Era una noche tibia y otoñal de 2015. El casino de juego regentado por los Mikasuki en un pantano de Everglades, a treinta minutos del centro de Miami, estaba atestado de personas ansiosas que frenéticamente pulsaban botones frente a la pantalla de una máquina tragaperras.
El piso acolchado amortiguaba los pasos de afables dependientes que maniobraban como el capitán de una góndola a la deriva con sus bandejas cargadas de tragos.
Unos amigos me habían llevado al sitio para que conociera las interioridades de un casino. Regresaba de un viaje de tres días en Costa Rica, con la intención de escribir varias historias sobre los cubanos empantanados en Centroamérica.
En Miami charlé con algunos compatriotas para conocer su opinión sobre la cuarta ola migratoria en desarrollo que en un año y medio ha provocado el éxodo de casi 50 mil cubanos.
En la ciudad del sol las opiniones eran divididas. Personas como Tomás, un jubilado de una empresa eléctrica en la Florida y nacido en Caibarién, provincia de Villa Clara, votaba con sus dos manos alzadas para que Obama derogara la Ley de Ajuste Cubano.
“Está viniendo lo peor de Cuba. Gente que habla gritando y vagos por naturaleza. Son emigrados de estómago. A los tres meses haciendo fullerías y con el dinero del Seguro Social desembarcan en la Isla para especular con cadenas de oro alquiladas. Solo cuando no haya Ley de Ajuste a los Castro se le pone la caña a tres trozos”, indicaba mientras tomaba un trago de wisky con hielo.
A su lado, un amigo, pescador en sus tiempos libres y también pensionado, contaba las horas para que Obama finalizara su mandato, “y se largara para Kenia o Nigeria, no sé, pero que se vaya”, decía.
Con los estadounidenses de origen anglosajón que departí, tenían muy mala opinión de Obama. Lo tildaban de débil, que había destruido a la clase media, le acusaban de permitirle a los chinos robarles puestos de trabajo y que el crecimiento económico era una cortina de humo, pues los nuevos empleos eran de baja calidad y mal remunerados.
Como muchos norteamericanos de la América profunda, suspiraban por un tipo como Donald Trump. Sin embargo, cuando se tocaba el tema de Obama y su doctrina hacia Cuba, aunque las opiniones variaban a favor o en contra, la mayoría llegaba a la conclusión que el gran beneficiado era el gobierno de La Habana.
Suerte es aprovechar las oportunidades. Y un año y cinco meses después del histórico 17 de diciembre, cuando dos enemigos de la Guerra Fría acordaron izar bandera blanca, el rédito para el pueblo cubano es bastante pobre.
Cuando usted charla con los cubanos de a pie, muchos sienten que se ha perdido una ocasión de oro para reconstruir desde los cimientos una economía al pairo y crear un entorno favorable a las microempresas y pequeñas empresas familiares.
Después del 17-D se ha pasado de las expectativas exageradas al peor de los pesimismos. En La Habana, un tema recurrente de muchos jóvenes y adultos, son los planes de emigrar.
Esa ocasión desperdiciada por el gobierno verde olivo, es lo que provoca en Saúl, dueño de un negocio gastronómico, recaude la mayor cantidad de dinero posible para luego marcharse con su familia hacia Estados Unidos.
“Ya no aguanto una mentira más. El congreso del partido comunista fue la tapa al pomo. Con el restablecimiento de relaciones con los americanos, el gobierno solo ha ganado tiempo para preparar su plan de sucesión. En Cuba no van a ocurrir cambios”, afirma el emprendedor.
Dos meses después de la visita de Obama a La Habana, todavía la gente recuerda la parafernalia del Servicio Secreto, el Air Force One y La Bestia, como es conocido el Cadillac One. No son pocos los que conservan o descargan en internet el discurso completo del presidente estadounidense en el Gran Teatro Alicia Alonso.
La sensación que se percibe es de estafa. La alocución de Obama y las simpatías que generó en Cuba, acaso fue la génesis que provocó un abrupto retroceso en el régimen castrista.
Aunque los talibanes dentro del gobierno siguen pensando en cavar trincheras y planifican combates imaginarios contra molinos de viento, su miopía los ha divorciado del anhelo popular.
La gente quiere vivir lo mejor posible. Tener salarios dignos, desayunar algo más que café sin leche y residir en una vivienda confortable. Cuba es una rémora. Sin contar con la opinión de sus ciudadanos, el gobierno apostó por el numantismo y la apología delirante.
Quizás para 2017 los autócratas extrañen a Obama. En 114 años de República, ningún presidente de Estados Unidos le había tendido la mano con inusitada franqueza al pueblo cubano.
El régimen, en mi opinión, ha cometido un error de cálculo. Para ellos ha pesado más la ideología y la letanía propagandística que la buena voluntad de edificar una nación moderna y democrática.
Cuando en noviembre de 2016 se celebran las elecciones en Estados Unidos y el glamour de Chanel o el concierto de los Rolling Stones en La Habana sean anécdotas, entonces funcionarios honestos del gobierno apreciarán el gesto de Obama.
Pero me temo que para esa fecha ya será tarde. Como siempre, los hermanos Castro han decidido el rumbo de la nación por todos nosotros.
Iván García
Foto tomada de Proceso.
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