lunes, 27 de mayo de 2013

Cubos y jarritos


Hace unos días que Rosario regresó de los Estados Unidos, donde pasó las Navidades con su familia. Se ve distinta, como dice ella, con un “nuevo look”. Cuando le pregunté qué fue lo que más le gustó, me respondió sin pensarlo: “El agua.”

Su respuesta no me sorprendió mucho, porque a su regreso de Alemania, otra vecina hablaba con frecuencia de lo mismo: que si fregaba con agua tibia, que se podía duchar con agua caliente, que nadie le decía que ahorrara el agua, que pudo darse baños de inmersión en una cómoda bañadera. Sobre todo, quedó encantada con la relajante piscina climatizada a donde la llevaban sus amigas.

Es que los apagones son la desgracia más famosa de los cubanos, pero no la única ni la peor si los comparamos con la falta de agua, que nos hace tener al cubo, al jarrito, a los pepinos plásticos (pomos vacíos de refresco o agua mineral), y al tanque oxidado, entre otros, como elementos indispensables en nuestro quehacer diario.

En Cienfuegos, ciudad donde nací y viví muchos años, había agua las veinticuatro horas del día. Pero a partir de 1959, comenzó a escasear. Empezaron a aparecer los cubos y los jarros. Siempre recuerdo a Aurelio, un vecino muy ocurrente que decía: “Compré las tuberías para la leche que el comandante prometió, y resulta que en vez de eso, no viene ni agua por las que ya tenía instaladas”.

Hoy en día, tener ducha es un privilegio para un cubano. Junto con las bañaderas y los calentadores, estas comenzaron a deteriorarse por falta de uso. Un baño de inmersión es imposible, porque la poca agua que entra no alcanza para llenar las bañaderas, amén de que muchas familias no tienen 800 CUC (equivalente al dólar) para reemplazar las viejas e inservibles por una nueva, o 30 CUC, cuando menos, para una ducha. Un jacuzzi es algo con lo que ni sueña un cubano de a pie, incluso hay quienes no saben lo que es.

René quería dejar su casona vieja y permutó para un edificio. Pensó que, como en este había cisterna con motor, siempre tendría agua corriente. Ahora se arrepiente, porque además de que el suministro es limitado, tiene que hacer la cola para la pipa, que es una odisea, y después cargar el agua hasta un tercer piso.

La población crece, y aunque la carencia de agua es una dificultad de todo el país, en la capital, donde viven más de dos millones de personas, se siente más. El suministro de agua a la población depende mayoritariamente de embalses, que se abastecen de las lluvias. Esta es la única infraestructura hidráulica creada en más de medio siglo de revolución, que se justifica con las limitaciones económicas a causa del bloqueo.

En Diez de Octubre, municipio donde vivo, los salideros de agua potable son históricos, y los horarios del suministro se limitan a tres o cuatro horas en días alternos. Muchos vecinos no tienen dónde instalar tanques elevados, así que cuando falla este horario, tienen que salir cubo en mano por todo el vecindario, a ver quién les da un poco de agua para cocinar.

Sin embargo, esta situación no es frecuente en barrios privilegiados como Nuevo Vedado, El Vedado o Miramar, donde vive la élite gobernante o gran parte de ella o de sus protegidos.

Cuando el comandante en jefe, en una de sus comparecencias delirantes televisivas, nos presentó el “tirabuzón” -un calentador de agua consistente en una resistencia eléctrica con esa forma, para sustituir al calentador artesanal, que según él consumía mucha energía-, nos condenaba con ello al uso del cubo y el jarrito como única opción para nuestro baño.

Gladys Linares
Cubanet, 29 de marzo de 2013.
Foto: Tomada del blog El lagarto verde.

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