Mujeres bailando, con poca ropa, besándose sin un macho que las dirija. Se las ve libres y disfrutonas. "Yo te lo digo, va de mil amores, pero a ése par de nalgas le han falta propulsores, no te dejes llevar por los opresores", la artista argentina Romina en su último single, Cómo me gusta a mí. El vídeo de Youtube que acompaña a la canción lleva un aviso de Explícito que se corrobora desde mucho antes que se cumpla el minuto uno. La etiqueta lesbian reguetón que acompaña a su proyecto musical, Chocolate Remix, también.
Resulta chocante en un terreno tan reservado para la heterosexualidad del macho dominante. El imaginario se ha construido -tanto en vídeos como en las letras- en torno al falo del reguetonero al que decenas de culos femeninos en movimiento rinden pleitesía. Agáchate, menéalo, dale duro, hasta abajo, abre las piernas. Porque en el reguetón, la mujer es eso, un cuerpo, un conjunto de nalgas, tetas, piernas, labios... Chocolate Remix quiere invertir los papeles. "El nombre de Lesbian reguetón me parecía gracioso de entrada, aclara Romina. Me hace gracia eso de la lesbiana que venía a ocupar el lugar del macho reguetonero y le dice, eh, soy mejor que tú". Y soy mujer, y encima, bollera, exclama. Romina escuchaba reguetón desde siempre, pese a las letras.
Sus orígenes se sitúan en Centroamérica, en los 90, cuando llegaron allí unos ritmos jamaicanos que gustaron a los lugareños y empezaron a cantarlos en español y a llamarlo underground. "En el Dnoise, un boliche legendario de Puerto Rico, a los djs locales, DJ Negro y DJ Playero, se les ocurrió hacer batallas de MCs de underground", sigue Romina. Al principio solo era reggae en español con sabor a calipso que cantaba a la vida y a los problemas de ciertos estratos sociales, hasta que se hizo un hueco en la industria con la llegada de El General, Renato, Nando Boom y compañía. El panameño Renato, de hecho, condena en sus canciones el maltrato a la mujer y estudia hasta la posible represalia contra el agresor en un tema basado en el clásico Babylon Boobs (What Police can do) del DJ jamaicano de dancehall Lloyd Lovindeer.
"La mayoría de esas letras primerizas van de un hombre cantándole a la mujer e incitando al movimiento, a bailar", comenta Johan, de La Parcería una asociación cultural que programa ritmos periféricos en salas y lugares desprejuiciados de Madrid. La migración, el tiempo y el gusto contagioso por la pegada reguetonera hicieron el resto. Así nació la banda sonora del perreo: fue el resultado de junta el reggae con un "ton, ton", un bombo que tenía una cadencia muy característica, un ritmo que invitaba a mover la cadera fuerte y lenta y a apretujarse al compañero de al lado.
De ese mítico club puertorriqueño, el Dnoise, surgieron a principios de los 2000 Daddy Yanki, Baby Rasta y Gringo o Ivy Queen, una de las primeras reguetoneras que tuvo que especificar en sus letras que el hecho de querer bailar pegados hasta el escándalo no implica necesariamente una invitación a ir a la cama. Luego llegarían unas cuantas más, desde Miss Bolivia que se mueve más hacia el dancehall y la cumbia hasta el reguetón protesta de las Torta Golosa o propuestas de trap entre la burla y el cachondeo como Las VVittch.
Y llegó el día en el que el reguetón se fue profesionalizando. Daddy Yankee, quizá uno de los máximos exponentes del género, fue de los primeros en invertir tiempo y dinero en cuidar la producción. Casi marcó un antes y un después su gran éxito, La Gasolina. Solo cinco años después de la publicación del superhit firmó una colaboración con el millonario rapero estadounidense Snoop Dog que solo en Youtube tiene 35 millones de reproducciones. Los capos de la música vieron que cada golpe de cadera vendía millones.
Pero el reguetón nunca ha llegado a perder su halo de ritmo periférico. "A la gente le da vergüenza reconocer que le gusta y a nivel intlectual se nos dice que no es válido. Más allá de la cuestión sexista, gustar del reguetón se ha convertido en una cuestión con tintes casi elitista o incluso clasista. "El reguetón es básico, simple, justo como la naturaleza", y por eso va directo a los instintos más primarios.
A Romina le volvía loca salir a bailar. Iba a boliches de cachengue (donde ponían la música de moda) y no le importaba nada, se olvidaba de todo cuando sonaba la música, se dejaba llevar. "Pero tenía muchas contradicciones porque evidentemente las letras no me gustaban nada". Ahí empezó su cruzada de Lesbian reguetón a la caza del machirulo. Estaba dispuesta a meter el cuerpo en todos los espacios que habían sido privados a las mujeres.
Es una carrera -ya no solo la musical- en la que el sexo masculino lleva siglos y siglos de ventaja. Algo que se sigue reflejando en los sueldos de hombres y mujeres en la industria del cine, en la forma de hacer política en países como Brasil, donde el Senado ha echado a su presidenta y ha instaurado un gobierno en el que no hay ni una sola mujer ni ningún negro. Uno de los senadores lo justificaba así: "Muchos condenan la ausencia de mujeres, pero sin ellas las reuniones se vuelven más objetivas y productivas y, al final, Brasil no tiene tiempo que perder".
En una entrevista, Carlos Vives, pedía a los colombianos reclamar la paternidad de la cumbia. "¡Qué tontería!", decía Pilar, una de las componentes de las Kumbia Queers una banda argentina punk-tropical que en su último trabajo, Canta y no llores, se atreve con un género donde todavía es raro ver a mujeres tocando instrumentos porque lo que se espera es que sean el florero que baila encima del escenario. Además le añaden un punto queer: "A nosotras nos miran y no saben si somos hombres o mujeres".
Las Kumbia respondieron a Carlos Vives: "Cada cual le pone su color a la cumbia". La villera se toca con una batería electrónica, la colombiana en general es con acordeón y sin guitarra; en cambio, la santafesina tiene guitarra eléctrica tipo surf y letras románticas. "Se han adueñado de este ritmo que es super popular con distintas formas de tocarla", sigue Pat, la bajista. La música evoluciona, hace viajes, está viva.
"La cumbia es el pulso de Latinoamérica, la reina de la calle. Es la música de los sectores más pobres, es el ritmo musical más discriminado y el más bailado, no se enseña, se aprende escuchando. Es el punk latino". Las Kumbia afirman que pierden más trabajo por tocar este ritmo que por el lado queer que proponen. "Históricamente las mujeres no podemos hacer un montón de cosas", se indigna Romina. La pionera del Lesbian reguetón lo ha visto en los comentarios de sus vídeos y nota que lo que más les cabrea no es el tipo de música, sino que lo haga una mujer, lesbiana encima. "Siempre se espera que una pida permiso y yo no lo hago".
Permiso para salir de casa, para estudiar, para entrar en política, para hacer música. El cambio de los tiempos requiere "mostrarse, juntarse, porque cuantas más mujeres hagamos cosas, mas mujeres saldrán a la luz", subraya Pilar. No puedes pretender que desaparezca el machismo solo con pedirlo, recuerda Pat. "Desarrollarnos nos hace fuertes y confiadas". Ese es el lado ideal pero la realidad es bien distinta "y la tradición patriarcal nos mata todos los días en casa y en la calle, somos juzgadas, encarceladas, golpeadas, asesinadas. Soportamos las injusticias de este sistema".
Así es como la cumbia se tuvo que volver, casi por necesidad, punk, para dar un golpe en la mesa. Eso lo sabe bien Tremenda Jauría, una banda de Madrid con una propuesta electropical y reivindicativa que compartió escenario este verano con las Kumbia Queers. En una entrevista a Radio Nacional de España, los madrileños apelaban al concepto del que hacen bandera en su música: el reguetón consciente, otra cualidad -como la de lesbian reguetón- que no se le suele atribuir. "Buscamos darle una vuelta de tuerca a las letras y y decir las cosas que diríamos en una canción punk, pero elegimos el reguetón simplemente porque nos apetece bailar sin ofender a nadie, empezando por nosotras mismas". Por fin, el punk también se baila.
Sara Calvo Tarancón
Público, 12 de septiembre de 2016.
Video: Las cubanas Odaymara Cuesta y Olivia Prendes, artísticamente conocidas como Krudas Cubensi en Mi cuerpo es mío.
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