jueves, 26 de enero de 2017

El músico clásico que compone reguetón


Su primer tumbao lo tocó, dice, estando ya en el Instituto Superior de Arte (ISA). Toda esa música popular, “ligera” (que él aclara no ser tan ligera cuando en realidad la conoces) fue más bien una cuestión práctica. Tenía ya 19 años y empezaba a sentirse un poco incómodo con la manutención de sus padres. Comprendió que necesitaba un trabajo, pero fuera de la música no sabía hacer casi nada.

Al principio, a Gabriel se le hizo un lío trabajar dos o tres noches por semana tocando el piano en un grupo de salsa del que no se quiere ni acordar. “Era un asco, pero daba algo de dinero”. Su preparación fue siempre clásica. Y después de tocar varias timbas debía regresar al ISA para estudiar a Bach, Mozart y Beethoven.

Empezó a mezclársele todo, sentía como se iba deformando. Así que tomó elementos de la música popular y los llevó a la música de concierto. “Mira, ¿tú has oído sobre los Preludios y Fugas de Bach? Yo hice un ciclo de Preludios y timbas: con armonías y secuencias cubanas de son y montuno y una fuga a 3 y 4 voces con tumbao”.

Cuando tenía 10 años, su tío, que es tresero, guitarrista y laudista, lo llevó a la escuela de música de Bayamo. Quería estudiar guitarra o percusión, que es lo que todo el mundo conoce. Pero el único instrumento disponible era el fagot. Y con el fagot se graduó cinco años después, mientras cursaba el noveno grado. Fue un tiempo en el que comprendió que era un instrumento “muy lindo, pero en Cuba no tiene mucha cabida, a no ser en las sinfónicas”.

Presentarse al ISA fue también una cuestión práctica: solo se estudia en La Habana. Ahora lleva una doble carrera junto al fagot, y otra que él llama paralela: el reguetón.

“Ser compositor clásico consagrado y vivir de eso es difícil en Cuba. Se estrena una pieza y se acabó. Los graduados de composición terminan, con suerte, como profesores. Además, ya no hay casi sinfónicas. Ahora mismo si yo escribo una obra ¿quién la va a tocar? Y todos los años se toca lo mismo, la 5ta Sinfonía de Beethoven, que es fabulosa, pero que ya todo el mundo la ha escuchado”.

Gabriel no tiene la postura correcta que supondría un músico clásico. No habla pausado ni camina despacio. No podría, digamos, reconocérsele en plena calle como un fagotista. No encaja en el estereotipo. En parte es su suerte, su versatilidad.

Va, como él mismo dice, de lo sublime a lo ridículo. Horas y horas de estudio al piano y dos minutos en un tema de reguetón. “La mayoría de los reguetoneros no estudiaron música, no les hace falta. Lo que sí necesitan es tener buenos músicos detrás. El reguetón es un mundo que nada tiene que ver con el arte, es solo dinero”.

Por ello asegura que, económicamente, a un músico cubano nunca le irá mal con lo popular, porque “nos hemos convertido más en un mercado que en un país de arte y tradición cultural”.

De Cuba hacia fuera. Así es como Gabriel tiene pensado su triunfo. Así es como dice que llegó Van Van a ser Van Van, porque en una isla chiquita lo grande resalta más.

Este muchacho es todo un provocador. Quiere lograr lo que Stravinsky en 1913 con La consagración de la primavera: un escándalo total. Subir al escenario del Gran Teatro de La Habana una orquesta sinfónica con El Micha que es un buen reguetonero, e invitar a "lo más cutre del reggaeton cubano", Osmani García o Yomil y el Dani, para hacer un contraste. Y su maestro Roberto Varela delante, dirigiendo la Obertura de Reggaeton No. 1.

Yo, la periodista, moriría por ver eso.

Cynthia de la Cantera
El Toque, 22 de junio de 2016.
Foto de Gabriel hecha por Alba León. Tomada de El Toque.

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