sábado, 4 de mayo de 2013

Zoé Valdés, escritora cubana y exiliada "políticamente incorrecta" (I)



Hablar de Zoé Valdés en Cuba es cruzar un campo minado. El régimen ya hizo lo suyo. La eliminó de su catálogo literario y poético. No existe para los estudiantes de literatura en la isla, y sin embargo aparece en casi todos los programas de estudio europeos. Aunque escapó de la censura en una antología del cine cubano, que la reconoce como guionista del filme Vidas paralelas, premio al mejor guión cinematográfico inédito en el XII Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en 1990. Poco más. Una mañana cualquiera, un talibán ideológico o un amanuense de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, carga su pluma e intenta descalificarla. Pero no solo la autocracia verde olivo es vitriólica con la escritora cubana residente en París. En un sector de la nueva generación de disidentes, Zoé Valdés es una versión menor de Lucifer. Por su postura polémica recibe metralla de los dos bandos. Que van desde el insulto a la amenaza.

Nació en La Habana, el 2 de mayo de 1959. En pleno apogeo de la primavera, aguaceros tropicales, guerrilleros y barbudos. Se crió en la parte antigua de la ciudad, entre solares, callejuelas estrechas y penurias materiales. Años después, esos suburbios pobres y duros serían cuna de jineteros, estafadores y buscavidas. Los barrios de San Isidro, Jesús María y Belén -a espaldas de la restauración arquitectónica que ha convertido a la zona colonial en postal turística y caja recaudadora de divisas del régimen- se convirtieron en la ruta diaria de Zoé Valdés.

Todavía algunos recuerdan a aquella hermosa china amulatada, siempre con una sonrisa y un libro bajo el brazo. Como el resto del vecindario, cargaba cubos de agua, hacía largas colas para comprar alimentos y cuando llegaban los apagones, aprovechaba para criticar la ineficiencia de la revolución castrista. En estas barriadas no se puede ser manso. Los habaneros saben a qué me refiero. Debes dominar el amplio registro de las peores malas palabras recogidas por el castellano y de vez en cuando, si es preciso, dar una buena bofetada. Demostrar que no eres un pendejo.

De sitios tan atractivos como volátiles es oriunda una de las mejores novelistas cubanas del siglo XX. Ha parido 26 libros. En sus alforjas tiene un racimo de premios literarios. El último, el Azorín de Novela 2013, por La mujer que llora, sobre Dora Maar, una de las amantes de Pablo Picasso. Junto a su esposo Ricardo Vega, administra una galería de arte en una calle parisina. Cuatro veces al año, en colaboración con su hermano Gustavo, edita la revista Ars Atelier City. En 1998, Francia la hizo Chévalier de las Artes y las Letras y fue miembro del Gran Jurado del Festival de Cannes. Es Doctor Honoris Causa de la Universidad de Valenciennes. En mayo de 2012, la Alcaldía de París le otorgó su máxima distinción, la Grande Médail de Vermeil. Ha publicado en diversos periódicos y revistas de Francia, España, Alemania, Suiza... Además de un blog personal que a ratos se convierte en un campo de batalla, tiene tres más, en El Economista, Libertad Digital y El Universal de Caracas. Cuando hace periodismo o redacta un post, sustituye el teclado por un látigo. Prosa directa. Diplomacia escasa. Los Castro son una constante en sus escritos. Tampoco se calla y critica el desempeño de algunos disidentes de nuevo cuño. Es su carácter y un derecho que tiene.

Cuéntame los mejores y peores recuerdos de tu infancia y juventud. ¿Perteneciste a alguna organización política o de masas?

-Los únicos recuerdos hermosos de mi infancia transcurren fuera de mi casa, como 'pandillera' del Parque Habana (a diferencia de la pandilla tal como la conocemos, sólo nos dedicábamos a brincar azoteas y recoger 'tesoros' abandonados en los derrumbes, a criar palomas), o sentada en el borde del estanque de la iglesia de La Merced, o en un bembé de las esquinas de Paula y Merced, en la Casa Natal de José Martí, en el Museo Bellas Artes, a donde iba con mi abuela, o en los parques. Soy muy parquera. En el Parque Zayas (que ya no existe, lo demolieron para hacer el horrendo monumento al barco ése desgraciado que trajo a esos ochenta delincuentes o terroristas desde México, y que acabaron con el país), en el Parque de los Enamorados. Mi abuela y yo amábamos la estatua tan impoluta de José de la Luz y Caballero, a veces la cagaba un gorrión, lo que era normal, y mi abuela se encaramaba o me obligaba a que yo me subiera, para limpiarla con su pañuelito de encaje.

-Nos gustaba mucho Cojimar, a donde fui con frecuencia y donde viví un período de mi infancia y otro de mi adolescencia, y Regla y Casablanca. Allí íbamos a menudo a la iglesia de Regla, o a sentarnos a la sombra del Cristo, en Casablanca. Me encantaba jugar a pisotear los boliches que caían de los árboles o usar como sonajeros las vainas secas que luego le dedicábamos a Elegguá. Mi abuela era santera, una irlandesa santera, se había casado con un chino, y yo soy buena parte de esa mezcla. Me encantaba recoger los almendros maduros y mordisquearlos, y escupirlos. Patinaba mucho, mi tío me hizo una chivichana de palo, yo era muy mataperra y marimacha. Siempre andaba subida a los árboles, sobre todo a los ciruelos de la casa de mi tía en Cojimar, sonsacando a los varones. Me iba a nadar sola, hasta tarde, y la paliza no me la quitaba nadie luego. Siempre recuerdo el salitre entre las nalgas y los verdugones del cinto de mi abuela, ella lo llevaba en la cartera, Farolito, el amansaguapo, así lo llamaba, y un alfiler de criandera para pinchar a los rescabuchadores en las guaguas y en los cines.

-Los peores recuerdos, mezclados con buenos también, son los del solar, la estrechez del cuarto, la falta de agua, la cocina de luz brillante o queroseno, que me hacía mucho daño porque soy asmática; el baño colectivo de paredes mohosas, o el baño en una palangana cuando se coló un rescabuchador en el solar. La cochambre, y la lucha por limpiar cada día, pero era imposible sin productos para hacerlo, sin agua en abundancia; teníamos que usar capas de aquellos nailons de polietileno negro con el cual envolvían las posturas de café caturra, para bajar las escaleras porque las tuberías se pudrieron y la mierda y el orine se filtraba por el techo de la escalera, y aquello era una tremenda asquerosidad. Recuerdo la peste, todavía la tengo pegada a mi nariz. Ya escaseaban los alimentos, siempre faltó comida. Mi mamá quejándose de la falta de dinero. Yo no podía ver a mi padre. Y eso creo que me hizo más fuerte. Tenía que volverme el hombre de esas tres mujeres enloquecidas, mi primo era más pequeño. Cargábamos cubos de agua del parqueo del Parque Habana.

-Cuando se derrumbó el solar, mi abuela y yo estábamos dentro, teníamos muchos animales entre el cuarto y la azotea: once jaulas de canarios, un palomar con palomas, un perro, un gato, un gallo, una cotorra, jicotea... los animales que los santeros tienen o tenían normalmente. Lo perdimos todo. Nos dio tiempo a recoger los santos, y correr hacia la calle. Detrás de nosotros se derrumbó todo. Durante años, solo quedó una pared donde yo había sembrado semillas y había crecido un gajo y mis dibujos, y las figuras que hacía, descascarando la pared con las uñas. Mi mamá me dejaba pintar y escribir en la pared. Estuvimos dos años en el albergue de Montserrate, aquello fue terrible para todos, perdimos nuestras pertenencias. Pero lo que más sentía era haber perdido los animales, mis libros, mis libretas del colegio, tampoco tenía grandes libros, ¿en qué espacio? En el albergue de Montserrate sólo nos daban almuerzo, jurel y un arroz insípido, y agua. Dormíamos en literas apestosas a yute húmedo. Los niños y las mujeres en un piso, los hombres en otros, las fajazones a machetazo limpio eran muy frecuentes, por celos, por la comida, por una ropa que se perdía, robos diarios, o por una colchoneta que alguien quemaba con una colilla. No había baños para bañarse, entonces cada cual tenía que conseguir dónde hacerlo.

-Mi abuela habló con la taquillera del cine Actualidades para pedirle que nos permitiera usar el baño del cine. Allí nos aseamos unos doce o trece niños durante dos años, después hacíamos las tareas en los parques, o en las lunetas del cine antes que empezara la tanda de las seis. Ese cine siempre abrió a las seis. Nos íbamos a comer a la pizzería de Obispo, el 'palacio de las moscas', mi madre trabajaba allí y nos echaba más queso en el plato, aquel queso boronilloso y rancio. Luego volvíamos al cine, la taquillera nos dejaba ver películas gratis para adultos. A veces dormíamos en el cine, mi abuela tiraba las colchonetas en el piso. A la una de la madrugada el trasiego de colchonetas del albergue hacia el cine era tremendo. Lo malo era que después había que levantarse muy temprano, oscuro, de madrugada, porque las colchonetas no podían quedarse ahí durante el día. Mi madre empezó a salir con un tipo que detesté siempre, y él a mí. Sufrí mucho cuando ese hombre se metió entre nosotras. Para colmo, mi abuela murió y me quedé sola, más sola que nunca.

-Mami trabajaba y yo me pasaba la vida sola, leyendo, en las bibliotecas, o en los parques, o cogía la guagua hacia Cojimar. Me encantaba el libro de Dora Alonso, Las aventuras de Guille, y Moby Dick, entre otros, claro. Como iba sola en la guagua, y muchos militares iban hacia La Cabaña, tenía que andar gata, porque una niña sola en una guagua de noche, con esos tipos, no era fácil. Bueno, no me puedo quejar, estoy viva, estoy aquí. Ocultar que era católica, ocultar que mi abuela era santera, espiritista, ocultar que mi padre había estado preso, ocultar esto o aquello se convirtió en una pesadilla, luego lo asumí; para mí como para muchos la vida no podía ser de otra manera. Mi madre llegaba con las botellas de aceite escondidas debajo de la falda negra de camarera, y sin embargo como cualquier madre me decía a mí que no debía robar en las tiendas, pero ella robaba comida en su trabajo. Nunca robé, otros sí lo hacían.

-Para nosotros los libros eran muy caros, mi madre ganaba 138 pesos, y en aquella época yo leía libros de medicina sin entender ni pitoche. Me gustaba uno particularmente sobre las enfermedades glandulares donde habían fotos de mujeres con más de dos pechos. O los libros sobre los museos de pintura en la antigua URSS, Leningrado... Eran libros que tenían un papel brilloso y olían distinto. Como te dije, era muy marimacha. Mi tío me apuntó en el ring de boxeo que quedaba frente a la iglesia de La Merced, y jugaba al taco con los varones de mi aula, y a las cuatro esquinas, y a las bolas. Me fajaba a los piñazos cuando maltrataban físicamente a mi primo, y siempre llegaba a la casa con la blusa gris del uniforme descosida por la costura del medio, el corpiño roto, y la pañoleta rajada en dos mitades. Todavía era aquella pañoleta azul y blanca.

-En cuanto a mi paso por las organizaciones de masas no fui más que pionera, como cualquiera, y hasta eso me costó trabajo, porque como era católica y asistía al catecismo... Nunca fui joven comunista ni del partido comunista. No reunía los requisitos, y mi madre muy temprano me advirtió que tratara de no destacarme y de mantenerme en silencio, que toda esa "destacadera" de los demás lo único que hacía era perjudicarlo a uno. Tuve muchos problemas en las escuelas al campo, broncas a galletazos por otros, escapadas a los albergues de los varones por la noche. Padecí el acoso de algunos profesores, pero no fui la única, ni a la que más se lo hicieron, yo no estaba tan desarrollada, y más bien siempre fui feúcha. Me encantaba, sin embargo, bañarme en las turbinas, desnuda, montar a caballo, hacer carrera a ver quién subía más rápido con un cuje en la espalda repleto de hojas de tabaco hacia el techo de una casona de tabaco en Pinar del Río, escaparme a los bohíos de los guajiros, pero comparado con los ratos de abulia, apatía y rechazo generalizados, esos ratos duraban poco. De esa experiencia salió mi novela Querido primer novio.

Alfredo Guevara, viejo amigo de Fidel Castro, acaba de fallecer. Lo conociste muy de cerca. ¿Qué obituario le dedicarías?

-Conocí muy de cerca a AG, o al menos conocí lo que él quiso que conociera de él. Otros lo han conocido más profundamente que yo, y desde otros ángulos. Durante dos años en París fui la persona que le llevó sus papeles personales en su casa, no en la oficina, la que le rehizo y ordenó su biblioteca, así como la biblioteca de Alejo Carpentier que heredó AG en París. Al principio fue muy rudo conmigo, me trataba de forma antipática, yo era la mujer de su mejor amigo. De modo que de cierta manera tuvimos un acercamiento intelectual tardío, pasajero y difuso de su parte. El obituario está en mi blog. No sé hacer obituarios, ni me interesan cuando se trata de gente así. Un día escribiré una novela porque cualquier tipo como AG es un personaje novelesco y novelero, ya escribí una especie de noveleta titulada El hombre profundo. Pero si escribo esa novela seré más precisa.

-Era un ser detestable, racista, misógino, pero a veces podía convertirse en un seductor. Y nos quiso creer, como digo en mi blog, que la única opción liberadora pasaba por él, estaba en su poder. No contó con que algunos, o al menos yo, aprendimos a fondo el sentido de la palabra libertad en esa primera estancia en París, pese a que nos mantenían muy controlados por la seguridad del estado de la embajada y de la UNESCO. Guillermo Cabrera Infante lo inmortalizó como el comisario político en su libro Delito por bailar el cha cha chá. Y en Retrato de familia con Fidel, Carlos Franqui escribió que "era el cerebro gris del castrismo". Llegué a quererlo, también lo digo en mi blog, debido a esa visión de hereje que nos vendió.

¿Cómo valoras tu paso por el ICAIC? Háblame de esa experiencia como empleada en la sede cubana de la UNESCO en París, en 1984-88.

-Alteraré el orden, si me permites. Mi paso por París fue importantísimo para mí, aprendí mucho, sobre todo aprendí a acariciar una cierta idea de la libertad. Nadie podía impedirme que entrara en una librería, aunque los libros eran prohibitivos para mis ahorros, y Alfredo sólo le regalaba libros a sus elegidos, no a mí. De esos regalos me beneficiaba, claro, porque podía leerlos, pero no pasaba de ahí. Yo me vestía en las Pulgas, en el pulguero, mis abrigos olían a viejo, entonces los perfumaba con colonias baratas de Tati y les colocaba un adornito aquí y otro allá, para modernizarlos. Me compraba la ropa de los muertos en los Guerrisolds, comía de el Ed L'Épicier cuando Alfredo no nos invitaba a su casa a comer, fue dejándolo de hacer cada vez más. Pero me hice amiga de unos venezolanos, una de ellos es todavía una gran amiga, y ella me invitaba a los museos, los pagaba en muchas ocasiones, y con ellos aprendí que París podía ser menos tortuoso y torturante, con tantas cosas maravillosas y sin poder disfrutarlas. Aunque de solo sentarme al borde del o de la Sena (es ría hembra y no río) durante la primavera ya mi espíritu se engrandecía. Iba a leer y a dormir a los viejos sofás de la librería Shakespeare and Company, allí descubrí a Alba de Céspedes, Djuna Barnes, James Joyce (allí Sylvia Beach publicó Finnegans Wake, y allí iban Hemingway y John Dos Passos), descubrí también a Anaïs Nin. París me dio alas. Y no iba a dejar que nadie me las cortara. Sin embargo, regresé a Cuba, quería cambiar las cosas desde dentro, no quería irme de Cuba, aunque lo pensé y hasta inclusive medio que lo preparé en silencio, pero no pudo ser. Dentro de la Misión de Cuba en la UNESCO que supiéramos, cuatro personas eran policías con cargos diplomáticos para embarajar; en la embajada, existían muchos más.

-En el ICAIC empecé acompañando a artistas franceses, hacía de intérprete durante los festivales de cine, no me pagaban. Pero podía comer en los hoteles de los festivales, ver películas e ir a las fiestas. Trabajé con Michel Legrand, Eric Bertok, Dominique Sanda, Tcheky Karyo, Agnès Vardá, aunque con ella menos. Luego, durante un breve tiempo, trabajé de dialoguista en los guiones de algunos directores, tampoco me pagaban, pero podía ir haciendo curriculum para entrar allí bajo contrata. Así fue que entré, bajo contrata, sustituyendo al periodista Antonio Conte como jefa de redacción de la revista Cine Cubano, cuando él se fue para Colombia. Luego no había medios para contratar a un subdirector, y asumí los dos cargos, por un salario de contratada de 320 pesos mensuales. Entre una cosa y otra trabajé cuatro años en la revista y cinco en la UNESCO, siempre por contrata. En la revista hasta enero de 1995. Dejé un número preparado, y me fui definitivamente el 22 de enero del 95. No imprimieron ese número nunca. Además, mi libro Todo para una sombra, de poesía, que estaba casi listo, y había sido publicado en España porque había ganado el accésit Carlos Ortiz, fue destruido, lo hicieron pulpa.

-Nunca he cobrado derechos de autor de la SGAE pese a que el guión de Vidas paralelas realizado por Pastor Vega ganó el Primer Premio de Guión con mi guión, según me dicen sólo aparece como autor el ICAIC y no yo. Pero mi nombre está en los créditos como guionista. También ellos, los que me censuran y dicen todo lo que se les ocurre, venden mi primer libro de poesía y mi primera novela Sangre Azul en las ferias de libros internacionales, nunca me han pagado derechos de autor. Son unos ladrones, ya es sabido. En el ICAIC pude respirar más o menos tranquila, dentro de toda la basura de aquel país, el ICAIC era una especie de oasis. Los jóvenes que allí estábamos no habíamos conocido nada mejor antes, y al menos podíamos participar una vez al año de mundos diferentes, cuando llegaban los extranjeros al festival de cine anual o cuando se organizaban semanas de cine francés o alemán, o de cualquier otro país.

Iván García
Foto: Arturo Álvarez-Buylla Ballesteros, tomada de El lector digital.

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