Diez minutos pasada las doce de la noche, la sucia Calzada de Diez de Octubre se transforma en una pasarela de marginales. Chicas que venden sus cuerpos al equivalente de veinticinco dólares merodean por los portales de la calzada. Y borrachos o vagabundos arman en cualquier rincón sus 'camas' con cartones viejos.
Ya es sábado 26 de noviembre y la gente de bolsillos amplios bebe cervezas Cristal o Bucanero en el bar privado Perla Negra, a una cuadra de Santa Catalina, pinchando croquetas de picadillo de pavo y mirando en una tele de pantalla plana un recital del recién fallecido cantante mexicano Juan Gabriel.
Ninguno de los usuarios se enteró que Fidel Castro había muerto. Cuando cerca de las once y media el General Raúl Castro con rostro pálido ofreció la noticia, los habaneros dormían, fiesteaban o veían en la tele culebrones de Univisión descargados del compendio audiovisual conocido como el Paquete.
Julio, un habanero a quien en su tiempo libre le gusta escribir, sí estaba despierto. "La televisión estaba trasmitiendo un documental y de pronto lo interrumpen y sale Raúl, uniformado, en su despacho. Enseguida pensé: 'Oh, se fue el tipo'. Y así fue. Como un loco empiezo a llamar a los amigos. En eso termina la alocución y se ve a Raúl tirado sobre el asiento, desmadejado de dolor, una imagen que se le fue a la tijera de la censura. Sigue el documental, cuando termina ponen el último noticiero de la noche, hablan de cualquier cosa menos de la muerte de Fidel y me pregunto si no fue que me quedé dormido viendo el documental y tuve una alucinación. Al finalizar el noticiero repitieron la alocución de Raúl, pero no la parte donde se desmadeja".
Pero en ese trozo de la geografía capitalina que es La Víbora, uno de los barrios del municipio Diez de Octubre, uno de los más poblados de la Isla, la noticia no interesó a muchos.
La gente estaba en lo suyo. Unos esperaban bostezando el ómnibus de la confronta que los llevara a casa mientras un grupo de jóvenes escandalosos escuchaban reguetón a todo volumen en sus celulares.
Una señora discreta, que vende café en los bajos de un edificio cerca de la Avenida de Acosta, había escuchado en la radio sobre el deceso de Castro I y casi en un susurro le regalaba la primicia a los noctámbulos habituales que esperaban la próxima colada.
“Oye, se murió quien tú sabes”, comentaba. Y algunos clientes añadían una nota de color, refunfuñaba una palabrota o escuetamente decían: “Bueno, el tipo no nació pa’ semilla” o “Ya era hora”.
Lo más interesante es que los cubanos de a pie todavía se refieren a Fidel Castro sin mencionar su nombre. Utilizan un amplio registro de motes, alias y sobrenombres como quién tú sabes, cara de coco y el caballo o simplemente con el dedo gordo y el índice de una mano dibujan una barba imaginaria debajo del mentón.
Otros, como Carmelo, maquinista de tren, se enteró cuando su hermano lo llamó desde Hialeah para decirle que “Dios se había llevado al diablo”.
“Eran las dos y media de la madrugada. Levanté a la familia para contárselos y mi esposa y mis dos hijos me miraron como si fuera un bicho raro y me dijeron que eso no era nada interesante, pues algún día Fidel tenía que morirse”, cuenta Carmelo.
En La Habana no hubo fiestas regadas con cerveza y ron de sus adversarios, tampoco muestras públicas de dolor. Y es que para muchos cubanos hace rato que Fidel Castro no contaba.
Para Dianelis, estudiante de 16 años, Fidel nunca fue un protagonista importante. “Desde que tuve uso de razón, hace diez años el que gobernaba era Raúl. Los de mi generación escapamos de toda esa locura de trabajos voluntarios y movilizaciones constantes para condenar al imperialismo yanqui. Fidel no tuvo el mismo impacto en los más jóvenes como en la generación de mis padres”.
En la mañana del sábado se comentaba la noticia y los políticos de café sin leche hacían sus predicciones para el futuro. “Ahora aguántate. Nueve días de luto, con toda esa candanga en la radio y la televisión, sin poder ver pelota ni partidos de la liga española de fútbol”, acota Diosbel, que espera para comprar huevos en la carnicería.
Un vecino le riposta: “Yo no quisiera estar en el pellejo de Raúl Castro. Venezuela se va a pique y nos quedamos sin petróleo. La economía, jodida como siempre, el sistema no funciona y ahora con Trump en la presidencia se acabaron los paquetes de medidas. El gobierno extrañará a Obama y se lamentará por no haber aprovechado la mano tendida”.
Arnaldo, carpintero, escucha el comentario y pronostica que se avecinan tiempos peores. “Por eso hay que pirarse de Cuba. Cuanto antes mejor. Trump va a derogar la Ley de Ajuste y entonces en ningún rincón del mundo querrán recibir a emigrados cubanos”.
Entre los ciudadanos la sensación que se percibe es de indiferencia. La mayoría piensa que no llegarán grandes reformas económicas y que las cosas seguirán igual con Raúl Castro, o el que venga después de 2018.
“La desaparición de Fidel Castro no va a terminar con el castrismo. Los que gobiernan le sacarán lasca y lo convertirán en un negocio, como han hecho con el Che. Son dueños de casi todo el país y van a intentar mantener esos privilegios. Tenemos castrismo pa’ rato”, dice Dayán en el parque Córdoba mientras se conecta a internet, aunque no se aventura a vaticinar si la dinastía castrista cumpliría cien años en el poder en 2059.
“Brother, por el bien de los cubanos, espero que no lleguen a gobernar tanto tiempo. La gente quiere tener comida, ropa, dinero, hacer negocios y poder viajar. No lo van a permitir, porque todo es para ellos”, acota Dayán.
Con la muerte del padre de la revolución cubana, quizás el último líder guerrillero tercermundista, algunos habaneros suponen que en temas económicos podrían llegar cambios. Eso sí, gobernando siempre el partido comunista. Al menos por ahora.
Iván García
Diario Las Américas, 27 de noviembre de 2016.
Foto: Dos cubanos en un bar estatal miran por televisión la noticia de la muerte de Fidel Castro. Foto de Reuters tomada de El País de Uruguay.
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