en el mundo, leo otros enfoques sobre el tema cubano en diferentes medios y, si el dichoso reloj que marca el tiempo me da margen, respondo algún correo.

Precisamente un caluroso lunes del mes de mayo, una mujer deseaba con urgencia verse conmigo en algún punto de La Habana. Planifiqué la cita para pasadas las tres de la tarde, después de navegar en la red. En la isla, las personas siempre creen que su información es de importancia vital.

Al salir del hotel, un sol de plomo desalentaba a cualquier caminante. Trasladarse al otro lado de la ciudad, incluso en viejos autos de diez pesos a veces se torna complicado.

Cuando llegué, caía un aguacero primaveral con rayos y truenos. La mujer comenzó a estudiarme de arriba abajo, temerosa y preocupada. Para muchos cubanos, los disidentes y reporteros libres somos una especie de seres provenientes de otro mundo.

La gente común no tiene una respuesta a la hora de clasificar a esos tipos que se lanzan desde una montaña sin paracaídas y públicamente públicamente del gobierno de los Castro.

Terminado su análisis visual, la señora me contó su historia. Llegó a mí por un amigo opositor que periódicamente le pasa unos resúmenes noticiosos de lo que se escribe sobre Cuba, preparados por la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana. La mujer había leído un trabajo mío sobre la prostitución, y le pidió a su amigo mi teléfono.

Ella quería que escribiera sobre un percance acecido a su hija. Una historia, como muchas, del típico acoso sexual de un gerente de una instalación de turismo. Descaradamente acorralaba a la muchacha. Al ver que la chica no aterrizaba en su cama, al poco tiempo le cerró la contrata.

Tomé nota y le dije que escribiría una historia. Ese msmo día, un vecino del barrio, bajando la voz, me dijo que alguien quería conocerme. Otro indignado más. Lo habían echado de su trabajo, donde cobraba una estimulación en divisas y casi lloroso me confesó que se decidía a dar “ese paso” -de hablar conmigo- obligado por las circunstancias.

“Soy un revolucionario cabal, con montones de misiones internacionalistas y mira lo que me hacen”, me señaló mostrándome una carpeta repleta de papeles y diplomas. Al día siguiente, una jinetera que reside en un hogar comparable a un infierno pequeño, se me acercó.

El jefe de sector le ha levantado varias actas de advertencia. Y ante la amenaza de cárcel, quiere contarme algunas cosas. Asegura que hay noches que debe “templarse” a varios policías a cambio de dejarla jinetear en un centro nocturno del casco histórico de la capital.

A todos los escucho con paciencia. No aceptan que les grabe. Y mucho menos que les tire fotos. De seguir las reglas de los manuales de periodismo, esas historias son para verter en la papelera de reciclaje.

Pero la angustia que veo en sus rostros siempre me anima a contar sus historias. Me gusta escribir sobre los perdedores. Con omisiones y sin todos los elementos a mano. Un periodismo incompleto. Con fallas.

Con fallas. Porque ninguna institución oficial te autoriza a citarla ni te ofrece las cifras o estadísticas solicitadas. En Cuba todo es difícil. Y para rastrear información hay que tener superpoderes.

Los manuales de periodismo no lo arrojo al cesto, pero la mayoría no son aplicables a las condiciones cubanas. Ésta es una nación inverosímil. Donde las fuentes no dan la cara por temor y en ocasiones te informan rumores, nada en concreto.

Pero en Cuba los rumores suelen tener más peso que una noticia emitida por la agencia de prensa local. ‘Radio bemba’ no es una buena fuente para la BBC o los medios internacionales. Pero después de bajar un litro de ron “la fuente” te ofrece más detalles que un pleno del Partido a puertas cerradas.

Saber discernir entre una buena historia y chismes de oficina, depende del olfato del reportero. Los casos sociales de barrios marginales y las injusticias burdas del aparato judicial no son hechos aislados.

Si algún día visita La Habana, le sugeriría que se llegue al bufete independiente de la abogada Laritza Diversent, en El Calvario, barriada marginal al sur de la ciudad.

Las carpetas desbordan su buró. La mayoría de los casos que lleva Diversent, son de ciudadanos pobres con un desconocimiento jurídico atroz, que luego de tocar sin éxito en las puertas de instituciones del Estado, tratan de solucionar sus problemas remitiéndose a las “personas de los derechos humanos”, como la población le dice a los disidentes.

Ya los tipos duros de la Seguridad no pierden el tiempo amenazándome. Excepcionalmente, si escribo algo que toca a los cuerpos militares, te puedes llevar un regaño o una citación.

A veces las reprimendas vienen de algunos opositores, cuando consideran que las críticas expuestas en una crónica han sido desmesuradas o inadmisibles. Ahora ha surgido un nuevo actor, que gracias a Dios no tiene el poder intimidatorio de los servicios especiales: la iglesia católica cubana.

Hace un tiempo, en Diario de Cuba publiqué un artículo denunciando un caso de nepotismo con bienes de la iglesia por parte del Cardenal Jaime Ortega. Alguien cercano al entorno eclesiástico me requirió: “Estás llenándote de mierda con personas que son las únicas que pudieran tenderte una mano”.

Me gusta coger el toro por los cuernos y respondí: “Si el Cardenal, porque fue a quien mencioné, considera que es un invento o una patraña, puede acusarme por difamación. ¿Tú sabes por qué no lo hace? Porque lo que dije es rigurosamente cierto. Nadie me lo contó. Vivo en el apartamento que queda al lado del caso mencionado”.

Así transcurre una semana promedio de un periodista independiente. Entre gente anónima que te cuenta sus asuntos personales, amenazas veladas y navegando por internet a cuentagotas. Pero las historias siguen ahí. En la calle. Aunque haya quienes no deseen verlas.

Iván García
Foto: Hotel Saratoga, en Prado y Dragones, frente al Capitolio Nacional. Tomada de TravelPod.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los comentarios en este blog están supervisados. No por censura, sino para impedir ofensas e insultos, que lamentablemente muchas personas se consideran con "derecho" a proferir a partir de un concepto equivocado de "libertad de expresión". También para eliminar publicidad no relacionada con los artículos del blog. Por ello los comentarios pueden demorar algunas horas en aparecer en el blog.