El régimen que desde 1959 gobierna Cuba no solamente no ha sido capaz de romper los moldes maniqueistas, encasilladores, vigentes desde la primera mitad del siglo veinte, sino que ha demostrado incapacidad para tratar el de la mujer con amplitud y profundidad, como exigen los nuevos tiempos. Y dentro del contexto femenino, el acápite de la negritud.
Conceptos modernos sobre gobernabilidad, política, sociología, propaganda, medios de comunicación y psicología de masas, entre otros, no han sido asimilados -y si lo han sido, no han sido puestos en práctica por la jerarquía gobernante.
Y eso se hace sentir. Porque la odisea del Che, Mayo del 68 y el Muro de Berlín son asuntos del pasado. El hombre nuevo, evidentemente, habría que clonarlo. Y las generaciones recientes, sin libertad para salir y entrar libremente a su país, lo menos que quisieran es poder navegar sin restricciones por internet.
Más que falta de propósitos, hay inercia, desconocimiento, ignorancia. La razón fundamental, en mi criterio, radica en un mismo equipo durante más de cuarenta años al frente de los destinos del país. Personas que han envejecido en el poder y que a duras penas han desarrollado una nación que antes de 1959 en varios renglones económicos, políticos y sociales se ubicaba en lugares cimeros del continente americano.
La propia Federación de Mujeres Cubanas (FMC) es una organización estatal anquilosada. Aunque sus funcionarias participan en eventos internacionales y sus declaraciones se avienen con los últimos enfoques de género, en la concreta los discursos no cuadran con el día a día de las cubanas. Un diario vivir bastante precario y alejado de las tendencias modernas acerca de la mujer. La compleja gama de problemas que su condición presenta en Cuba es materia pendiente.
Desde su fundación el 23 de agosto de 1960, la FMC ha estado presidida por Vilma Espín, blanca, ingeniera de profesión y con un currículo guerrillero. Madre de cuatro hijos y esposa del número dos de la revolución, Raul Castro, la señora Espín, con el mayor de los respetos, es arquetipo del inmovilismo. Al parecer, nada dentro del movimiento femenino cubano -con una historia muy anterior al triunfo de los barbudos- se modificará hasta que cese su mandato. O hasta que el actual estado de cosas cambie.
Las cubanas y en especial las negras y mulatas, no se han quedado sentadas en el portal, dándose sillón. Poco a poco y con dificultad comenzaron a forjarse su destino, para bien o para mal.
No todas han logrado el éxito de la bailarina y modelo Luz María Collazo o de Regla Torres, electa la volibolista del siglo. O de la jugadora retirada Mireya Luis, integrante del Comité Olímpico Internacional.
Trovadoras septuagenarias colgaron el delantal, cogieron guitarra y micrófono, se tiñeron el pelo y se fueron por el mundo a cantar, ganándose honradamente los fulas (dólares) salvavidas. O con menos repercusión mas con igual mérito, como Julia Mirabal, del noticiero de televisión y Deisy Francis Mexidor, del periódico Juventud Rebelde, quienes dentro de las limitaciones del oficialismo han sacado la cara en un sector tradicionalmente copado por los blancos y que en Guillermo Portuondo Calá y Reinaldo Peñalver Moral tuvo dos de los pocos negros sobresalientes en el periodismo cubano. Fugaz fue el paso por la cinematografia nacional de la primera -y única- realizadora negra, Sara Gómez. Como Belkis Ayón, murió joven y en plena ebullición creadora. Hoy probablemente hubiera sido una avezada cineasta.
Mujeres desconocidas como Migdalia y Lourdes, hermanas, retintas, que un día marcharon a España y tomaron por asalto el País Vasco. Y allí se establecieron. Puede que algunos en el barrio las tilden de jineteras finas, pero yo que las conozco sé que son, como ahora se dice, un par de luchadoras. Que atrás decidieron dejar un suelo natal donde nunca pasa nada o no se sabe cuándo va a pasar. Y se arriesgaron, legalmente. Con ellas tienen a hijos y otros familiares. Un regreso a la semilla, a la inversa. Sin rencor hacia los que una vez nos colonizaron y fueron los principales culpables de la esclavitud en la Isla.
Mulatas, jineteras de verdad, quienes en el intento por salir del subdesarrollo encontraron la muerte. Es el caso de la Farah María del Palmar, en la barriada habanera de Marianao, asesinada en 1999 en Barcelona. O el riesgo contínuamente corrido por prostitutas, lesbianas y travestis cubanos, casi todos de color, desperdigados por Europa y otros confines. Esta nueva clase de compatriotas se localiza también en el archipielago de punta a cabo, haciendo lo posible e imposible por salir adelante.
No les importa que la gente diga que están viviendo de su cuerpo. Pero se niegan a sobrevivir como obreras por 200 pesos (8 dólares). Ni ser empleadas domésticas como sus madres, abuelas y bisabuelas. Jóvenes que detestan el rostro de cocinera negra, identificativo de la mayonesa Doña Delicias.
Por las noches es cuando más se ven. Salen a las calles a “buscarse el pan”. Porque si en La Habana la vida es dura, en el interior es peor. Y desde la caída del sol comienzan los preparativos para ponerse sexy. Algunas hasta llegan sofocadas de su empleo y sin pudor se transforman en “sandungueras por encima del nivel”, parodiando el estribillo de la canción de Los Van Van.
Las mulatas y negras cubanas han sido constante fuente de inspiración para compositores en distintas épocas. A ello ha contribuido el atractivo de la tez, sus ojos soñadores, su figura -por lo regular cintura estrecha, caderas anchas y gluteos sobresalientes- y el aura de sexualidad que las persigue desde que el primer barco negrero arribó a las costas de Cuba con un cargamento esclavo.
Un padre católico español, catalán por más señas, Antonio María Claret, quien llegó a ser obispo en Santiago de Cuba, fue precursor en la defensa de las mujeres negras, asediadas ferozmente por unos foráneos que en ellas descubrieron un placer desconocido. El padre Claret trató de influir sobre aquellos españoles ansiosos de sexo, pero no pudo impedir los embarazos que tales relaciones produjeron. Miles de mulaticos nacieron. En cierto modo, quedaba cuestionado el dicho “la necesidad hace parir mulatos”. Porque ¿cuántas de esas relaciones ocurrieron a la fuerza, por interés o por amor?
Son precisamente las actuales provincias orientales -Guantánamo, Santiago de Cuba, Holguín, Las Tunas y Granma- donde es más notorio el mestizaje de la nación cubana. Es allí también de donde han salido famosas canciones. En la isla entera se le cantó a las pretéridas negras y mulatas. La más emblemática de todas es Longina, de Manuel Corona.
Intérpretes de renombre universal tuvimos en Rita Montaner y María Teresa Vera. A la lista se suman las pianistas Zenaida Manfugás e Isolina Carrillo y la compositora Tania Castellanos, esposa del líder sindical Lázaro Peña, uno de los negros más notables del socialismo cubano. Han sido o son negras o mulatas las cantantes cubanas de mejores voces: Elena Burke, Moraima Secada, Omara Portuondo, La Lupe, Freddy, Xiomara Laugart, Argelia Fragoso, Haila, Vania, Osdalgia, Lucrecia, Merceditas Valdes, Olga Guillot, Paulina Alvarez, Caridad Hierrezuelo, Celeste Mendoza y, por supuesto, la azucarada Celia Cruz.
Si bien es cierto que el negro ha sido centro de chistes y burlas y de que al igual que el gallego permaneció siempre en sketchs y espectáculos humorísticos, actrices de esta coloración han sobresalido por su inigualable calidad: Candita Quintana, Elvira Cervera, Asenneh Rodríguez, Obelia Blanco e Irela Bravo, entre otras.
Tania Quintero
Foto: Zenaida Manfugás, tomada del blog El Exégeta. La destacada pianista cubana falleció a los 90 años, el 3 de mayo de 2012, en Nueva Jersey, donde residía.
Leer también: La fuga de una divina diva.
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