miércoles, 27 de junio de 2012

Del Papá Estado al Sálvese quien pueda


La casa de Otilio es un museo de artefactos facturados en la otrora cortina de hierro . Hace tiempo se jubiló y hoy es un octogenario solitario y sin hij os que vive rodeado de objetos anacrónicos y gatos hambrientos.

En una pared color marfil, de medio lado y con un marco de pino, cuelga un diploma concedido por 45 años de trabajo al frente de una cuadrilla de plomeros.

Como premio por sus hazañas laborales y por haber sido un revolucionario ejemplar, también recibió medallas bronceadas y artículos que treinta años después se resisten a morir.

De su colección de objetos de la era soviética forman parte un reloj Poljot cromado ; una lavadora Aurika que yace en el cuarto de los trastos obsoletos; una moto Karpaty de dos velocidades y de la cual solo queda el esqueleto, y un viejo radio Selena que luego de golpearlo, logra sintonizar el béisbol .

“Era otra época. El Estado te otorgaba desde una casa en la playa hasta un ventilador plástico . No sé si estos cambios de ahora serán mejores o peores. Pero mucha gente no está preparada. Ha pasado de depender para todo del Estado, al arréglatelas como puedas. Por suerte, yo ya estoy de vuelta”, comenta Otilio sentado en el portal de su casa con un gato en el regazo.

En aquellos años prevalecía también la condición de fidelista a prueba de bombas . En caso contrario había que marcharse 90 millas al norte o saber que el reconocimiento y la posibilidad de adquirir ciertos bienes estaba vedada.

Han pasado más de tres décadas de una etapa donde los caramelos de cumpleaños y las cajas de cervezas para bodas se adquirían por la libreta de racionamiento.

Pero una mayoría de trabajadores y funcionarios aún vive anclada en la mentalidad de esperar órdenes y regalías de Papá Estado . Es lo aprendido en 53 años. Las iniciativas personales siempre fueron consideradas peligrosas.

Aunque de escasa calidad, el Estado te daba lo necesario. Si aplaudías los discursos de Fidel Castro, asistías a las concentraciones en la Plaza, las marchas del pueblo combatiente y participabas en los domingos rojos, te podías ganar un cupón para comprar una lavadora, un televisor, un radio o un ventilador soviético.

Una especie de contrato social basado en la fe ciega y el canje. Época dorada la de Castro, quien gobernaba de manera casi absoluta y sólo unos pocos locos valientes se atrevían a disentir de manera pública.

Habría que pensar levantarle un monumento a los primeros opositores pacíficos, que se atrevieron a criticar abiertamente y en voz alta el estado de cosas en Cuba.

En 2012, mientras jubilados como Otilio que lo dieron todo por la construcción de un socialismo luminoso que nunca creció más allá de los cimientos, esperan la muerte, el General Raúl Castro y sus socios con tres estrellas en la charretera hablan de actualizar el modelo económico y critican el estado benefactor.

Lo peor del nuevo discurso es que culpan a la gente por su mentalidad inmovilista y su pereza en la producción. Y eso disgusta. Ernesto, ingeniero con 30 años de labor, se insulta cuando en las reuniones de su centro para reducir plantillas los jefes critican la escasa creatividad y dependencia de muchos al Estado.

“Son unos cara de palo. Culpan al pueblo por trabajar poco y acostumbrarse a vivir de la libreta de racionamiento. Todavía recuerdo con rabia cuando en 2007 Fidel se burlaba de la gente que tenía ventiladores caseros y artilugios electrodomésticos, que eran altos consumidores de electricidad . Como si nosotros hubiésemos elegido ser pobres y tener toda esa mierda. Ahora te echan del trabajo y te dicen que montes un negocio y te las arregles como puedas. Es el cinismo en estado puro”, señala Ernesto.

La moda actual en Cuba es trabajar por tu cuenta. En cualquier cosa. Ya sea sacándole pulgas a un perro, forrando botones o tirando las cartas.

Pero hay un problema. Aquellos que laboraban por un salario de 20 dólares al mes no tienen capital para montar un pequeño negocio, a no ser que tengan parientes en el extranjero. A los sumo, pueden rellenar fosforeras, remendar zapatos o pintar fachadas de viviendas.

No tienen divisas para montar una cafetería, comprar un viejo auto estadounidense de los años 50 y usarlo como taxi o su vivienda no tiene las condiciones requeridas para rentarlas a los turistas por 35 dólares la noche.

Las opciones no son muchas para los parados del sector estatal, acostumbrados a esperar las orientaciones de arriba y a vivir de lo que robaban en sus trabajos.

Cuba se está descapitalizando. El gobierno no quiere oír hablar de subsidios. Sálvese usted como pueda. En el sector particular, la competencia es dura y las billeteras de los consumidores están raquíticas.

Un ejemplo. En 600 metros de la Calzada 10 de Octubre, desde la avenida Santa Catalina hasta la calle Gertrudis , hay 6 pizzerías, 8 cafeterías y 2 hamburgueserías privadas. A la mitad les va bien. La otra, está pensando entregar la licencia.

Montar un café decente cuesta no menos de 1, 500 pesos convertibles , el salario de seis años de un obrero. Y conocer las reglas de juego no escritas. Los tipos que venden harina, carne de cerdo o mayonesa, entre otras mercancías hurtadas, a precios más bajos que en el mercado oficial.

A ello hay que sumar los billetes por debajo de la mesa a los inspectores corruptos. Y aprender a hacer trampas financieras y pagar lo menos posible de impuesto anual en las declaraciones juradas.

Según Alberto, taxista habanero, en esta nueva versión de revolución verde olivo, “ uno está en la calle y sin llavín. Debes buscarte los pesos a tu manera, pero caminando por una cuerda floja. Si te pillan en algo considerado delito, que es casi todo, de acuerdo a las leyes cubanas, entonces además de perder la licencia puedes ir a la cárcel”, señala mientras conduce.

El gobierno habló alto y claro. Búsquense unos pesos, pero no se les ocurra amasar una fortuna . El trabajo privado, dicen, solo debe servir para subsistir.

Si en los años 70 hombres como Otilio mostraban orgullosos su diploma por participar en trabajos voluntarios o el bono que le permitía adquirir a plazos una moto rusa de dos velocidades, después de haber cortado miles de arrobas de caña , ahora tipos como Alberto saben que el Estado no les dará ni una tuerca. Su misión es otra: cobrar impuestos, vigilar que no engorden la billetera ni traspasen la raya .

Los más optimistas piensan que es una buena manera de entrenarse para el día que en Cuba exista la peor versión del capitalismo salvaje. Que es hacia donde vamos.

Iván García
Foto: Laritza Diversent

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