Once de la mañana en una tienda Best Buy de Miami especializada en la venta de equipos electrónicos. Un joven de complexión maciza con los brazos tatuados, chancletas de cuero, bermudas con la bandera británica y una gorra azul oscura de los Yankees de Nueva York, casi gritando comenta por su teléfono inteligente a un pariente que reside en Cuba: “Men, esto es la yuma. Acá hay pa’ comer y pa’ llevar”.
El tipo se pasea por toda la tienda con su celular grabando la gama de televisores y computadoras mientras habla por la aplicación IMO y conduce el carrito de compras cargado de pacotillas electrónicas.
Jorge, dependiente de Best Buy de origen cubano que reside en la Florida desde los años 80, hace un gesto despectivo con la boca. “La verdad que nuestros compatriotas que vienen llegando son meao de perro. No tienen clase. Escupen en cualquier lado. Botan los papeles en la calle. Siempre hablan gritando y gesticulan como si fueran monos en un zoológico”, dice enfadado.
Para Jorge, la Ley de Ajuste no tiene sentido. “Esta gente solo viene a Estados Unidos a comer y vivir de las ayudas. Son emigrados de caldero. No les gusta trabajar duro y creen que se lo merecen todo”.
Nicolás, chofer a tiempo completo de Uber, coincide que los malos modales, groserías y comportamiento delincuencial es bastante frecuente en los cubanos recién llegados.
“Llegué cuando la ola migratoria de 1994. Es cierto que algunos cubanos afincados en Miami nos trataban como bichos raros. Muchos llegaron aquí sin un centavo y nunca se acogieron a ninguna ayuda del gobierno federal. Pero la mayoría se solidarizó con nosotros, al igual que los que llegaron por el Mariel, cuando el gobierno de Fidel Castro, exportó miles de delincuentes y presidarios. Pero esta gente que llega ahora es el retrato perfecto del hombre nuevo cubano. Vago, apolítico y escandaloso”, apunta, mientras conduce por Kendall.
En el restaurante Versalles, atestado a la hora de almuerzo, agitados meseros toman el pedido de los comensales. Muy cerca de un mostrador de dulces y confituras, Sergio, ex preso político, con una guayabera blanca y un sello en el bolsillo derecho promocionando el voto a favor del candidato presidencial republicano Donald Trump, mueve la cabeza de un lado a otro cuando se le pregunta su opinión sobre los nuevos emigrados cubanos.
“Qué se puede esperar del comunista de Obama. Si gana Hillary será más de lo mismo. Cada año, 50 mil cubanos huyendo de la dictadura de los Castro, vienen a vagabundear y vivir de los contribuyentes. Por eso voy votar por Trump. Si a los cubanos no les importa la política y les da igual que apaleen a las Damas de Blanco, pues que se jodan en Cuba. Estados Unidos solo debe aceptar a los refugiados políticos que de verdad son perseguidos”, subraya con énfasis y grita Abajo la Ley de Ajuste, y sus amigos lo aplauden.
Pablo, ingeniero que trabaja para la empresa de telecomunicaciones Verizon, intenta ser sensato, pero reconoce que los cubanos que llegan, “no todos, pero al menos con los que he hablado, tienen una mentalidad de sanguijuela. No vienen con espíritu de prosperar. Lo de ello son las broncas, beber ron y vacilar. No quieren estudiar ni superarse ni trabajar duro”, expresa. Y se pone de ejemplo.
“Hace ocho años llegué a esta país. A pesar de ser ingeniero en telecomunicaciones, comencé limpiado baños en Walmart. Revalidé mi título estudiando duro todas las noches. Estoy ganando cincuenta dólares la hora. Pero me esforcé. Men, la mayoría de los cubanos que llegan ahora quieren vivir de fly al catcher”.
Zaida, graduada de ciencias sociales en Estados Unidos, opina que el tema tiene mucha tela por donde cortar. “Esta ola migratoria es diferente. Las dos primeras fueron los desclasados y un estamento intelectual y político importante. Muchos eran personas preparadas y con profundas convicciones anticomunistas y anticastristas. En el éxodo del Mariel en 1980 y en la estampida de 1994 comenzó la etapa de los cubanos que huyen debido de la miseria y falta de futuro. Algunos tenían motivaciones políticas, porque cuando una persona decide emigrar, siempre hay un trasfondo político”.
Según Zaida, “la nueva ola migratoria está formada por una mayoría son jóvenes que han vivido fuertemente adoctrinados. A pesar de tener un buen nivel educacional, traen consigo la degradación de valores que actualmente se vive en Cuba. Son indiferentes a la política de su país y del mundo. Hablan un español reinventado. Y tienen profundas lagunas culturales e históricas. Son el producto de Facebook, la frivolidad y la pacotilla”.
Oscar Luis, 25 años, llegó a Miami hace cinco meses y considera que los cubanos de la Florida son demasiado esquemáticos. “En cualquier grupo humano existen marginales, delincuentes y vagos, pero no creo que sean todos. Es cierto que somos más apolíticos. Hay que entender la dinámica social de Cuba, con un gobierno que te adoctrina desde niño. Y por acto de reflejo, nuestra conducta es huir del relato político. A la vuelta de cinco años, la mayoría se integrará a esta sociedad. Casi todos venimos a trabajar y vivir con decoro”, indica, mientras despacha sus maletas para viajar cinco días a La Habana.
Eduardo, trabajador del aeropuerto de Miami que lo escucha y reside en Miami hace 43 años declara: “Ésa es la diferencia. Los nuevos que llegan vienen para hacer dinero y luego disfrutarlo en Cuba. Los que sufrimos por culpa del castrismo no podemos regresar a un país secuestrado por esa pandilla”.
Para un segmento importante de cubanos radicados en Miami, la indiferencia hacia los compatriotas que llegan no es un problema de resentimiento. Es un asunto de percepción política. Ellos no anclaron en Miami por razones económicas. Fidel Castro los obligó al destierro.
Iván García
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