Un agente de la autoridad fuera de servicio y pasado de tragos, blanco de piel, justificó el racista arquetipo policial cubano que convierte a un negro o mestizo en presunto delincuente, con un viejo refrán aprendido de su madre: "Todos los negros no son ladrones, pero todos los ladrones son negros".
El tipo no es mala persona. Es buen padre, un criminalista de calibre y no se considera racista. Pero fue lo que aprendió en su niñez. Los prejuicios raciales abundan en las familias cubanas. Luego se trasladan a toda la sociedad.
Esa misma actitud del agente habanero la hace suya la Policía Nacional Revolucionaria en los días de operativos y redadas: de cada 10 ciudadanos que paran en la vía pública y piden identificación, ocho son negros. Es un problema de mentalidad.
Hace un par de años, un amigo que laboraba en una firma extranjera, me comentó que estudiaba comprar cremas blanqueadoras para la piel. No le creí. Según un estudio de mercado, dijo, la crema tendría gran aceptación entre los cubanos.
Como nunca las vi a la venta en las tiendas por divisas, pensé que había sido una broma de mal gusto. En el libro Afrocubanas, la historiadora y antropóloga María I. Faguagua cuenta que en 2009 una empresa española estudió esa posibilidad.
Varias personas consultadas, que se dedican al tratamiento del pelo para mujeres negras, dijeron que esas cremas se venderían como pan caliente. "Uno puede pensar lo que quiera. Pero yo llevo 20 años desrizando 'pasa' y te digo que muchas negras y mestizas darían cualquier cosa por aclararse la piel y transformarse en blancas", afirmó una peluquera habanera.
Ciertamente, el orgullo negro en Cuba no está en su mejor momento. Lo que han pasado los negros no ha sido poco. Siempre es bueno repasar la historia.
Y es que desde 1886, cuando oficialmente se abolió la esclavitud, los negros partieron en clara desventaja con respecto a los blancos. No tenían propiedades. Ni dinero. Ni abolengo. Y mucho menos reconocimiento social.
Años después, en la república, apenas se tuvo en cuenta su decisivo aporte a las luchas por la independencia. Pese a esos avales, solo conseguían trabajo de estibadores, cortadores caña, o en la construcción.
Muchas familias negras no aceptaron tranquilamente el destino de vivir a la baja. Y algunas lograron subir por la empinada y difícil escalera social.
Pero fueron las menos. Luego, ya se sabe, Fidel Castro llegó. Y decidió resolver las diferencias raciales mediante decretos y campamentos donde negros y blancos se mezclaran y se hicieran "compañeros".
Para empezar no estaba mal. Pero los prejuicios raciales en Cuba eran más sutiles. Estaban -y están- bastante arraigados en la mente de una mayoría. Y eso no se puede legislar. Si de veras se pretendía derribar barreras, hacía falta un trabajo educativo sistemático, a largo plazo, e incluir a negros y mulatos en las estructuras del poder.
Ya eso fue más difícil. Una cosa era que escoltas personales o los soldados enviados a la guerra civil en Angola fueran color petróleo, y otra, que formaran parte del status quo.
Aunque después de 1959 los negros ganaron espacios, y junto a los blancos compartían carnavales, juegos de pelota, becas en el campo y estudios universitarios, después, por mucho talento que tuviesen, quedaron trabados dentro del grupo de profesionales mediocres que se jubilan sin haber podido escalar en lo social o lo político.
De vez en cuando se pesca un negro hacia altos cargos del gobierno o del partido. Asunto de imagen. Pero los negros siguen en el escalón más bajo de la sociedad.
Eso sí, son mayoría en las cárceles y en los terrenos deportivos. Con excepción del ajedrez o la natación: según viejos conceptos racistas, en esas modalidades los morenos son un fracaso.
Igualmente los prietos son buenos para tocar instrumentos musicales. O cantar boleros, sones, salsa, rap y reguetón.
Ya si pretenden acceder a la compañía Alicia Alonso, los miran con recelo. Casi con lástima, una vieja profesora me dijo: "No tengo nada contra los negros, pero para el ballet clásico su anatomía les trae muchos problemas". La profesora pasó por alto los triunfos en el Ballet de Londres de Carlos Acosta, bailarín negro cubano.
Si en la música y los deportes los negros suelen tener el uno, también han sabido sacarle lasca a la prostitución. Buscando lo diferente o por el mito de que son buenos en la cama, muchos europeos viajan a Cuba a saciarse sexualmente con los de piel oscura. Placer barato.
Pero mientras las jineteras se ofertan en clubes y zonas nocturnas de La Habana por 20 dólares, una parte de los hombres negros sigue mirando su futuro en la distancia, sobre todo en Europa.
Así, lo peor de lo peor en la Cuba actual es ser mujer, negra y disidente. Pregúntenle a la activista comunitaria Sonia Garro Alfonso. Graduada de enfermería con notas brillantes, sufrió en carne propia el racismo que se gastan algunos mandarines criollos .
Una tarde, orgullosa por ser la primera profesional de una familia cuyos integrantes se habían dedicado a los oficios peor remunerados, con su mejor vestido y par de zapatos, fue al teatro Astral a recoger su diploma. En el momento de tirarse la foto colectiva, un dirigente provincial le pidió que se apartara: "Los de tu color no quedan bien en las fotos".
Años después, Sonia me contaba que su rabia fue tal que se marchó sin recoger el diploma. Al poco tiempo, se convirtió en disidente.
Unos días antes de la llegada del Papa a la Isla, en marzo pasado, fuerzas antimotines de la policía política penetraron en su casa como si fuesen terroristas. Usando balas de goma y excesiva violencia, cargaron con Sonia y su esposo, Ramón Alejandro Muñoz González, también opositor. En rigurosas prisiones esperan ser procesados. Ella en una cárcel de mujeres, él en una celda de castigo en el Combinado del Este, porque se niega a ponerse el uniforme de preso.
Los negros en Cuba labran su destino en las escasas opciones de triunfar que tienen. Sus fracasos triplican el número de sus éxitos. Un alto porcentaje vive mal y come peor. La paciencia se ha ido agotando. Y han decidido dejar de ser reos de su raza. Como Sonia Garro.
Iván García
Foto: Sonia Garro con algunas de las personas que participaban en el centro cultural independiente que funcionaba en su casa, en octubre de 2008. El hombre que puso su mano en el hombro de Sonia es su esposo Ramón Alejandro Muñoz. Una foto de los 'tiempos felices' que vivieron Sonia y Ramón en su modesto hogar de Marianao y que tal vez en largo tiempo no se pueda volver a tomar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios en este blog están supervisados. No por censura, sino para impedir ofensas e insultos, que lamentablemente muchas personas se consideran con "derecho" a proferir a partir de un concepto equivocado de "libertad de expresión". También para eliminar publicidad no relacionada con los artículos del blog. Por ello los comentarios pueden demorar algunas horas en aparecer en el blog.