En las tórridas y húmedas noches habaneras es ya normal ver como un nutrido grupo de indigentes buscan acomodo y protección en el pequeño parque que flanquea la estación de policía de la populosa calle Zanja, en las inmediaciones del Barrio Chino, en Centro Habana.
Varios de los “homeless” que ya pululan por la ciudad han escogido este lugar para pasar sus noches, después de deambular todo el día en busca de algo que les garantice el sustento, en una ciudad que se torna cada vez más compleja, dura y agresiva, incluso para los habaneros que vivimos una vida normal.
Para muchos cubanos el cada vez más recurrente espectáculo de los indigentes en las calles, significa algo tan nuevo como impactante. Durante largo tiempo esa imagen estaba solo reservada a viejas revistas del “bochornoso pasado capitalista” o a reportajes de otros países. En décadas pasadas, la imagen más cercana a un indigente en La Habana fue la del Caballero de París, ese pintoresco y desaliñado andariego que sin perder su dignidad recorría calles principales y alimentaba su leyenda como un símbolo de La Habana tradicional.
Sin embargo, en los últimos tiempos, a medida que desaparecen las llamadas “gratuidades”, los barrios más populosos de la capital se van llenando de limosneros, indigentes y desamparados que se convierten en una imagen recurrente y conmovedora que retrata y refleja la depauperación y la desesperanza en que se va sumiendo la sociedad cubana, tan polarizada que en la misma ciudad podemos encontrar personas que pagan cientos de dólares por un perro y come bien todos los días y otras que carecen de un techo para cobijarse. Algo muy diferente a lo que nos prometió el “paraíso socialista” hasta hace poco.
Algunos menesterosos de los que pernoctan en el parquecito frente a la estación de policía de la calle Zanja, al preguntarles por qué habían escogido ese lugar para pasar sus noches, aseguraron que se habían situado cerca de la policía para sentirse protegidos ante los frecuentes ataques de grupos de adolescentes, vándalos o parranderos, que se divierten molestándolos, agrediéndolos o haciéndoles maldades.
Las autoridades cubanas en ocasiones hacen recogidas de estos menesterosos y los recluyen temporalmente en un recinto conocido como La Colonia, en el municipio Boyeros, donde los mantienen en contra de su voluntad y pierden temporalmente su libertad de movimiento. Ese lugar genera rechazo generalizado en los desamparados habaneros.
A todas luces, el gobierno cubano no tiene respuesta para este mal social, que aumenta a medida que se profundiza la crisis social, y hiere la sensibilidad de muchas personas. A pesar de que los máximos líderes persisten en decir que en Cuba ningún ciudadano queda desamparado, la realidad cotidiana demuestra lo contrario.
La crisis estructural e irreversible del modelo socialista que pretendieron imponernos por la fuerza, acrecienta la polarización de la sociedad y ha convertido a la indigencia en un espectáculo abundante y deprimente en las calles de La Habana.
Son muchos los espacios públicos citadinos que cada noche se convierten en cobijo de indigentes y desamparados.
Acercándose al recinto policial, los indigentes del parquecito de Zanja pueden conseguir una coyuntural tranquilidad nocturna, pero no podrán escapar de los rigores de un sistema en crisis, que después de prometernos durante cinco décadas un paraíso de igualdad y abundancia, cada día lanza a más cubanos al abismo de la miseria, el desamparo y la desesperanza.
Texto y foto: Leonardo Calvo Cárdenas
Cubanet
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